Sunday, March 30, 2008

10 / 100

Hace muchos, pero muchos años –en la prehistoria de mi adolescencia–, tuve la oportunidad de ver una película china, La vida en un hilo –dirigida por Kaige Chen, quien después haría esa maravilla que es Adiós a mi concubina–, que relataba una extraña historia de obsesión con la música y los números. Un hombre ciego, virtuoso en el manejo de un instrumento de cuerda parecido al banjo, cree que al romper la cuerda número 1000 de su carrera como músico callejero, él recuperará la vista. Como todas las ideas románticas, la creencia del músico tiene algo de ingenuo y mucho de declaración de principios. Si en La vida en un hilo somos seducidos por la idea de que la música puede hacer recuperar la vista a un hombre, es porque todos hemos experimentado lo que es aferrarnos a una canción como a una tabla de salvación en medio del mar. Por eso me gustaba la historia del músico ciego y su obsesión por el número mil. Por eso es que me gusta pensar que los números que integran la cuenta de nuestros días alguna relación tienen –no siempre evidente– con la música que escuchamos y que nos hace cantar mientras caminamos distraídamente por la calle, hasta que caemos en la cuenta de nuestra excéntrica conducta por la cara de sorpresa de algún transeúnte desconcertado al contemplar nuestro ensimismamiento con una tonada que nadie más que uno mismo puede escuchar.

No han sido 1000 las cuerdas que he roto del banjo al que no sabría sacarle ni una sola nota armónica, pero si han sido 100 veces las que he podido ponerle punto final a un texto para compartirlo en este espacio virtual, el cual me ha servido de tabla de salvación y me ha permitido recuperar la vista a través del diálogo con otras miradas más nítidas que la mía. No han sido 1000 canciones las que se han desgarrado como acompañamiento de estos fragmentos de las cosas que amo, y que he tratado de expresar con palabras. Tal vez, eso sí, son más de 1000 veces las que han sonado un puñado de 10 canciones que podrían acompañar a cualquiera de los 100 posts a los que el día de hoy llego. He aquí esa lista que integraría el soundtrack de una película que bien podría llamarse Nunca nadie hizo tanto con tan poco que le tocó:

1.- “If you’re feeling sinister”/ Belle & Sebastian



2.- “Lucky”/ Radiohead



3.- “Love Will Tear Us Appart”/ Joy Division



4.- “The Great Beyond”/ R. E. M.



5.- “If It Be Your Will”/ Leonard Cohen



6.- “Mad World”/ Gary Jules



7.- “Common People”/ Pulp



8.- “Sexy Boy”/ Air



9. “Everloving”/ Moby



10.- “Pioneer To The Falls”/ Interpol



Cada una de estas canciones es una forma de agradecer a quien ha tenido la paciencia de pasarse por este espacio a lo largo de 100 entradas, detenerse un momento para leer y –en el colmo de una generosidad inmerecida– dejar testimonio de que el ciego que no sabe tocar el banjo en el que me he convertido, todavía puede esperar que al escribir el post número 1000 quizá recupere un poco de la visión de la que carecía al principio de esta aventura.

Como cantaría Gustavo Cerati, gracias totales por el acompañamiento en este tiempo que se ha caracterizado por querer hacer cosas imposibles.

Monday, March 24, 2008

That’s How People Grow Up

I was wasting my time
Trying to fall in love
Disappointment came to me and
Booted me and bruised and hurt me
But that's how people grow up
That's how people grow up
I was wasting my time
Looking for love
Someone must look at me and
See their sunlit dream
I was wasting my time
Praying for love
For a love that never comes
From someone who does not exist
And that's how people grow up
That's how people grow up
Let me liveB
efore I die
No not me
Not I
I was wasting my life
Always thinking about myself
Someone on their deathbed said
There are other sorrows too
I was driving my carI crashed and broke my spine
So yes there are things worse in life than
Never being someone's sweetie
That's how people grow up
That's how people grow up
That's how people grow up
That's how people grow up
As for me I'm okay
For now anyway

