Saturday, February 10, 2007

Domar al ogro


El francés Michel Tournier tiene un modo muy peculiar de concebir la tarea del escritor después de Auschwitz, que representa una ruptura con la historia y, también, con las formas narrativas para recuperarla. Por eso, Tournier tuvo que buscar una forma literaria de enlazar el pasado doloroso con el presente incierto: y la encontró en la actualización de los mitos que configuran el canon occidental (para usar la expresión de Harold Bloom). Ver el pasado con ojos nuevos; cantar las historias de amor que han configurado la educación sentimental occidental, pero con una voz desafinada que es producto de gritar y llorar la muerte en los campos de concentración: de algún modo, estas son las intenciones de Tournier.

Para Tournier, toda nueva creación literaria es reinvención de lo ya creado, recuperación lúdica y crítica de lo que el tiempo ha constituido como ejemplo de genio y de belleza. Pero el acto de escribir con la mirada vuelta hacia el pasado, no puede disfrazar la brecha de tiempo que separa al escritor y al mito. Lo interesante de recuperar un mito es que se le arranca violentamente del contexto en que surgió de manera casi natural, para hundir sus raíces en un suelo nuevo, quizá no particularmente propicio para la nutrición de ese ente transplantado. Forzosamente, el mito tendrá que mutar en el acto de reescritura. La nueva historia que se produce a partir del mito clásico es el pasado, pero también es el presente. El escritor tiene que recuperar las historias que la literatura ha vuelto tótems, y a las que la academia adora de manera casi supersticiosa, para irrigarlas con sangre nueva y para encantar con su narración a nuevas generaciones de seres humanos que se hallan, de este modo, inconscientemente conectados con el pasado. Para que un mito literario no degenere en alegoría hueca, pensaba Tournier, el escritor debe inyectarle la sangre nueva de su propio punto de vista. Por ejemplo, si Daniel Defoe había llevado a sus últimas consecuencias, en Robinson Crusoe, el enfrentamiento brutal entre dos formas de civilización que acabarían incomprendiéndose y depredando una a la otra, a Tournier se le ocurrió prestar un poco más de atención a Viernes que al propio Crusoe. Así surgió Viernes o los limbos del pacífico, reelaboración de la obra de Dafoe.


Adicionalmente, recuperar el pasado literario y ser conscientes del abismo que nos separa de los mitos clásicos, de acuerdo con Tournier, tendría la función de mostrar que nuestro propio tiempo ha creado una necesidad de reconciliarnos con aquello que ha roto nuestras herramientas de comprensión, a saber, los totalitarismos del siglo XX. Frente a las experiencias concretas de muerte y destrucción, la filosofía no pude seguir construyendo normas universales y abstractas válidas para cualquier mundo que sea posible de concebir racionalmente, pero no para aquél en el que efectivamente vivimos. Enfrentada con las fábricas de cadáveres que fueron los campos de concentración, la literatura no puede renunciar a imaginar lo que significó la vida al interior de esos espacios, como tampoco a tratar de representar la banalidad moral de quienes fueron cómplices del genocidio. Es deber de la literatura sondear la conciencia del ogro, del agresor, de quien accionaba el mecanismo de la cámara de gas. A diferencia de Theodor Adorno, Tournier no le exige a la poesía que enmudezca, avergonzada por la incapacidad de sus recursos para aprehender la especificidad de la destrucción y la violencia sin sentido que tuvieron lugar en los campos de concentración. Lo que Tournier propone es la creación de una forma narrativa situada, precisamente, a medio camino entre la filosofía y la literatura, es decir, entre la objetividad del razonamiento abstracto y la subjetividad del arrebato lúdico del escritor. Y es allí donde el escritor se sirve del mito.

