Thursday, September 28, 2006

Ángeles de Piedra

"Cuando más me gustan es cuando los ángeles son solamente estatuas, porque conmemoran la muerte pero a la vez sugieren un mundo donde nadie muere. Están hechos de los materiales más pesados de la tierra, la piedra y el hierro, pesan toneladas pero son alados y a su vez son motores e instrumentos para el vuelo. Louis les va a contar su historia..."



Y, después, en la obra de teatro Ángeles en América (hecha también película para la televisión por HBO), Louis, el amante de Prior, quien acaba de decir por qué le gusta tanto el ángel de la fuente Bethesda en Central Park, nos explica cómo el ángel Bethesda bajó en el templo de Jerusalén para hacer surgir un manantial que curaba las enfermedades y las penas. Un día el manantial se secó, pero volverá a fluir cuando el Milenio (con "M" mayúscula) se aproxime...

No sé por qué me conmueve tanto esta escena final de la obra de Tony Kushner. Quizá sea por esa contradicción entre el peso y las ganas de volar que Prior descubre en los ángeles y en los seres humanos. Quizá sea porque Prior renuncia a la tarea de profeta que el ángel negro le ha encomendado en los delirios que el virus del SIDA le provoca, alegando que los profetas tienen que permanecer estáticos y a él le gusta el movimiento. Quizá sea porque el ángel de Kushner es la versión posmoderna del ángel de la historia de Walter Benjamin: ambos se resignan a seguir viviendo, a verse arrastrados hacia el futuro y a contemplar la pila de escombros en que se ha convertido la historia. ´

Saturday, September 23, 2006

Uno de los más raros especimenes de estudio para la criptozología: la gusana ciega






Inflamación de la corteza cerebral,
la madre guarda su dolor embarazada.
Los ángeles besaron su visión y su corona.
Bajamos del sistema para tocar tu frente.
Todos tenemos alas,
Todos brillamos bajo el sol.
Metamorfosis personal inesperada,
deformidad del corazón sintético.
Soñar con ser distinto,
Ser especial y no estar solo.


Cuentan los estudiosos de la criptozología que uno de los animales más extraños de los que se tienen noticias como sobreviviente de tiempos lejanos y disidente de la evolución, es una especie de gusano ciego que vive en las costas de Nueva Zelanda: el gusano no tiene ojos y sólo una boca enorme que lo devora todo a su paso. El gusano ciego de marras –y la hembra, es decir, la gusana ciega– hiptnotiza a sus víctimas –nos tendrían que explicar los criptozólogos cómo, si no tiene ojos– y una vez que se hallan sumidas en un dulce sopor, los devora enteros. Claro que sólo puede hacerlo con especies pequeñas, presas de alguna deformidad y que quieren salir al sol para imaginar que tienen alas para volar lejos de sus cuerpos y almas incapaces para desarrollarse correctamente en el mundo. Así es la gusana ciega: un ser que hipnotiza antes de darte el mordisco, un dulce venenoso, un circo ambulante que ya no deja salir vivos a quienes se atreven a presenciar los desquiciados actos de contorsionismo que suceden en su interior.

PD: Las fotos están medio borrosas, porque las hizo un sobreviviente del mordisco de la gusana ciega, pero pueden verse claramente en el fondo de algunas de éstas las imágenes de algunos políticos mexicanos que son tan venenosos como la gusana ciega, pero sin su encanto hipnotizador.

Poder felino







Once I wanted to be the greatest
Two fists of solid rock
With brains that could explain
Any feeling
Lower me down
Pin me in
Secure the grounds
For the lead
And the dregs of my bed
I've been sleepin'
For the later parade
Once I wanted to be the greatest
No wind of waterfall could stall me
And then came the rush of the flood
Stars of night turned deep to dust.


Cat Power en el Ex-Nafinsa. Chan Marshall, por fin, en México. Alguna vez escribió Kafka que, cuando el tren pasaba enfrente de ellas, las personas enmudecían automáticamente. Como si la presencia de tanta velocidad y la certeza de que ese artefacto se dirigía a un lugar lejano –quizá mejor que desde donde se observaba el paso del tren– les sirviera para suspender, por un momento, su incredulidad ante la posibilidad del cambio. Cuando Chan Marshall empezó a tocar su piano, con una cadencia a baja velocidad, fue como si el tren pasara frente a nosotros, haciéndonos enmudecer automáticamente y pasmar nuestros cuerpos. En los trenes las personas viajan acomodadas en compartimentos de acuerdo al precio del boleto que pagaron. Sobre el escenario del Ex–Nafinsa, vimos pasar a gran velocidad una sucesión de personalidades mal acomodadas en un solo compartimento: el cuerpo encorvado de esta mujer que cuando no siente a gusto con sus calcetines se los quita y cuando tiene ganas de ir al baño, simplemente se disculpa y se va. A mucha gente, esto le pareció molesto. A mí, me pareció simplemente fascinante.