[Del disco Greatest Hits, de Morrissey, quien después de tantos años sigue tan fresco como una lechuga y con la misma disposición para hacer crecer su copete en las ocasiones que así lo amerite. ¿Quién, sino él, podría cantar con una sonrisa en los labios que el amor es un bien terriblemente escaso y que más nos valdría colocar una vedad en el territorio donde pretendemos desarrollar los rituales del cortejo y el apareamiento? A diferencia de la chica que es protagonista de Juno, Morrissey no cree que crecer sea el resultado de correr, tropezarse y levantarse de nuevo para reiniciar la carrera. No es tan sencillo para quien ha vivido un idilio permanente con el fantasma de James Dean y alguna vez fue líder de The Smiths. ¿Qué significa crecer? ¿Cómo es que uno se da cuenta de que el paso que está dando en este momento nos separa definitivamente del pasado y que, en este sentido, para bien o para mal, hemos crecido? Quizá, sugiere Morrissey, la gente crece cuando acepta, con la misma sonrisa en los labios, que la energía que implican los rituales del cortejo y el apareamiento no siempre es proporcional al éxito de la empresa. Así es como nos damos cuenta de que hemos crecido: nos volvemos escépticos del amor, de las relaciones, pero aún así seguimos componiendo canciones pop que se pueden cantar en el metro mientras uno va de camino a casa del objeto de nuestro afecto, o que se pueden tararear mientras uno se ducha y escucha que en la otra habitación alguien se esmera por prepararnos el desayuno… Así de sencillo: correr, crecer y tropezarse; dejar de correr, hacer cicatrices en las rodillas después de tantas caídas, crecer y endurecer el corazón un poco]

Thursday, March 06, 2008

Fragmentos de las cosas que amamos



[Para Toño Fidalgo, cuyos fragmentos de vida son más sólidos que lo que parece ser una totalidad imposible de superar]


Pieces of the people we love es el título de ese endemoniadamente movido disco de The Rapture, que tiene el poder de hacerme proferir unos sonidos guturales y agudos particulares y sospechosos, lo cual ni siquiera logra el dolor de golpearme el dedo chiquito del pie con la pata de la cama en un día de frío. Cada una de las canciones que componen este disco me parecen pequeños orgasmos convertidos en sonido, y por lo tanto, escuchar (cantar y bailar) a The Rapture deja una sensación de cansancio placentero. Fragmentos de placer inmediato y no culpable que se encadenan en la noche, o en el día que tiene la densidad de la noche más permisiva. Como estar permanentemente a punto de cerrar los ojos, y con las ganas de fumarse el cigarrillo posterior al coito, ese que hace olvidar que el ser humano –como dijo alguien– es sobre todo un animal triste con un humor poscoital permanente. Fragmentos de las personas que amamos, antes de que las cosifiquemos; fragmentos de las cosas que amamos y que tratamos como si fueran personas que queremos permanentemente en nuestro ecosistema; fragmentos de totalidades que, consideradas como unidades cerradas, se vuelven inabarcables, pero que reconstruidas resultan lúdicamente accesibles. Por eso es tan divertido el disco de The Rapture que alude a los fragmentos de las personas que amamos: no hay duda respecto de la solidez del objeto del afecto, pues todo se aprecia distorsionado por la luz de colores que le otorga a la realidad aristas y ángulos que tal vez no existan más que en la mirada del observador. La melancolía, al contrario, resulta de contemplar un paisaje infinito, inabarcable con la mirada. Y es que la mirada se siente más alegre si se concentra en los detalles, si fragmenta el paisaje en trozos de tierra, en espacios de agua claramente delimitados, en los árboles y no en el bosque en el cual sería muy fácil extraviarse. De fragmentos: así han estado compuestos los días entre el post de la lluvia de ranas en el valle de San Francisco y el día de hoy, en el que un buen amigo me recomendó no abandonar la escritura, no descuidar este espacio que ha sido como tablita de salvación en muchos casos. Estos han sido días en que los fragmentos no dejan ver el bosque. Concentrarse en la astilla clavada en el dedo, distrae de la contemplación de la totalidad de una existencia que se parece, en el mejor de los casos, a una hoja en blanco atrapada en el rodillo de una máquina de escribir; y, en el peor, a la última hoja de un cuaderno usado para algo tan creativo y excitante como llevar la contabilidad en una tienda de abarrotes.

