Monday, December 30, 2013

17 películas / 2013




1. La vie d'Adéle (Chapitres 1 & 2) - dir: Abdellatif Kechiche

2. El artista y la modelo - dir: Fernando Trueba

3. To the Wonder - dir: Terrence Malick

4. Gravity - dir: Alfonso Cuarón

5. Todo el mundo tiene a alguien menos yo - dir: Raúl Fuentes

6. Before Midnight - dir: Richard Linklater

7. Tu y yo - dir: Bernardo Bertolucci

8. Blue Jasmine - dir: Woody Allen

9. Gloria - dir: Sebastián Lelio

10. The Secret Life of Walter Mitty - dir: Ben Stiller

11. In another country - dir: Sang-soo Hong

12. Metegol - dir: Juan José Campanella

13. Like father, Like son - dir: Hirokazu Koreeda

14. Behind the Candelabra - dir: Steven Soderbergh

15. Caesar must die - dir: Paolo & Vittorio Taviani

16. Hannah Arendt - dir: Margarethe von Trotta

17. Blancanieves - dir: Pablo Berger

Monday, December 02, 2013

"Homeland", la seguridad colectiva y los derechos humanos



Después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, en Nueva York, pudimos observar cómo se iba perdiendo la falsa ilusión de la  seguridad colectiva y, además, constatamos la arbitrariedad en la construir de la identidad del enemigo político. Como señalaba el personaje de Judi Dench en la última entrega de la saga cinematográfica de James Bond, ése día fue el inicio de una nueva era de incertidumbre: durante la Guerra Fría, el enemigo estaba ideológicamente delimitado por el comunismo y vivía en países lejanos con lenguas ininteligibles; ahora, él podría ser cualquier civil con acceso a un teléfono móvil y la capacidad de detonar un explosivo a distancia o, tal vez, un usuario de las redes sociales en un perfecto inglés británico.

Por supuesto, en el centro de cualquier reflexión sobre el terrorismo y la exposición cuasi pornográfica de los cuerpos destrozados en los medios masivos de comunicación, deberían situarse las víctimas y sus derechos –tanto los que define la seguridad humana como los que se refieren a las reparaciones del daño y las garantías de no repetición. No obstante, el 11 de septiembre generó un movimiento ideológico distinto al colocar en el centro de interés el tema de la seguridad, pero entendido en clave antagonista, como si lo que colisionara violentamente durante el acto terrorista fuera una víctima propiciatoria y un enemigo absoluto–ambas posiciones inasimilables al Estado constitucional de derecho y el debido proceso–; como si las sociedades democráticas liberales tuvieran que definirse a partir de una exaltación acrítica del patriotismo y debieran blindarse con políticas preventivas que anulan los derechos de quienes razonablemente se sospecha son terroristas. Así, resulta imposible no relacionar espacios carcelarios como Guantánamo, el endurecimiento de las políticas de inmigración y la concesión de visados, así como la intrusión en las comunicaciones entre civiles, con un imaginario colectivo en el que el mal se encarna en la figura del otro que es potencialmente enemigo de la democracia y los privilegios derivados de los poderes fácticos transnacionales. Y es aquí donde se abre una brecha de significado –entre el pasado y el futuro, para usar la expresión de Hannah Arendt– que necesita herramientas renovadas de comprensión.

Uno de los efectos inmediatos del 11 de septiembre ha sido el surgimiento de dispositivos narrativos que, con mayor o menor fortuna,buscan generar una memoria sobre el hecho; una memoria que nos permita saldar cuentas con el pasado y, también, desafiar ese modelo antagonista y de paranoia frente a la otredad, que tan cómodamente se ha instalado en nuestros imaginarios políticos. Y es que, si el pasado no se transforma en memoria,resulta imposible su aprehensión política y la traducción del lenguaje del sufrimiento en el lenguaje de los derechos humanos. Tan fuerte, tan cerca –la novela de Jonathan Safran Foer–,World Trade Center –la película deOliver Stone– o la discusión acerca de qué edificar sobre el espacio de las derribadas Torres –de expandir espacialmente la memoria, según la expresión de Andreas Huysen– permanecen como los hitos iniciales en este proceso de comprensión. No obstante, ha sido Homeland, la serie de televisión creada por Alex Gansa y Howard Gordon, el vehículo narrativo que ha situado al gran público estadounidense en una relación crítica con la memoria de aquel 11 deseptiembre.

