Wednesday, October 31, 2007

Ofrendas paganas

En El evangelio de las maravillas, mi película favorita (no la mejor) de Arturo Ripstein, se narra un caso de locura religiosa colectiva, iniciada por una chica que cree ser la reencarnación de la profeta que llevará a sus fieles a cruzar el fin del mundo sin daño alguno, más puros y más santos. Los fieles de la secta que retrata Ripstein anhelan cosas tan absurdas, tan pueriles y, por ello mismo, tan profundamente humanas como llegar a Disneylandia, el amor, la tolerancia, o un par de alas que de verdad soporten su peso de camino al cielo. Lo que me gusta de la película de Ripstein, entre otras cosas, es que él no establece una diferencia entre lo observado y la mirada que observa, entre el "adentro" y el "afuera" de la película, entre lo vivido y la mirada externa que juzga. "Afuera es feo": tal es la frase que vienen diciendo los personajes de Ripstein desde El castillo de la pureza para señalar su anhelo de huir del mundo, y en El evangelio de las maravillas -levemente inspirada por los sucesos reales del poblado michoacano de La Nueva Jerusalén- esta frase adquiere un sentido pagano, cuando lo que se trata de construir es una utopía que sea desafío y reciclaje de los dogmas de la fe católica. Siempre he pensado que ésta es la película que haría alguien dominado por la fiebre, en un estado de delirio total, mezclando de manera lúdica los elementos que definen el ideario religioso mexicano en un fresco sacado de las películas bíblicas hollywoodenses -esas que, desde hace mucho tiempo, ya no se filman. Particularmente, el personaje de la nueva profeta, Tomasa (Flor Edwarda Gurrola), me conmueve. Me conmueve la inocencia con la que se deja arrastrar por la locura colectiva, y la crueldad con que asume los rituales de La Nueva Jerusalén. Me conmueve sobremanera que ella quiera que la ofrenda pagana para su culto sean los tambores que golpean sin mucha destreza algunos de sus fieles. "Porque se siente muy bien la vibración del golpe del tambor, aquí, cerca de la panza. Se siente calientito, como cuando te acarician".

Siempre que tengo la oportunidad de escuchar música en vivo, no importa el color ni el sabor, me dejo llevar por esa sensación que produce en el diafragma la vibración de los instrumentos musicales. Se siente cálido, se siente bien, porque es la réplica física, telúrica, del placer inmaterial que está entrando por los oídos en ese momento. A manera de ofrendas paganas, comparto algunos de los momentos recientes en que he podido reproducir esa sensación de tambor golpeando aquí, cerca de la panza. Seguramente, en algunos de ellos puede percibirse cómo la locura colectiva de estos fieles paganos me hizo desafinar a todo pulmón para tratar de darle réplica a The Killers, a The Dandy Warhols, a Travis, a Keane, a Kings of Convenience y a Bloc Party. No están todos los que son, pero sí son todos los que están...

Tuesday, October 16, 2007

Escribir sobre Virginia Woolf y escuchar a Radiohead


The Hours
Uploaded by Ange-diable


Mi libro favorito, o al menos uno al que siempre vuelvo y que siempre encuentro misterioso y mío a partes iguales, es Mrs. Dalloway, de la gran Virginia Woolf. Lo que allí se propuso ella es tan simple, que sólo a una persona de genio se le hubiera ocurrido: contar 24 horas en la vida de una mujer, haciéndonos sentir que sus angustias y el flujo de su conciencia –no particularmente dramáticos unas ni otro– podrían ser los nuestros, aun y cuando nos situemos en una órbita radicalmente lejana a ese planeta que es Clarissa Dalloway y los satélites que nos circundan sean otros que el joven veterano de guerra Septimus y los amores de juventud que, en el caso de Clarissa, se debaten entre trascender el recuerdo y ocupar la realidad. Clarissa recorre las calles de Londres, preparando la fiesta que dará por la tarde y a la que asistirá buena parte de las personas que pueblan su vida, que definen los límites de su mundo y, también, que se erigen como el muro que ella siempre ha querido saltar –aunque su deseo permanezca callado y no haya trascendido la conciencia de esta mujer. El día que Virginia Woolf nos narra, empezó con el deseo de Clarissa de comprar las flores para la fiesta ella misma, y no dejar que los sirvientes que le resuelven todos los asuntos prácticos lo hagan, ni permitir que su marido le sugiera el arreglo que mejor combine con la decoración de la casa. Quizá, para Clarissa, comprar las flores ella misma sea un acto tan subversivo como tener un cuarto propio lo era para una mujer de principios del siglo XX y con pretensiones intelectuales. El día clave en la vida de Clarissa –ese en que se permite detenerse frente a cada esquina de Londres para entender por vez primera la complejidad del mecanismo que, por ejemplo, llevó al tendero a acomodar sus legumbres de una manera particular y, en ese acto de comprensión, sentir que puede paladear un instante de eternidad– concluirá con el peso de la levedad flotando en el ambiente de la fiesta que tan cuidadosamente ella ha organizado. Pero nadie más que ella, Clarissa –cuya conciencia Virginia Woolf conoce tan bien como para tratarla como el espécimen mas extraño y precioso de su colección–, puede seguir caminando hacia el esposo que se incorpora a la fiesta, haciendo como que el peso sobre su espalda –el peso de la melancolía– es tan ligero como las alas que conducen a Septimus a la locura, a la evasión del dolor y el horror que pueden producir manos humanas.