Tuesday, September 19, 2006

Nostalgia por el fin del mundo ocurrido en 1987








Pues, así es, en 1987 tres jóvenes de la Atenas gringa festejaban que por fin hubiera ocurrido el fin del mundo y ellos siguieran sintiéndose bien. “It’s the end of the world as we know it… and I feel fine!”, cantaba un Michael Stipe aún con cabello y todavía sin conocer a Bono para hacer conciertos a beneficio de causas sociales loables. En aquellos años yo tenía apenas 9 de edad, y nunca se me hubiera ocurrido que alguien allá afuera de los estrechos límites de mi mundo estaba escribiendo música tan poderosa como la que hacía Stipe acompañado de Mike Mills, Peter Buck y Bill Berry. Ellos –dicen los que saben mucho de esto y no pierden la oportunidad de decirlo en público–, fueron los padres de la escena alternativa estadounidense y el antecedente directo de bandas como Nirvana y Pearl Jam. Pero todo esto no lo sé de cierto, sólo lo supongo.

R.E.M. y yo fuimos formalmente presentados en el año de 1991, a través del éxito masivo que significó “Loosing my religión”, y que ha sido cantada en fiestas de nostálgicos de la década de 1990, destrozada por los microbuseros que la entonan cada vez que pasa en la estación de radio de las “viejitas pero bonitas” e interpretada –según leí alguna vez en la página web de un predicador protestante gringo– como el himno de un chico protestante arrepentido de la práctica del onanismo. En ese entonces quedé fascinado por el “Out of Time”, el disco que contenía la multicitada rola. ¿Quién me iba decir que el año siguiente los de Athens editarían “Automatic for the People”, el disco que muchos consideramos es su obra maestra? De allí salieron canciones como la del homenaje a Andy Kaufman y que después Milos Forman haría el leit motiv de su película sobre este personaje: “Man on the moon”; rolas como la de la dulce desesperación suicida que expresa “Everybody hurts” y que todavía frecuento en los días de depresión (que últimamente han sido muchos); o auténticos himnos a la resistencia del espíritu como el de “Nightswimming”. “Out of Time” fue el primer disco que R.E.M. grabó con Warner y, por aquel entonces, se convirtió en la banda alternativa con el contrato millonario más sustancioso en la industria.

Y, sin embargo, antes de Warner estuvo I.R.S, la pequeña compañía que primero creyó en ellos y les editó maravillas como el “Lifes Rich Pageant” o el “Murmur”. Ahora, acaba de editarse en un disco doble el legado de R.E.M. de aquellos años en I.S.R. Se reúnen canciones muy conocidas por todos, que muchas veces me acompañaron en la época de la preparatoria y la universidad, en sus versiones de casetera, cuando había que desvelarse para terminar un trabajo final para el día siguiente y la única compañía era la voz de terciopelo ajado de Michael Stipe cantándome en sesión privada “Talk about the Passion”, “Driver 8”, “Gardening at Night” o “Cuyahoga”. Entre las reliquias de la época en I.R.S. apareció, para mi sorpresa, una versión primigenia, desfachatada y, por qué no decirlo, acojonante de “Bad Day”, una de las “nuevas” canciones aparecida en “In Time: The Best of R.E.M” del año 2003. Después de esta recopilación de éxitos, la banda sólo edito un disco no muy afortunado, “Around the Sun” y hasta el momento permanece la interrogante sobre su futuro.

A mí que me sobran los motivos para ponerme nostálgico, me puso en un estado de felicidad triste o de tristeza feliz –como decía Milan Kundera en La insoportable levedad del ser– el constatar que quizá los mejores años de la que es mi banda favorita ya han pasado. Decía que el “Automatic for the People” me parecía una obra maestra. La desgracia con aquellos que producen su obra maestra es que después están condenados a ir cuesta abajo. Le pasó a Steven Soderbergh con Sexo, mentiras y video y –me duele decirlo– le está pasando a R.E.M. Si comparo la versión temprana e inacabada de “Bad Day” de 1987 y la versión definitiva, de estudio y pulida de 2003, me parece que la última sigue teniendo la fuerza de la voz camaleónica de Stipe, la guitarra de Buck y el bajo dulzón de Mills, pero se ha perdido algo del desparpajo y la incorrección lúdica que la primera preservó de manera sorprendente. Después de “Automatic for the People”, vinieron “Monster”, “New Adventures in Hi-Fi”, “Up”, “Reveal” y el mencionado “Around the Sun”. En todos ellos hay muestras de genio: “What’s the Frecuency Keneth”, “E-Bow the Letter” (una de mis canciones favoritas de siempre), “Why don’t you Smile?”, “Imitation of Life” (la mejor rola que se puede corear en un concierto de R.E.M. porque acaba contagiando con su dulzura venenosa a todo el público) o “Leaving New York” (que razón tenía Stipe cuando cantaba: “It’s easier to leave than to be left behin… Leaving was never my proud”). Pero también es cierto que los discos en su conjunto denotan una cierta dosis de cansancio.

