Sunday, April 06, 2008

De humor para probar la tarta de zarzamora


¿Por qué al final del día la tarta de zarzamora permanece intacta cuando todos han decidido cortar y saborear, hasta hacerlo desaparecer, el pastel de queso con chocolate? La razón es imposible de saber. Ambos postres, quizá, fueron preparados con la misma dedicación y amor de quien ama su trabajo, o de la misma manera mecánica y rutinaria por quien está harto de cocinar para los demás. Pero el resultado es que una tarta fue elegida y la otra no, una fue motivo de discusión en la sobremesa por su sabor incomparable y la otra se quedará en el fondo del refrigerador hasta que alguien la tire a la basura. No hay razones mejores que otras para elegir un sabor sobre otro. Incluso, como dice uno de los desencantados personajes de My Blueberry Nights, si el vodka tiene un sabor fuerte y no particularmente grato, lo seguimos tomando porque anhelamos su efecto de languidez sobre el cuerpo y de adormecimiento sobre los pensamientos. He allí una buena razón, posterior a la elección, para decidir embriagarse con vodka la noche en que queremos evitar pensar en el desamor y en los motivos que llevaron a la persona a quien amamos de manera desesperada a decidir –simplemente– que nosotros somos la tarta de zarzamora que merece quedarse sin probar.

En el corazón de My Blueberry Nights, Wong Kar Wai sitúa una cafetería en Nueva York, donde se encuentran, a propósito de unas llaves extraviadas y una discusión sobre las puertas que se cancelan para siempre si el dueño no regresa a reclamarlas, dos personajes –Jude Law y Norah Jones– que sólo tienen en común el buen ánimo y la reciente pérdida amorosa. Como si fuera el ojo del huracán en el que las cosas permanecen en calma –en un caos calmo–, la cafetería será el espacio para discutir sobre el amor, el destino, la soledad, las cosas que hacen a la gente encontrarse y separarse, todo acompañado de la rebanada de la tarta de zarzamora que ninguno de los comensales quiso probar.

Jude Law, Norah Jones, Chan Marshall (también conocida como Cat Power), Natalie Portman, Rachel Weizs y David Strathairm (la tristeza personificada), son filmados por la cámara de Wong Kar Wai mientras hablan, ríen, lloran, acompañan a quien necesita de la compañía o demandan la presencia de un extraño que escuche atento sin juzgar con dureza. Ellos son retratados a veces en cámara lenta, otras bañados por luces de neón, con una música de fondo lánguida y hermosa que los hace parecer aún más sensuales en su depresión. Como si los sentidos fueran exacerbados por el cuerpo que anhela el encuentro amoroso y la certeza de que ese encuentro es, por ahora, imposible. Por supuesto, es la misma historia que Wong Kar Wai ha filmado, de distintas maneras, desde el inicio de su carrera. Jude Law podría ser Tony Leung en Happy Together, y ambos ensayarían las mismas miradas de contención y alegría por el encuentro destinado a no concretarse en el acto amoroso. Norah Jones podría ser Maggie Cheung en In the Mood for Love, detenida sobre su tacón derecho, antes de abrir la puerta que la separa del amante del que sabe que no podrá separarse si decide ceder a la tentación. Las llaves se extravían, pero aun recuperándolas, no siempre la persona que anhelamos está al otro lado de la puerta esperando. Con My Blueberry Nights, el extranjero que es Wong Kar Wai se ha instalado a vivir en un país propio –como Wenders con Paris, Texas, como Von Traer en Dogville–, que a veces se parece a Estados Unidos. En cualquier caso, se trata del país de la tristeza, poblado de cafeterías a las que sólo llega gente melancólica, cansada de pelear por llamar la atención sobre la conveniencia de tomar lo que otros han despreciado en el pasado; un territorio donde sólo se sirve la tarta de zarzamora que nadie quiso probar antes. Las noches sabor a zarzamora de unos son, de manera paradójica, las mismas noches de quienes no necesitaron el sabor dulce de un postre si pudieron probarlo directamente de los labios de ese oscuro objeto del deseo que, en muy contadas ocasiones, se vuelve real…