Mientras regresa la inspiración, y tratando de mantener el buen ánimo de los fragmentos de las cosas que aman los chicos de The Rapture, hago una lista de aquellas ideas que, adecuadamente desarrolladas, podrían haber ocupado el espacio de este post fragmentado:

1) El nuevo disco de R. E. M. No está de más decirlo: pero R.E.M. fue mi primera banda favorita y Michael Stipe una especie de primer gurú, en la época de mi adolescencia real (no la metafórica, de la que creo no podré salir nunca). R.E.M. hizo un disco perfecto (Automatic for the People) que deprime y llena de energía a partes iguales. Stipe, con esa aura de profeta místico e indigente que ha perdido la razón y deambula por las calles de Nueva York, hacía cine, política y se declaraba el mejor amigo de Kurt Cobain. Hoy tengo que cerrar un poco los ojos para enfocar esos días lejanos. Hoy uso lentes y tengo un trabajo serio. Hoy Stipe ha perdido casi todo el pelo y sigue bailando como cuando su cráneo estaba cubierto por unos rizos rubios que constantemente obstruían la contemplación de sus ojos azules. Siendo y no los mismos, Stipe y compañía están a punto de editar un nuevo disco: Accelerate, del que ya he escuchado un primer avance, la canción “Supernatural Superserious”. Es muy pronto para decir si esta pieza me gusta o no. Es el R.E.M. típico y no lo es; se aprecia la vena creativa de siempre, pero también el paso del tiempo. Ojalá que esas ganas de meter el acelerador a fondo, que se anuncian en el título del disco, se reflejen en Accelerate. Un dísco nuevo y por escuchar de R.E.M. no es cosa de todos los días. Eso bien ameritaba un post.

2) Lo mucho que me gusta la línea de “Corazón de neón” en la que Javier Gurruchaga canta que “la ciudad es un pájaro herido, envuelto en papel celofán”. Porque muchas de las cosas que pasan en la Ciudad de México son eso, un pájaro herido envuelto en papel celofán. En la Ciudad de México, la tragedia siempre está a punto de ocurrir, pero se diluye en el buen humor provocado por la música guapachosa de algún vendedor ambulante; un individuo te asalta y al final de la operación comercial forzada te desea que tengas un buen día y que la Virgen de Guadalupe te cuide para que nada malo te pase de regreso a casa; los asesinatos más sádicos son cometidos en nombre del amor; el suicida tiene que sonreír porque se da cuenta de que es fin de quincena y se le ha terminado el gas con el que pensaba acabar con su vida, así que tendrá que posponerlo hasta que llegue de nuevo el pago. Siempre ese “pájaro herido, envuelto en papel celofán” me recuerda aquel cuento de Octavio Paz en el que un chico le quiere arrancar los ojos a un fuereño que los tiene de color azul, porque le prometió a su novia conseguirle un ramillete de ojos azules.