No sé si la de la R.E.M. sea una actitud de viejo sabio, de resistirse a correr cuando todo el mundo exige novedades que se puedan vender y desechar en menos de una semana. Me enorgullece ver que Stipe no he cedido frente a quienes quieren que maquile otra nueva “Shinny Happy People” y que, practicando el vegetarianismo y su compromiso con el comercio justo, no ha caído en la actitud mesiánica de Bono. Y eso ya es algo. No sé hasta qué punto la relación entre este cuarteto convertido en trío –como todas las relaciones amorosas y de complicidad– haya terminado por perder su lustre inicial y a la pasión la haya sustituido alguno de los sentimientos asociados al compañerismo y la solidaridad. Sólo espero que Michael Stipe se de un tiempo entre la producción de películas independientes, los duetos con Chris Martin y Brian Molko y los coqueteos musicales con Serge Gainsbourg, para desempolvarse un poco la calva y volver al camino salvaje que conoció las mejores obras de R.E.M. Evidentemente, el cabello no se recupera, la actitud incendiaria de la juventud tampoco, pero siempre queda la posibilidad de ensayar nuevas versiones de aquellas viejas experiencias. A fin de cuentas, los grandes autores siempre hacen variaciones sobre un mismo tema. A fin de cuentas, hasta Andy Kaufman regresó de la tumba. A fin de cuentas, el fin del mundo ya ocurrió en 1987 y yo sigo sintiéndome bien cada vez que escucho una rola de R.E.M.

Sunday, September 17, 2006

Carta a Santa Claus, a mediados de septiembre

Ha sido una semana muy movida: el lunes Franz Ferdinand y el jueves The New Pronographers. Me acordé de lo mucho que disfruto escuchar música en vivo, sintiendo que el bajo y la batería (aunque estén mal ecualizados) me retumban en el pecho, y al día siguiente amanezca con un zumbido en los oídos (señal de que empiezo a estar en la edad en que ya no debería desvelarme tanto). Me gustaría ver a tantos músicos en vivo, y no sólo a través de los videos del You Tube. Hasta el momento, he cumplido algunos de mis sueños: como escuchar en vivo a Moby, R.E.M., Ute Lemper, Gustavo Cerati, Madredeus, Mecano (cuando iba en la secundaria), Michael Nyman, Philip Glass, Red Hot Chilli Peppers, King Crimson. Ayer por la noche escuché que probablemente venga Morrisey a México y me puse a pensar en tantas bandas y solistas ante los que me gustaría perder la compostura y volverme un fanático histérico que corea las canciones y grita aunque no deje oir al de junto. He aquí mi lista de peticiones a Santa Claus, OCESA, o la instancia encargada de cumplirlas:

1) Radiohead (quiero oir la voz de Thom Yorke, que siempre recuerda a los gemidos de un animal desesperado atrapado en una trampa de cazador).
2) Björk (creo que el sólo hecho de verla en un escenario, con ese físico totémico, sería impresionante).
3) Morrisey (nunca pude ver a The Smiths, pero con los años Morrisey sigue demostrando que él siempre fue el dueño de la fórmula secreta para hacer grandes canciones, unas bailables y otras para cortarse las venas, unas como "You have killed me" o "I have forgiven you Jesus").
4) The Arcade Fire ("Alexander, our oldest brother, set off for a great adventure...").
5) Leonard Cohen (no me imagino cómo debe ser escuchar "Suzanne" o "Everybody Knows" en vivo).
6) Sufjan Stevens (mi segundo cristiano favorito, después de Moby).
7) Gogol Bordello (60 revolutions per minute, this is my regular speed).
8) Yann Tiersen (quiero ver cómo convierte en esa música tan tierna y poderosa el sonido de los juguetes infantiles con los que se sube al escenario).
9) Scissor Sisters (no importa que ese día no me sienta de humor para bailar).
10) Belle & Sebastian (aunque todavía me siento ofendido por la cancelación de su reciente visita a México, así que si vienen me mostraré frío y distante).
11) Portishead (la voz de Beth Gibbons es otra de las formas en las que el dolor y la desesperación se vuelven placenteros, si es que cabe imaginar tal cosa).
12) Air (no me había dado cuenta cuánto me gustaban, hasta que en un ataque de melancolía escuché su obra completa de un sólo tirón).
13) Bright Eyes (el niño prodigio del indie, que va del rock al electrónico, pasando por las baladas desgarradoras, sin siquiera inmutarse de tan talentoso que es).
14) Kings of Convenience ("I'd rather dance than talk with you...").
15) Sigur Ros (¿cómo sonará en vivo el "Agaetys Birjun" cantado en Hopelandish por Jonsi, el vocalista que con Thom Yorke y Beth Gibbons comparte una capacidad inusual para provocar el transe con las notas musicales que produce su voz?).