Homeland cuenta la historia del Sargento Nicholas Brody, un militar liberado por el ejército estadounidense después de ocho años de cautivero en Irak, en una célula terrorista de Abu Nazir –alter ego de Osama bin Laden–, quien de inmediato es recibido en su país –el hogar materno familiar e irreconocible, al que alude el título de la serie– como el héroe que actualiza el carácter indoblegable del espíritu estadounidense. La única persona que tiene sospechas respecto de Brody es Carrie Mathisson, agente de la CIA a cargo de la investigación de las operaciones terroristas de Abu Nazir y que se siente culpable por no haber previsto lo que ocurriría el 11 de septiembre de 2001.Mientras la carrera política de Brody asciende, y se convierte en senador y  posible candidato a la vicepresidencia, Carrie va confirmando sus sospechas, al tiempo que descubre una conspiración para realizar un acto terrorista de gran escala en Washington. El problema se vuelve, entonces, la credibilidad de la agente federal: durante toda su estancia en la CIA ha ocultado su trastorno bipolar, y aquí es que el estigma y la discirminación sobre la condición mental funcionan como distractor respecto de las verdaderas fuerzas detrás del temido gran atentado terrorista después de aquél 11 de septiembre.

Más allá de la consistencia argumental, Homeland  es relevante como vehículo narrativo acerca dela memoria del 11 de septiembre, al menos, por tres razones. Primero, porque su trama ocurre en un escenario de absoluta incertidumbre respecto a la capacidad del terrorismo para vulnerar la seguridad, pero también en relación con las posibilidades de los gobiernos para controlar ese poder fáctico que se ha construido transnacionalmente, prohijado por una política colonialista violatoria de las soberanías locales. Así, la serie nos conduce por espacios de poder –no políticos– cada vez mas reacios al escrutinio público, donde el dinero acaba convirtiéndose en un bien secundario frente a la posesión de información. Entonces, casi nos colocamos en la posición de desear que exista una tecnología cada vez mas intrusiva para desentrañar los complots en ambos bandos de la guerra contra el terrorismo; y hasta nos llegan a parecer irrelevantes los derechos civiles que protegen a la ciudadanía frente a la exposición mediática de cada fragmento de su existencia. Segundo, porque la construcción de los personajes evidencia como las dos caras de la misma moneda la manera en que, mediáticamente, es posible crear héroes y traidores para legitimar las acciones no democráticas encaminadas a garantizar una seguridad que siempre admite sacrificios y la instrumentalización de los derechos humanos. Por una parte, Brody se convierte en el héroe sin talentos para la política pero que tiene el mismo magnetismo y aura de invulnerabilidad que asociamos con los valores de la nación estaodunidense. Pero, cuestionando los mecanismos de la manipulación y el populismo, está Carrie Mathison. Y en este punto es que Homeland se revela comoun hito para la comprensión del imaginario colectivo posterior a aquél 11 de septiembre: la serie establece una conexión muy sutil entre la salud mental dela agente federal y la demonización de la otredad,como reflejo de una desconfianza institucionalizada hacia aquellos esquemas de comprensión y formas de vida que se apartan de lo que se ha construido sociológicamente como la normalidad.El estigma que pesa sobe Carrie una vez que se conoce su condición bipolar, ysu caracterización como una persona irracional e incapaz de percibir el vínculo entre los agentes del terrorismo y los del propio gobierno que en público se declara su enemigo acérrimo, la vuelve una víctima mas de la histeria colectiva patriótica. Públicamente desacreditada, sin derechos, islada, la estancia de Carrie en el hospital psiquiátrico –con todas las salvedades– evoca los espacios para interrogatorios y carcelarios destinados a los terroristas. Ni el hospital psiquiátrico ni los centros de procuración de justicia deberían ser espacios sustraídos de la transparencia y la rendición de cuentas, porque en estos las personas experimentan una vulnerabilidad particularidad que, en buena medida, tiene su origen en el estigma discriminatorio.

Mucho se ha dicho acerca de que el objetivo último de Homeland podría ser una reivindicación postmetafísica del patriotismo estadounidense como un crisol en el que es posible armonizar los derechos fundamentales, la seguridad colectiva y el sentido de pertenencia a una comunidad democrática. Más bien, parece lo contrario: el planteamiento de serias dudas acerca de la posibilidad de la coexistencia de tales elementos, al menos, mientras se mantenga ese imaginario colectivo en que la satanización delas identidades construidas como anormales desde la paranoia antiterrorista, lleva a plantear como una disyuntiva excluyente la relación entre la garantía de derechos y la salvaguarda de la seguridad.

Mario Alfredo Hernández

[Una versión reducida de este texto se publicó el día de hoy, 2 de septiembre, en el suplemento DH, del diarmio Milenio]