El ogro que se roba a los niños para devorarlos es uno de los personajes constantes en la literatura infantil occidental. El ogro es seductor, promete a los infantes enseñarles nuevos juegos con la condición de que lo sigan hasta su guarida y desobedezcan las advertencias de los padres. Una vez dentro, el ogro se apropiará de sus cuerpos y sus almas. Los padres, cuando más, encontrarán un zapatito perdido en el bosque o las huellas que conducen a la guarida del ogro. Pero la fuerza descomunal del ogro hace que cualquier intento de vengar la muerte de los niños se vuelva infructuoso. Sólo queda entonces advertir a los niños sobrevivientes de los peligros de internarse en el bosque o hablar con desconocidos. Generalmente, el ogro no es consciente del daño que realiza. El ogro tiene un apetito descomunal que lo hace arrasar todo a su paso. Pero él nació así: con un metabolismo que trabaja a la velocidad de una fábrica y que exige el combustible necesario para que no se apague el mecanismo vital. A veces, un niño sabe ver más allá del apetito voraz del ogro y descubre que en el fondo éste quiere ser redimido. Entonces, el niño que ha desobedecido las órdenes de los padres porque sabe que tiene una misión que cumplir, sacará a flote el buen corazón del ogro y lo redimirá. El ogro, al saberse querido por una de esas criaturas que antes devorada con fruición, dejará de causar daño. El rey de los alisos, de Michel Tournier es, precisamente, la reelaboración trágica y postotalitaria del mito del ogro.


Abbel Tiffauges es el ogro que protagoniza la historia de Tournier. Lo conocemos unos pocos años antes del inicio de la Segunda Guerra Mundia, trabajando como mecánico en París y obsesionado con cuidar de los niños como lo hizo San Cristóbal, pues él odia a la humanidad y considera que son ellos quienes conservan la pureza de alma que la pubertad corrompe y asocia de manera inevitable con la sexualidad y el deseo de posesión. Porque, desde el punto de vista de Tiffauges, los niños quieren tomar al mundo entre sus manos, pero sin reclamar ningún título de propiedad; los niños juegan a la guerra, pero sin el instinto asesino ni vengativo de los adultos. Preservar esta pureza de alma es, para Tiffauges, una tarea digna de asumir. De pequeño, Tiffauges fue un niño débil que vivía en un orfanatorio y era objeto de burlas constantes en vista de las gafas enormes que tenía que usar. Nadie lo defendía, hasta que un gigantón llamado Néstor apareció en el orfanatorio para protegerlo de las golpizas que le propinaban los demás. Sólo un ogro filantrópico como Néstor habría podido descubrir la belleza del alma de Tiffauges, donde los otros sólo veían miseria y enfermedad.

Néstor, para explicarle a Abel su devoción hacia el pequeño, le contaba la historia de San Cristóbal, aquel gigante que se propuso cuidar del ser más poderoso de la tierra. Antes de alcanzar la santidad, Cristóbal trató de servir al rey más poderoso del planeta, pero un día se dio cuenta que éste temía al diablo. Entonces Cristóbal quiso proteger al diablo, hasta que se dio cuenta de que éste salía corriendo frente a la efigie de Cristo. Desesperado, Cristóbal buscó a Cristo infructuosamente, hasta que un día se le apareció un pequeño niño que le pide lo ayude a cruzar el río. Cristóbal lo hace a regañadientes, y mientras cruzan el agua, siente que gradualmente el peso del niño va aumentado hasta volverse insoportable. Al llegar a la otra orilla, el niño revela que es Cristo y que él, Cristóbal, el “portador de Cristo”, tendrá como tarea proteger a los viajeros como cuido al hijo de Dios. Néstor es, para Abel, su San Cristóbal personal. Abel crece y se convierte también en un gigante que cree que el tamaño descomunal de sus manos tiene el propósito de sujetar a los niños para ayudarlos a cruzar por este mundo, sobre sus hombros, con el menor sufrimiento posible.

La novela de Tournier asume dos puntos de vista para reconstruir el mito del ogro en la figura de Abel Tiffauges: por un lado, la tercer persona del narrador que describe el horror que el ogro despierta en quienes lo conocen y, por el otro, la voz del propio Abel expuesta a través del diario que escribe con el título de “Escritos siniestros”. En su diario, Abel confiesa sin pudor una especie de enamoramiento de Néstor y el deseo de repetir esta experiencia de carnalidad casta con otros niños. Asomarse a la conciencia de Tiffauges a través de sus “Escritos siniestros” es una experiencia dura: las reflexiones más lúcidas y tiernas de Abel tienen como destinatario a los niños que él ávidamente desea poseer. Su amor, piensa el ogro, no puede dañarlos aunque implique sacrificar sus cuerpos para liberar sus almas de la tiranía del crecimiento y de las hormonas. Abel desea sobre todo a los varones, porque las niñas para él son versiones en miniatura de la estulticia y la banalidad que desde Eva manifiestan las mujeres. Es, pues, un ogro misógino como casi todos los de los cuentos de hadas.