En fin, la botella ya fue tirada al mar, esperando que algún ejecutivo de OCESA la recoja.

Friday, September 15, 2006

Lo que se vende en estos días como la nueva pornografía

We quit the room
Quit so our thoughts could rest
Rest them, I'll never move?
That's when we grab a hold
Of whatever it is we fell into
Lousy with your content
With what the majestic cannot find
In business of your lives
The perception, it is wrong, mile after mile
The phantom taste drinking wine from your heels





Valió la pena esperar las 3 horas y media entre que empezó a tocar Polen y
cuando, por fin, empezó la orgía musical de los nuevos amos de la pornografía, el día de ayer en el Salón 21...

Tuesday, September 12, 2006

La Tour de Franz





So they say you're a trouble boy
just because you like to destroy
all the things to bring the idiots joy,
but What's wrong with a little destruction?

(Genial el concierto de noche... Si tuviera uno de estos cada semana como catársis, no necesitaría psicólogo)

Monday, September 11, 2006

¿El mal es el problema fundamental de la teoría política contemporánea?

En el año 1945, Hannah Arendt escribió lo siguiente a propósito del libro "The Devil's Share", de Denis de Rougemont:

"The reality is that 'the Nazis are men like ourselves'; the nightmare is that they have shown, have proven beyond doubt what man is capable of. In other words, the problem of evil will be teh fundamental question of postwar intellectual life in Europe -as death became the fundamental problem after the last war. Rougemon knows that ascribing all evils and evil as such to any social order or to society as such is 'a flight from evil and analyzing the nature of man, he in turn ventures into a flight from reality and writes on the nature of the Devil, thereby, despite all dialectics, evading the responsibility of man for his deeds" ("Nightmare and Flight", en Essays in Understanding 1930-1945, Nueva York, Harcourt Brace Company, 2004, p. 134).

A cinco años de lo ocurrido, Bush sigue pensando que es el diablo, y no la responsabilidad individual que se puede juzgar y sobre la que se puede emitir una sentencia judicial, el principal problema relacionado con las expresiones del mal en nuestro mundo.

Todo el respeto del mundo para quienes perdieron a sus seres queridos ese día y a quienes han muerto a causa de la histeria de Bush. A éste último sólo le deseo un juicio justo por parte de la historia y que la sociedad estadounidense le exija cuentas de sus actos, como ha hecho con otros criminales de guerra en el pasado.

PD: El libro de Jonathan Safran Foer, Extremely Loud, Incredibly Close, es un intento por saldar cuentas con el pasado. No está de más revisarlo.


Sunday, September 10, 2006

Manual de estrategias para sobrevivir en América Latina

Si se es latinoamericano, en estos días y no se pertenece a la clase política o económica privilegiada ni se goza de los beneficios de la corrupción, uno tiene dos opciones: o se desarrolla un sentido del humor a prueba de balas, o bien siempre queda la posibilidad de joder al vecino para ganar un poco de tiempo. Una canción del finado grupo James decía algo así como que “salirse con la suya cuando todo está jodido, de eso se trata la vida”. Lo digo a propósito de dos películas que en estos días coinciden en la cartelera de la Ciudad de México y que, cada uno a su modo, retratan a personajes en situaciones límites y marginales que, en el caso de En el hoyo, desarrollan el referido sentido del humor a prueba de balas y, en lo que se refiere a Buena vida (delivery), eligen la vida del parasitismo “mientras la situación mejora” –lo cual se intuye que nunca pasará.

