Monday, February 28, 2011

Extremadamente fuerte, increíblemente cerca y completamente iluminado

De acuerdo con Jonathan Safran Foer, lo opuesto del silencio no es la literatura -porque las letras pueden usarse para describir el propio silencio o contar sobre lo difícil que es comunicar el dolor o la alegría- sino la risa. Allí están los chistes sobre judíos para probarlo. Dice Foer que, si un judío está en el metro de Berlín y se queja de que los trenes apestan y hay demasiada gente, su amigo también judío lo calmará diciéndole: “Recuerda que los alemanes son expertos en eso de organizar el transporte de personas en tren”. ¿Por qué nos reímos? Porque esperamos que, al final del chiste, la sonrisa aparecerá en la boca de los judíos. Porque reír es estar vivo. Y los muertos no pueden reír. Por eso la risa es lo opuesto del silencio. Incluso, cuando reímos nos relajamos de tal manera que los dientes se muestran de forma impúdica y la voz alcanza notas agudas que contradicen la gravedad y solemnidad que queremos dar a nuestras palabras. Reímos porque hemos sobrevivido. Reímos porque no estamos solos y parece que otros también han sobrevivido para escuchar un chiste de judíos.

Conozco dos de las novelas de Foer, Everything is Illuminated yExtremely Loud and Incredibly Close. Ambas tratan de la muerte violenta y el hueco que deja en quienes la experimentan como sobrevivientes: la primera, se sitúa en el espacio de la memoria sobre el Holocausto -que ya sabemos no es un Holocausto, sino el exterminio sistemático de personas por el hecho de su condición racial o los prejuicios que asociamos a ella- y la segunda en el duelo pospuesto de un chico por el padre muerto en el 9/11. Al final de ambas, aflora la sonrisa: ésa que es patrimonio del sobreviviente, de quien sabe que peores cosas podrían pasarte que escuchar un chiste políticamente incorrecto desde la comodidad de tu sobremesa.

El más reciente libro de Foer, Eating Animals, es un ensayo que se ocupa de nuestros hábitos alimenticios. Siendo él mismo un vegetariano, Foer afirma que se aburre profundamente con quienes predican y hostigan a los carnívoros sobre la inmoralidad de sus hábitos alimenticios. No obstante, cree moralmente relevante contar completo el chiste: no es que las granjas donde se crían las criaturas que nos comeremos sean lugares de felicidad como los que visitan los niños de Plaza Sésamo. Al contrario, esos espacios son terriblemente crueles y deshumanizan a quienes tiene que trabajar degollando animales, confinándolos en espacios miserables y sucios, obligándolos a comer hasta que literalmente mueren de abundancia. La cuestión no es tanto preguntarnos por qué no podemos comer carne sino por qué no debemos hacerlo. En el primer caso, se trata de un enfoque sobre la potencia del hombre como única criatura capaz de utilizar la razón para anticipar el sufrimiento de otros seres, planearlo cuidadosamente y sacar la mayor ventaja. En la segunda pregunta, lo que aparece es el individuo estableciendo una relación crítica con sus propios hábitos: ¿realmente es necesario infligir tanto sufrimiento a otro ser vivo? ¿Necesitamos que el centro de nuestras festividades sea un pavo al que nunca se le permitió extender sus alas en toda su amplitud? ¿No nos degradamos a nosotros mismos subiendo el volumen a la música para no oír la agonía de los cerdos u otras especies? El dolor, como la risa, se expresan en voz alta -increíblemente fuerte y extremadamente cerca-; pero después del dolor surge el silencio, mientras que la risa sólo trae como consecuencia un dolor de quijada cuando es prolongada y el deseo de contar más chistes.