Abel sabe que su presencia asusta a los niños; él quiere abrazarlos y empaparse de su olor, pero ellos no saben leer los signos que el destino coloca en las cosas más insignificantes y huyen de su presencia. Entonces, a Tiffauges se le ocurre que la cámara fotográfica le dará la oportunidad de capturarlos sin hacerles daño. Y, así, un buen día, la única niña que había fascinado al ogro y que se dejaba fotografiar por él, lo acusa de violación. Tiffauges va a parar a la cárcel. Está a punto de ser condenado a cadena perpetúa cuando sucede la invasión alemana a Francia. Tiffauges es reclutado por el ejército, y allí ensaya diversas formas de cumplir la tarea de San Cristóbal que él cree el destino le confirió: primero cuida a las palomas mensajeras del regimiento, luego a sus compañeros soldados y finalmente se da cuenta de que sigue añorando la compañía de los niños, aunque fuera uno de ellos quien lo arrastrara a la desgracia.

Tiffauges cae como prisionero de los alemanes y, dado su aspecto siniestro y ario, es aceptado para desempéñar tareas menores para el ejército nazi. Hasta que es asignado a cuidar de una Napola, es decir, de un centro de entrenamiento para los niños que Hitler quería constituyeran la nueva raza aria. Tiffauges quiere cumplir su tarea de la mejor manera posible: quiere ser un auténtico San Cristóbal que hiciera enorgullecerse a Néstor. Pero los padres no quieren entregarle voluntariamente a sus hijos a éste gigantón de aspecto siniestro. Abel necesita a los niños para protegerlos, para cuidarlos y para apartarlos de la corrupción del mundo. Entonces, Tiffauges obtiene la autorización del Tercer Reich para arrebatar a los campesinos a los niños que él considere más aptos para ser educados y unir su destino al de la patria alemana. Alrededor de Kalterborn, lugar donde se asienta la Napola de Abel, empieza a crearse el mito de que un ogro montado en un enorme caballo negro aparece del bosque para robarse a los niños más hermosos, para someterlos a todo tipo de tratos crueles. El ogro, afirman los campesinos, tiene el poder de encantar a los niños y a los padres con la mirada. El ogro puede hacer que el cordero se dirija hacia el sacrificio con una sonrisa de placidez en el rostro.

Como señalaba Hannah Arendt, el sueño nazi de la dominación total era imposible de cumplir a menos que se aboliera la existencia de seres humanos en la tierra. El castillo del ogro es entonces asediado por los rusos y los niños pelean para defender a su protector y al destino de grandeza que les han dicho la nación alemana les tiene reservado. En sus “Escritos siniestros”, Tiffauges confiesa como él observa a los pequeños desvanecerse en el aire en una nube de sangre y vísceras, pues son demasiado inexpertos para manejar las armas de adulto que sólo conocen en sus versiones reducidas de juguete. Abel debe suspender sus cacerías de niños. Y es entonces cuando empiezan a llegar a Kalterborn las oleadas de refugiados de los campos de concentración del este que ya han sido liberados. Así encuentra a Efraim, un pequeñito medio moribundo, que porta el traje a rayas y la estrella de seis puntas. Contra lo que su sentido común le indica, pues Efraim representa al enemigo de la nación alemana, Abel lo protege y lo lleva a su Napola para cuidarlo. Ahora, con este niño casi moribundo, sabe que su destino de San Cristóbal se llevará a cabo.