En el hoyo, del mexicano Juan Carlos Rulfo, es, por fin, el escape del universo personalísimo que le heredó a este cineasta su padre, el autor de El llano en llamas. Por fin, Rulfo abandona esa mirada que personalmente me parecía un tanto ombliguista, que le había hecho volver la vista hacia Comala y sus habitantes, en busca de las claves cinematográficas para comprender la obra de Rulfo padre. Pues bien, tomando distancia de Comala y los personajes reales escapados de ella como el Abuelo Cheno, Rulfo encuentra en la construcción del Segundo Piso del Periférico (una de las tres vialidades más importantes de la Ciudad de México) un escenario afín al universo rulfiano, pero también enriquecido por la manera en que Rulfo hijo ha encontrado su propia voz entre los cineastas mexicanos. Curiosamente, como sucedía con Gabriel Orozco, La canción del pulque o La pasión de María Elena, quienes han sacado la cara por el cine nacional han sido fundamentalmente documentalistas. No es tan extraña esta proliferación del género en un país que necesita explicarse su realidad, su tortuosa transición a la democracia, el empobrecimiento de la calidad de vida de sus habitantes y las formas excéntricas y desesperadas que construyen para sobrevivir. Vamos, qué hasta un veterano del cine como Arturo Ripstein se ha sentido en la necesidad de reexaminar la evolución de la izquierda y los grupos guerrilleros en Los héroes y el tiempo. Ser latinoamericano, mexicano, pues, sin morir en el intento. La película de Rulfo da voz a un grupo de dignísimos trabajadores que participaron en la construcción de ese monumento al ego de López Obrador que es el Segundo Piso del Periférico: son ellos quienes dejaron su alma en los cimientos, quienes empeñaron el tiempo que podrían haber dedicado a sus familias, a cambio de un salario muy modesto. Y allí es donde radica el trasfondo de crítica social de Rulfo: no es posible entender la vitalidad de esto seres humanos preocupados por generar lazos de solidaridad en las entrañas de la tierra o en la cima de la construcción, arriesgando su vida a cada momento, sino como una respuesta desesperada frente a la adversa situación económica del país. Estos mexicanos se hacen responsables de sí mismos, generando formas de empleo que les permitan sobrevivir, porque hay toda una clase política y económica que ha eludido esa responsabilidad. A lo más, saben que lo único que obtendrán de la obra monumental es un sueldo bajísimo que tendrán que complementar con otras formas de subempleo, además de los insultos de la clase media mexicana que todos los días pasa junto a ellos culpándolos de la demora hacia sus citas y trabajos. Como dice uno de los personajes más entrañables de la película, a todo se acaba acostumbrando uno, menos a trabajar. En suma, En el hoyo es una de las mejores películas mexicanas que se han visto en mucho tiempo, y Rulfo uno de los pocos cineastas nacionales que ejerce la crítica social al margen de las ideologías o de la complacencia clasemediera. Mención especial merece el trabajo musical de Leonardo Heiblum, que en determinados momentos evoca las sinfonías electrónicas urbanas en las que se ha hecho experto Wakal.

En el caso de la película Buena vida (delivery), nos encontramos frente a una muestra más de la que sin duda es la cinematografía más saludable en Latinoamérica, es decir, la argentina. Leornaro Di Cesare hace una obra que recuerda, por el filo de su crítica social implícita, a El perro de Carlos Sorín y, a causa de su estilo directo y económico pero no por ello menos lírico, a La ciénaga de Lucrecia Martell. En Buena vida (delivery) asistimos a la la farsa que una familia de desplazados sociales se ve obligada a representar frente a quien lo permite por su buena voluntad, para sobrevivir, para ganar un poco más de tiempo y de vida mientras el mundo acaba de joderse. Hay que engañar para sobrevivir y hay que saber reconocer al posible engañador para no ceder a la tentación de la bondad. Los personajes de Di Cesare conocen la implicación de los sentimientos en el absurdo existencial, en este caso determinado por la crisis económica –un tema que ya había tocado a su manera Arturo Ripstein en Principio y fin. Corremos para ganarle el lugar al vecino, nos apuramos para conseguir la única oportunidad disponible para cientos de personas que la quieren, ¿pero qué queda después de todo ello? ¿Qué queda cuando sabemos que hemos ganado la carrera por la sobreviviencia a costa de nuestros amigos? ¿No acaba siendo el amor sincero algo muy parecido a una comodidad burguesa? En la película de Leonardo Di Cesare no hay lugar para la complacencia: los personajes son evidenciados en todas sus ambigüedades, son generosos pero también capaces de ponerle el pie al amigo para ganarse el pan de cada día. Un poco como la Rosetta de los hermanos Dardenne. Pero Buena vida (delivery) no elude el juicio de sus acciones ni la asignación de responsabilidad: si se quieren usar los recursos de la corrupción y resolver la ausencia de autoridad apelando a la fuerza, uno mismo puede salir vapuleado, del cuerpo, del alma y del corazón.

Saturday, September 09, 2006

¿Será cierto?