El punto de partida de Las horas, la novela con la que Michael Cunningham rinde un sentido homenaje a Mrs. Dalloway, a Virginia Woolf y al proceso que da origen a la escritura, es el mismo que el de ese día en la vida de Clarissa: el acto de comprar las flores uno mismo, de recibir flores de alguien a quien se ha aprendido a amar pero que sólo evoca la rutina y, finalmente, el acto de escribir sobre el significado de las flores para una mujer que parece tenerlo todo, menos salud mental para seguir adelante. La angustia y el flujo de conciencia que allí se exponen son los de tres mujeres, Laura Brown a mediados del siglo XX, Clarissa a finales del siglo XX y Virginia Woolf al momento de escribir Mrs. Dalloway. Virginia, contemplando el cadáver de un pajarito hembra tendido en el césped, a quien Cunningham describe como “una excéntrica con talento para escribir, sólo eso”. El acto de amor de Cunningham sobre Mrs. Dalloway sólo podría engendrar otras tantas historias de amor: la de Leonard y Virginia, la de Virginia y la tentación del suicidio, la de Laura Brown y su affaire con la renuncia a la responsabilidad que engendra el amor, la de la propia Clarissa y el poeta que la ama pero no la desea. Pero hay una última historia de amor recorriendo Las horas –la novela que uno de los personajes de Hable con ella tiene junto a su cama– de cabo a rabo: la de todos los lectores, reales o potenciales, de Virginia Woolf, quienes se atreven a intercambiar su mundo por otro –el de la ficción– que le es radicalmente ajeno y falso, pero que encierra más gotas de verdad que las relaciones superficiales que se pueden trabar cualquier día laboral. Cunningham es un apasionado de la música, y por ello mismo ha declarado que puede describir perfectamente el disco o la pieza musical que acompañó el nacimiento, la gestación y la conclusión de cada una de sus novelas. Para Las horas, el compañero privilegiado fue Radiohead y su hermoso OK Computer. Quizá porque la locura de Tom Yorke es muy parecida a la levedad del peso de la melancolía, porque en ese disco se narran torcidas historias de amor con uno mismo que acaban siempre en la decepción, y porque trasladado todo ese dolor a la propia conciencia, uno termina detenido en cualquier esquina de la ciudad donde se vive para contemplar –admirar, celebrar, extrañar, lamentar– el mecanismo que llevó a Virginia Woolf a escribir tan bien sobre la parte más oscura y densa del alma humana. Como si gradualmente, pero sin sorpresas –no surprises– y durante las 24 horas que dura un día común y corriente, se fuera llenando de agua la escafandra invisible que nos rodea.


Radiohead - No Surprises
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Friday, October 12, 2007

¿Por qué te vas?



Como dice Arkturo, el cerebro de los hombres que tararean “¿Por qué te veas?” por los pasillos de cualquier oficina es un misterio, en estado de coma o en cualquier otro estado. Y entonces sigue funcionando la recomendación de Almodóvar: Hablé con ella, con él, con nosotros, con ustedes, con ellos...

Es cierto: Nobody does it better



Nobody does it better
Makes me feel sad for the rest
Nobody does it half as good as you
Baby you're the best
I wasn't looking but somehow you found me
I tried to hide from your love light
But like heaven above me, the spy who loved me
Is keeping all my secrets safe tonight
And nobody does it better
Sometimes I wish someone would
Nobody does it quite the way you do
Why'd you have to be so good
The way that you hold me, whenever you hold me
There's some kind of magic inside you
That keeps me from running, but just keep it coming
How'd you learn to do the things you do
And nobody does it better
Makes me feel sad for the rest
Nobody does it quite the way you do
Baby, baby
Baby you're the best
Baby you're the best
Baby you're the best
Baby you're the best

[Como siempre, Thom Yorke tiene razón en materia de diagnóstico de las patologías del amor, sin las cuales éste es imposible. ¿Cómo se da cuenta uno de que se ha topado con alguien excepcional? Porque nadie más tiene esa capacidad para mover los estados de ánimo, para hacer pasar de la euforía a la depresión al individuo en cuestión... Escuchando el
In Rainbows, me acordé de este cover...]