3) ¿Por qué razón alguien da el nombre de “Heidegger” a un local que se dedica a vender helados y paletas de hielo? El detalle es delicioso: uno va subiendo el camino rumbo a la Preparatoria del Gobierno del Distrito Federal que se encuentra en Xochimilco, y un poco antes de llegar, a la izquierda, se encuentra con un local que vende este tipo de viandas y que lleva por nombre el del filósofo alemán. Como sé que la filosofía no es una actividad particularmente lucrativa, puedo imaginarme una historia que es la de muchos filósofos profesionales sin campo laboral para ejercer. A punto de terminar la carrera, el filósofo en cuestión se obsesiona con la filosofía de Martin Heidegger, con desentrañar el significado de su idea según la cual el ser no se reduce a los entes (quizás porque los entes que constituyen el universo particular del filósofo heideggeriano son grises, obtusos y no lo inspiran a nada). Pero como el joven aspirante a filósofo se ha quedado sin recursos económicos para seguir escribiendo una tesis en la que ya lleva enfrascado demasiado tiempo, decide contribuir a la economía familiar y hacerse cargo del negocio de paletas heladas. Colocar el nombre del filósofo alemán que da sentido a su vida, le otorga un motivo de felicidad diario al chico obligado a comportarse como adulto. Y es que pocos fetichistas como los filósofos: para mí, en la época laboral más difícil (cuando enloqueció el que era mi jefe en aquel momento, y empezó a adoptar tácticas de intimidación dignas de Milosevic), las Lecciones de ética de Kant, colocadas permanentemente sobre mi escritorio y sin abrir, eran la marca para recordarme la razón por la que había terminado confinado en ese lugar.

4) Lo mucho que me gusta la línea de “De perros amores”, la canción de Control Machete y Ely Guerra para la película Amores perros, en la que se escucha como pregunta incómoda “¿Cuantas veces se ha detenido el sol a mediodía porque ya no quiere vivir más atardeceres?” Y si el sol no se deprime por hacer lo que irremediablemente tiene qué hacer, ¿por qué hay veces que ya no tengo fuerza para pensar en siquiera sobrevivir hasta el atardecer? ¿Por qué uno siempre se rebela a la rutina que la mayoría de la humanidad adopta sin chistar: nacer, crecer, reproducirse, mantener vivo el cuerpo y morir? La canción hace parecer que preocuparse por el sol y si éste tiene ánimo o no de llegar al atardecer, deja de ser una abstracción filosófica para convertirse en una pregunta dolorosa y cotidiana. “¿Qué pasaría si las flores sólo se marchitaran o sólo se quedaran como botones”: esa es otra de las líneas más hermosas de la canción que ameritaba también un post.

5) Wonderboys y la pregunta de Edmundo. Alguna vez, Don Edmundo me preguntó por qué uno prefiere la cómoda rutina frente a la fresca sorpresa, y me dijo que por eso le gustaba tanto el título que Ximena Sariñana dio a su disco, es decir, Mediocre. También me preguntó por qué parece que la intolerancia es un síntoma de envejecimiento, por qué los años acumulados nos hacen desesperarnos con más facilidad. Siempre prometí escribirle un post sobre Wonderboys, la peli de Crustis Hanson sobre la novela de Michael Chabon, que habla de eso: de crecer, correr y tropezarse; de aprender a ser un héroe de la propia historia y aprender a ser intolerante hacia todas las cosas que nos lastiman; de lo heroico que resulta encontrarle sentido a la vida, aunque éste sea pequeño, opaco y radique en alegrías más bien minúsculas, como disfrutar del caramel macchiato o alegrarse porque la coca cola zero ya no contiene ciclamida. En la peli, el personaje principal (Tobey Maguire, quien carga siempre en su mochila con la biografía de Montgomery Clift) es un chico confundido, capaz de recitar los suicidios ocurridos en el star system hollywoodense desde su creación, pero que no puede dejar de decir mentiras. Este chico acabará observándose a sí mismo como el prodigio que es, no a causa de su talento literario excepcional ni de su capacidad para vincularse con la parte más vulnerable de las personas, sino por haber aprendido a encontrar (¿constuir?) su lugar en el mundo y a localizar un par de ojos reales (no los de Montgomery Clift) en los cuales descansar su mirada, para refrescarla y limpiarla. Por eso es que el post sobre Wonderboys era una forma de responder a las preguntas de Don Edmundo.