Va la reflexión final de "Efectos secundarios", puro lugar común, pero que ahora que se acercan mis 28, como que me caló:

En el fondo, no hay nada que hacer. Siempre tendrás dieciocho, porque eres joven sólo una vez, pero inmaduro para siempre. No hay instrucciones para cumplir treinta. Pero si las hubiera, serían estas:

• Haz una lista de todo lo que no te gusta de ti y luego tírala. Eres el que eres. Y después de todo, no es tan malo como te imaginas un domingo de cruda.
• Tira el equipaje de sobra. El viaje es largo, cargar no te deja mirar hacia delante. Y además jode la espalda.
• No sigas modas. En diez años te vas a morir de vergüenza de haberte puesto eso, de todas maneras.
• Besa a tantos como puedas. Deja que te rompan el corazón. Enamórate, Date en la madre, y vuelve a levantarte. Quizás hay un amor verdadero. Quizás no. Pero mientras lo encuentras, lo bailado ni quién te lo quita.
• Come frutas y verduras. Neta, vete acostumbrando a que no vas a poder tragar garnachas toda la vida.
• Equivócate. Cambia. Intenta. Falla. Reinvéntate. Manda todo al carajo y empieza de nuevo cada vez que sea necesario. De veras, no pasa nada. Sobre todo si no haces nada.
• Prueba otros sabores de helado. Otras cervezas, otras pastas de dientes.
• Arranca el coche un día, y no pares hasta que se acabe la gasolina.
• Empieza un grupo de rock. Toma clases de baile. Aprende italiano. Invéntate otro nombre. Usa una bicicleta.
• Perdona. Olvida. Deja ir.
• Decide quién es imprescindible. Mientras más grande eres más difícil es hacer amigos de verdad, y más necesitas quien sepa quién eres realmente sin que tengas que explicárselo. Esos son los amigos. Cuídalos y mantenlos cerca.
• Aprende que no vas a aprender nada. Pero no hay examen final en esta escuela. Ni calificaciones, ni graduación, ni reunión de exalumnos, gracias a Dios. Felices treinta, viejo. Bienvenido al resto de tu vida.

Friday, September 08, 2006

A propósito del 11 de septiembre, cinco años atrás

"Una fotografía del 11 de septiembre"
Wislawa Szymborska

Saltaron de los pisos en llamas, cayendo
uno, dos, unos pocos más,
más arriba, más abajo.

Una fotografía los captó cuando estaban
vivos y ahora los conserva
sobre el suelo y camino al suelo.

Cada uno todavía entero,
con su propio rostro
y su sangre todavía oculta.

Todavía hay tiempo
para que se les despeine el pelo,
y para que las llaves y moneditas
caigan de sus bolsillos. Todavía están en
el reino del aire,
dentro de los lugares que acaban de abrir.

Sólo quedan dos cosas que puedo hacer por ellos:
describir este vuelo
y no agregar una palabra más.

Ripstein en ausencia de Ripstein

Habitualmente, escribir sobre cine significa compartir un punto de vista en el sentido de por qué ver, o evitar hacerlo, alguna cinta en cartelera. Esto implica, a su vez, que quien recomienda o no el acercamiento con una película comenta un poco aquello que relata, desmenuza algunos de los elementos técnicos de la misma y contextualiza la relevancia de la obra. Y aunque es temporada de verano —momento en que las carteleras se hallan dominadas por la producción estadounidense netamente comercial—, podría elegir detenerme en alguno de los oasis de talento que pueden verse actualmente: Allegro, de Christopher Boe, Fateless, de Lajos Koltai (basada en el libro de Imre Kertesz), o Gracias por fumar, de Jason Reitman. En su lugar, quiero empezar comentando algunos aspectos que me parecen relevantes en torno a la ausencia en las carteleras comerciales, y en las culturales, de la más reciente película de quien es probablemente el director nacional más respetado en el extranjero: me refiero a Arturo Risptein y su película La virgen de la lujuria. Producida en 2002 por el Instituto Mexicano de Cinematografía en conjunto con alguna instancia nacional privada y un par de empresas española y portuguesa, la película se estrenó con notable éxito de crítica en el Festival de Venecia de ese año e inmediatamente empezó su recorrido comercial por Europa. En México, la película no se ha visto más que de manera casi clandestina en una Muestra Internacional de Cine, vergonzosamente por las razones que ofreceré a continuación y que, en ausencia de la obra de Ripstein, espero motiven al lector a acercársele si es que algún día se encuentra con ella, ya sea en la pantalla grande, en el video o en el mercado informal (lo que a estas alturas, es muy probable). ¿Qué se sabe de la película? Poca cosa: que es adaptación de un cuento del escritor español exiliado en nuestro país Max Aub (La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco), que está (como las películas recientes de Ripstein) filmada en video digital de alta definición, que mantiene los planos secuencias que son característicos del cine ripsteiniano, que es una historia que enlaza la utopía amorosa con la utopía política, que cuenta con la presencia de la espléndida actriz Ariadna Gil. Muy poco. También se sabe que se ha escrito con entusiasmo de ella alrededor del mundo:

