En El evangelio de las maravillas, mi película favorita (no la mejor) de Arturo Ripstein, se narra un caso de locura religiosa colectiva, iniciada por una chica que cree ser la reencarnación de la profeta que llevará a sus fieles a cruzar el fin del mundo sin daño alguno, más puros y más santos. Los fieles de la secta que retrata Ripstein anhelan cosas tan absurdas, tan pueriles y, por ello mismo, tan profundamente humanas como llegar a Disneylandia, el amor, la tolerancia, o un par de alas que de verdad soporten su peso de camino al cielo. Lo que me gusta de la película de Ripstein, entre otras cosas, es que él no establece una diferencia entre lo observado y la mirada que observa, entre el "adentro" y el "afuera" de la película, entre lo vivido y la mirada externa que juzga. "Afuera es feo": tal es la frase que vienen diciendo los personajes de Ripstein desde El castillo de la pureza para señalar su anhelo de huir del mundo, y en El evangelio de las maravillas -levemente inspirada por los sucesos reales del poblado michoacano de La Nueva Jerusalén- esta frase adquiere un sentido pagano, cuando lo que se trata de construir es una utopía que sea desafío y reciclaje de los dogmas de la fe católica. Siempre he pensado que ésta es la película que haría alguien dominado por la fiebre, en un estado de delirio total, mezclando de manera lúdica los elementos que definen el ideario religioso mexicano en un fresco sacado de las películas bíblicas hollywoodenses -esas que, desde hace mucho tiempo, ya no se filman. Particularmente, el personaje de la nueva profeta, Tomasa (Flor Edwarda Gurrola), me conmueve. Me conmueve la inocencia con la que se deja arrastrar por la locura colectiva, y la crueldad con que asume los rituales de La Nueva Jerusalén. Me conmueve sobremanera que ella quiera que la ofrenda pagana para su culto sean los tambores que golpean sin mucha destreza algunos de sus fieles. "Porque se siente muy bien la vibración del golpe del tambor, aquí, cerca de la panza. Se siente calientito, como cuando te acarician".
Siempre que tengo la oportunidad de escuchar música en vivo, no importa el color ni el sabor, me dejo llevar por esa sensación que produce en el diafragma la vibración de los instrumentos musicales. Se siente cálido, se siente bien, porque es la réplica física, telúrica, del placer inmaterial que está entrando por los oídos en ese momento. A manera de ofrendas paganas, comparto algunos de los momentos recientes en que he podido reproducir esa sensación de tambor golpeando aquí, cerca de la panza. Seguramente, en algunos de ellos puede percibirse cómo la locura colectiva de estos fieles paganos me hizo desafinar a todo pulmón para tratar de darle réplica a The Killers, a The Dandy Warhols, a Travis, a Keane, a Kings of Convenience y a Bloc Party. No están todos los que son, pero sí son todos los que están...