Monday, October 08, 2007

Perfume de gardenías




El viernes pasado, como regalo previo de cumpleaños, me sirvieron con un golpe de nostalgia la certeza de que extraño demasiado el mar como para haberlo tenido lejos tanto tiempo. Terminé de trabajar con un grupo de mujeres muy generosas, a las que la junta local del IFE reunió para un curso de capacitación en derechos humanos, y me sobró una hora (que no esperaba, y por eso fue un regalo) para caminar por el Malecón del puerto. La última vez que estuve allí fue hace más de 10 años, con unos tíos, quienes se empeñaban infructuosamente en ese momento para que yo aprendiera a nadar. Nunca lo hice. Pero siempre me ha resultado extraño que la gente nade en el mar con la mayor tranquilidad, en un volumen de agua más grande que el que uno pudiera consumir a lo largo de toda su vida. Y como soy un cinéfilo patológico que no sabe diferenciar lo vivido de lo soñado y lo visto en la pantalla, caminando por el Malecón también me acordé de "Principio y fin", la película de Arturo Ripstein en la que Blanca Guerra y Bruno Bichir bailan una secuencia de súbita atracción sexual que se empieza a convertir en amor, en ese lugar y con la improbable música de fondo de "Perfume de gardenías", ese bolerito guapachoso, mustío y emotivo compuesto por Rafael Hernández. "Perfume de gardenías" va más o menos así:

Perfume de gardenia tiene tu boca
bellísimos destellos de luz en tu mirar.
Tu risa es una rima de alegres notas
se mueven tus cabellos cuál ondas en el mar.
Tu cuerpo es una copia de Venus de Citeres
que envidian las mujeres cuando te ven pasar.
Y llevas en tu alma la virginal pureza,
por eso es tu belleza de un místico candor.
Perfume de gardenia tiene tu boca
perfume de gardenia, perfume del amor.
Tu cuerpo es una copia de Venus de Citeres
que envidian las mujeres cuando te ven pasar.
Y llevas en tu alma la virginal pureza,
por eso es tu belleza de un místico candor.
Perfume de gardenia tiene tu boca
perfume de gardenia, perfume del amor.

Este es el fetiche musical de Ripstein por excelencia, y lo ha usado en casi todas su películas desde "El lugar sin límites" hasta llegar a "La virgen de la lujuria", película para la cual Leoncio Lara realizó una adaptación cuasi operática del tema. Sin quererlo, Rafael Hernández ha compuesto una oda al amor edípico, a la psique de todos los mexicanos que buscan, en la misma persona, una mujer tan santa como la madre y tan audaz como Blanca Guerra. A veces, Ripstein ha hecho de "Perfume de gardenías" un espacio para el encuentro entre los amantes, otras la ha vuelto la nota final de una relación que se termina con o sin violencia, e incluso la ha hecho cantar a un grupo de resentidos exiliados españoles que añoran no el amor de una mujer sino de un pedazo de tierra al que puedan llamar patria. Bailando “Perfume de gardenias”, los personajes de Bruno Bichir y Blanca Guerra iniciar un ritual de apareamiento que termina en la cama. Con grabadora en el hombro y casette en la mano, Bruno baila solo cuando Blanca le recrimina: “Yo necesito un hombre, y tú eres un hijo de familia”. Así es el amor, de abstracto y concreto, de sabroso y doloroso, de mustio y audaz. Por eso, cuando iba por el Malecón, con el teléfono móvil en mano, me imaginé que de nuevo escuchaba "Perfume de gardenías", para recordar mi amor edípico con el puerto de Veracruz...

Como Moisés


Coldplay - Moses
Uploaded by ernestgc


Qué bonito es descubrir que, como Moisés sobre el mar, alguién tiene el poder suficiente sobre uno mismo como para desafiar el marco interpretativo propio, para recuadricular el plano en el que se mueve todos los días, para hacerlo caminar por el lado soleado de la acera (no por el lado salvaje al que le cantó Lou Reed); en una palabra, es muy bonito, como Moisés sobre el mar, descubrir que se tiene el poder para aceptar que la felicidad es un cliché que se puede abrazar sin más, sin preguntas, sin pensar en dobles intenciones, sin tararear la canción del adiós antes de que siquiera haya empezado una historia común... Como Moisés, que abrió al mar en dos, y nunca se imaginó las dimensiones de su obra