[La película empieza con] la cámara [de Ripstein] en uno de sus inconfundibles planos secuenciales, una toma de trazo vigoroso y de excepcional dificultad, de alrededor de 10 minutos de duración, que nos indica, añadida a las tomas que siguen y a la tremenda hondura del decorado, o laberinto, o escenario, o ámbito sagrado (y blasfemo) donde se celebra este insólito ritual de trágica negrura, que estamos dentro de otro de los mismos oscuros lugares poéticos donde ocurrieron La reina de la noche y La mujer del puerto, que son cine de genio, obras maestras de este inmenso cineasta de especie única. Estamos en 1939. Comienza a deslizarse por los vericuetos y laberintos de ese espacio litúrgico el trenzado del amor loco de un infeliz mexicano hacia una española rimbombante, sentimental y perdidamente enamorada a su vez de un estrafalario que la ignora. E imbricado con este juego surge otro, el de las andanzas de un grupo de exiliados políticos españoles que planean (o sueñan) asesinar al maldito Caudillo, nada menos que a Franco. El puzzle resultante es un magnífico golpe directo de cine surreal entre ojo y ojo, que fascina y que, por desgracia, también marea (Ángel Fernández Santos, El País, 8 de septiembre de 2002).

Al hablar del estado de la cartelera es difícil no dolerse de la ausencia de propuestas interesantes y no convencionales que, con un adecuado manejo por parte de los distribuidores (piénsese en los exitosos estrenos de películas tan poco ortodoxas como la inglesa Trainspotting o la argentina El hijo de la novia), podrían llegar al público que las va a ver con gusto. Resulta lamentable primero y vergonzante después el que no tengan estreno comercial las películas más recientes de, por ejemplo, directores tan interesantes como el canadiens Atom Egoyan (Where the truth lies), el portugués Manoel de Oliveira (Belle Toujours) o el español Julio Medem (La pelota vasca). Todos ellos han hecho películas que, cuando los distribuidos se han atrevido a traerlas a nuestro país, no han pasado desapercibidas por el gran público y algunas de ellas, como en el caso de Lucía y el sexo o Los amantes del círculo polar de éste último, han resultado discretos éxitos de taquilla. Hay quien afirma que las únicas películas que deberían prohibirse son las malas, independientemente de que esta sea una apreciación subjetiva. Yo creo, al contrario, que afirmar que la película debe prohibirse o verse por el juicio que alguien en particular hace sobre ella, es un atentado contra la pluralidad cultural en una sociedad democrática. Significa entendernos al público destinatario de la obra generada por un artista (o un comerciante, en el caso del cine estadounidense hecho en serie) como carente de la madurez para decidir sobre lo que queremos ver o no. Significa, también, imaginar que todos poseemos los mismos gustos y que, automáticamente, correremos a comprar entradas para la última película de Rusell Crowe y rechazaremos ver, por ejemplo, la última obra maestra del ruso Alexander Sokurov. Afortunadamente, aún hay lugar para la pluralidad y nosotros no somos lo que los comerciantes del cine piensan de nuestros gustos. Las películas deben ser promovidas para que, en igualdad de circunstancias, compitan con otros productos culturales de distinta procedencia nacional. Para que el público, como debe ser en un país que ha alcanzado la mayoría de edad, decida sobre su permanencia o no en cartelera. La protección, obviamente, debe venir del mismo público que se encuentre dispuesto a acercarse a propuestas distintas de las que comúnmente consume (como se consume por costumbre una marca de refresco de cola) o del Estado, ya sea en forma de exigencia a los capitales privados para que reserven espacios a los productos nacionales o de interés cultural o de dar una amplia difusión a los mismos. Esto último tiene sentido en el caso del cine mexicano, un sector particularmente lastimado y endeble de la producción cultural.