Tournier no escatima detalles para mostrarnos que, de haber tenido los medios a su disposición, la fascinación de Tiffauges por los niños fácilmente hubiera concluido en la muerte de los pequeños que gustaba atesorar. Las confesiones del ogro son escalofriantes porque él cree que los niños están allí para que él los posea sin pedir permiso. A San Cristóbal, le está permitido incluso secuestrar a Cristo si con ello lo protege de un peligro mayor; no importa que cuando lo suelte de su pesado abrazo, el hijo de Dios ya esté asfixiado. El amor de Abel es demandante, y sus manos no saben sino aplastar todo lo que recogen en el camino. Hasta aquí, el mito del ogro se mantiene intacto. Pero el ogro de Tournier va a tener una oportunidad de redimirse: y es en el cuidado de un representante del pueblo, los judíos, que Alemania consideraba responsable de la decadencia humana. Al cargar sobre sus hombros a Efraim, Abel podrá cumplir con su tarea de proteger al más débil y desamparado, aunque en el esfuerzo acabe perdiendo la vida.

9 comments:

Nyman said...

Fascinante pelicula de Volker Schlondorff y la forma en la que abordas la historia es sumamente interesante. Una variacion un tanto sutil del monstruo de Frankestein y claro, Nyman con una poco valorada banda sonora que sin embargo tiene sus buenos momentos. Me encanta en particular el tema ABEL CARRIES EPHRAIM y sì, recuerdo especialmente esos anteojos rotos con un esplèndido John Malkovich montando un imponente caballo acompañado siempre de los tres dobermans...bella imagen final.
Un abrazo Mr. Mario.

tu.politóloga.favorita said...

Los judíos (los de Israel, no los mexicanizados o así) causan muchos problemas.
"Es deber de la literatura sondear la conciencia del ogro, del agresor, de quien accionaba el mecanismo de la cámara de gas." Me recuerda a Morirás Lejos!
saludos!!

Arkturo said...

aún no me queda claro del ogro

pobre..

http://www.youtube.com/watch?v=LS6Ycu148O0

me gusta domar mejor a capitanes de equipo de fútbol

buena semana!

Arkturo said...

=)

buen día!!

por cierto mario, tienes novia ?

Zelig said...

Querido Mario, ésta es una de esas novelas que he querido leer desde antiguo (maybe this summer) y he tenido que hacer saltos en tu entrada para preservarme inocente ante ella (del mismo modo que evité en su momento ver el filme). No obstante, anoto que te debo un comentario al respecto...

Saludos

Tessitore di Sogno said...

Todos de alguna manera tenemos un pasado doloroso y un futuro incierto cuya necesidad apremiante de dar salida nos lleva a buscar modos de representarlo, muchas personas en Auschwitz se toparon con ogros, hoy en día su descendencia los ha domado a base de religión, trabajo y unión... es curioso ver como nuestra cultura encuentra el modo de domar a los suyos en la autodestrucción.

Creo firmemente que el peor ogro que podemos llegar a conocer radica en nuestro interior y que toda vez que entendemos que en el fondo de ese ser con resentimientos, miedo y dolor hay un ser único, valioso y con enorme potencial es que encontramos el coraje para domarlo, claro, de la manera más sana y humanamente posible.

Mario said...

Mr. Nyman:

Yo vi la película hace muchos años, e incluso lo hice en el cine´. Ya no me acordaba muy bien de la trama. Recordaba el personaje entrañable de John Malkovich, ese ogro que abraza a los niños hasta asfixiarlos, con sus gafas rotas, incapaz de comunicarse con nadie que tenga más de diez años. Creo que en aquel momento lo que más me llamó la atención fue la banda sonora de Nyman, como tú bien dices, muy poco valorada. Me gusta más que la música de "The Piano", aunque la película de Schlondorff un poco menos que la de Jane Campion. Y además, el tema que mencionas "Abel Carries Ephraim", cumple muy bien esa función de ser dulce al inicio y volverse gradualmente oscuro, para concluir con una nota final de redención: la del ogro redimido por ese pequeño judío del que cuidará hasta que no tenga más fuerzas. Volveré a oir la música de "The Ogre" a tu salud, en mi casetera, porque nunca conseguí el CD... Un brazo, Monsieur Nyman

Mi politóloga favorita:

No conozco el libro de José Emilio. Pero ya que lo has mencionado, lo busqué y lo tengo entre las cosas que quiero leer muy pronto. "Las batallas en el desierto", fue el primer libro que me hizo llorar en mi adolescencia (pero, ¿a quién puede dejar indiferente un libro como éste?)... Como tú dices, los judíos siguen siendo objeto de conflicto porque México es una sociedad profundamente discriminadora. Las personas judías siguen estando asociadas a todo tipo de esterotipos y prejuicios. El clásico, y el más ofensivo, es el que asocia a los judíos con la avaricia, sin detenerse a pensar que ésta posición fue una construcción histórica y nada tiene de natural... Un poco de lo que trabajo en mi tesis tiene que ver con la forma en que las narrativas sobre el pasado, traídas al presente para ser discutidas en el espacio público, pueden contribuir a la erosión de este tipo de prejuicios y prácticas discriminatorias... Ya te contaré cómo avanza... Un abrazo, chica politóloga

Arkturo:

Un regalo para ti, a cambio de lo de Broken Social Scene, que me gustó mucho (eso de cambiar un beso por una tacleada está genial):

http://www.youtube.com/watch?v=25ckdkg1xCw

El mito del ogro está lleno de posibilidades. Es el fauno de Guillermo del Toro, es Franco aludido en las películas de Carlos Saura (como la del clip de arriba), es Fernando Soler en "Una familia de tantas"... Ese ogro que esperamos en el fondo tenga buen corazón. No sé si pase lo mismo con los capitanes de los equipos de futbol.

El amor es el diablo, y por lo pronto creo que me hicieron un exorcismo tan eficaz que últimamente el diablo pasa de largo de mi... ¿Será que también soy un ogro?

Querido Zelig:

Seguro te interesará mucho Tournier. Yo vi primero la película, y siempre me quedé con ganas de leer el libro. Me interesa mucho el trabajo de las adaptaciones, saber cómo alguien se imagino un texto en imágenes y ver en qué medida difiere de la mía propia; de qué manera un cineasta afronta el reto de competir con la imaginación de cada lector, sabiendo que es una batalla perdida de antemano. Me gustan las adaptaciones audaces, como esa que creo no te gustó tanto de Ripstein sobre Medea... Y espero tu comentario, que será continuación, de alguna manera, de aquella charla inicial sobre Primo Levi. ¿Recuerdas? Un abrazo...

Tessitore:

Esa es la cuestión de fondo. Domar al ogro, como una metáfora para domar el pasado. El pasado está allí, y no podemos hacer nada para borrarlo. Quizá se pueda leer de una u otra manera que resulte menos doloroso, que sea una afrenta cuyo dolor ya no se sienta tanto. Cada quien debe encontrar los recursos para domar a sus ogros, incluido el que vive dentro de uno mismo y que conocemos tan bien que pasa desapercibido. Quizá para domar al ogro necesitamos dos recursos: el perdón y la promesa. Perdonar, más no olvidar, la historia nos colocó en una posición de la que otros pudieron aprovecahrse. Y prometer que en el futuro, aunque no tengamos certeza de ello, nos esforzaremos porque no le vuelvan a crecer cuernos al ogro... Es una tarea difícil, y más cuando el ogro es un pasado compartido de autoritarismo y violencia. Yo no creo que en México hayamos domado al ogro que nos gobernó 70 años, no nos hemos acostumbrado a vivir sin sus garras aprisionándonos... Un abrazo, Tessitore

senses and nonsenses said...

excelente post, ni conozco la novela ni he visto la peli pero ahora me gusta más tu análisis de la obra a través del ogro.
pensé en otros ogros como el dennis hopper de blue velvet o el robert mitchum de 'la noche del cazador'. no sé por qué.
siempre es un placer pasar por aquí con todo lo que se aprende.
un abrazo.

Mario said...

Senses:

La fábula del ogro y su víctima es uno de los temas constantes de la narrativa moderna. Quízá porque evoca el miedo infantil frente a lo que desborda nuestra comprensión, y de lo que quisiéramos estar protegidos por un padre omnipotente. Y es que, como cuenta Tournier, el siglo XX y el totalitarismo nos devolvieron en buena medida a esos estadios infantiles de terror... Un abrazo, querido Senses