Pues bien, quienes no se han responsabilizado de exhibir La virgen de la lujuria, el Estado coproductor y sus productores privados, están en dos situaciones hipotéticas: o bien nos suponen lo suficientemente alienados como para perder lo invertido en la película guardándola antes que arriesgarse a estrenarla y que dure en cartelera sólo una semana; o bien piensan que nada se pierde con negarnos una opción cultural más, siendo que de todos modos no la íbamos a aceptar con entusiasmo. Esta situación se vuelve más crítica si se piensa que uno de los coproductores es una instancia estatal encargada de promover el cine mexicano de calidad (lo que quiera que eso signifique): ¿qué sucede con los impuestos invertidos en la obra? y ¿cómo es que se decidió apoyar una película que se considero valiosa en la mesa y ahora se nos prohíbe ver cuando ya está terminada? Ahora bien, el Estado cuenta con canales establecido para la exhibición del cine alternativo: está la Cineteca Nacional y los circuitos de cineclubes asociados a las Universidades públicas. Incluso se cuenta con la televisión cultural, que cada vez se parece más a la otra. De la Cineteca Nacional, me parece que su función de preservar la cultura fílmica universal está en crisis de unos años a la fecha. La así llamada Muestra Internacional de Cine, que por años había permitido ver las obras más recientes de los directores más destacados (entre ellos, el mismo Ripstein), cada vez se vuelve más una colección de preestrenos y se puebla de títulos de muy dudosa calidad. El Foro Internacional de esta misma institución cultural, que se supone debe albergar propuestas radicalmente novedosas y que a diferencia de la Muestra se piensa como menos masivo, ha llegado a incluir entre sus estrenos a películas tan convencionales como la mexicana Una buena forma de morir (¿alguien se acuerda de esta película del anodino director de Cilantro y perejil). En los años recientes se han podido ver en la cartelera de la Cineteca películas tan valiosas como Las horas y Hable con ella, y otras de calidad discutible como Amar te duele y La habitación azul. ¿Qué tienen en común los cuatro títulos mencionados? Que al tiempo que se exhibían en la Cineteca estaban en su corrida comercial en todo el país. En este escenario, ¿qué caso tiene promover cine que de todos modos está accesible al gran público, a no ser aprovechar económicamente su éxito comercial? No soy purista ni afirmo que el negocio debe estar peleado con la cultura. Al contrario, creo que la democratización de la cultura tendría que ver, en un sentido, con lograr que ésta fuera autosustentable y dependiera cada vez menos de los subsidios. ¿Cuándo fue la última vez que la Cineteca organizó por ella misma un ciclo completo de cualquier autor? Recuerdo uno dedicado a Luis Buñuel que no estuvo completo (a pesar de que buena parte de la obra de este genio aragonés se realizó en México), otro dedicado a Pier Paolo Pasolini y promovido por la embajada italiana y que, por tanto, no tenía subtítulos al español y el reciente dedicado a Cronenberg, también auspiciado por la embajada canadiense. En este panorama, parece que no hay lugar para La virgen de la lujuria no estrenada. Esperemos que una institución más sensible a la promoción de la cultura cinematográfica como lo es la Universidad Nacional Autónoma de México a través de la encomiable labor de su Filmoteca, ofrezca un espacio a la película de Ripstein o a tantas otras cintas mexicanas sin estrenar (como El cielo divido o La niña en la piedra), como lo ha hecho tan acertadamente con el cine de otras nacionalidades.

Decía que también hay cierta responsabilidad en los productores privados y en el público. Hasta donde se, si el Estado no se ha interesado en distribuir oportunamente la película, tampoco la iniciativa privada lo ha hecho. Los productores extranjeros no tendrían mayor interés en hacerlo, puesto que su inversión se recupera con la corrida en Europa y la venta al video y la televisión. ¿Qué sucede con los exhibidores mexicanos? También ellos tienen una idea muy fija (dogmática) del cine que se supone queremos ver los mexicanos. Si repasamos la obra reciente de Ripstein (desde El imperio de la fortuna hasta Así es la vida, pasando por Principio y fin, Profundo carmesí y El coronel no tiene quien le escriba), nos encontramos con la coherencia estilística de quien se interesa en subvertir los valores típicos del melodrama nacional (promovido por la televisión y el cine hasta la saciedad), cuestiona el peso de la familia en una sociedad tan tradicional como la nuestra y apuesta por la locura en un ambiente dominado por la conformidad. No son películas fáciles: muy pocos están dispuestos a acercarse a la historia de una secta que espera el fin del mundo con auténtica alegría (El evangelio de las maravillas); a la biografía imaginaria de la vida sentimental de una mítica figura de la canción ranchera de la década de 1940 y agobiada por la relación con su madre (La reina de la noche); a la de un par de asesinos que se aman tan profundamente como detestan a sus víctimas (Profundo carmesí) o a la actualización a una vecindad de la Ciudad de México del mito de la filicida Medea (Así es la vida...). Son obras que agreden porque nos enfrentan de una manera desnuda con el vacío existencial y con la manera en que los sentimientos más arraigados en el imaginario social se implican ahí. Es el retrato de un paisaje emocional devastado, tanto como los escenarios en que transcurren todas las obras de Ripstein. Es un México, en suma, que niega el medio rural de la comedia ranchera de la época de oro y que, también, cuestiona los valores de esa clase media tan retratada últimamente en la comedia urbana. Un paisaje nacional que, en definitiva, pocos tienen ánimos de ver. Sigo pensando que, como el propio Ripstein ha afirmado, es mejor salir del cine con una emoción, aunque sea la del dolor, que sin ninguna y volver a la realidad igual o un poco más alienados que como entramos. Vayamos por partes. Así es la vida... es una película que pinta una historia de traición e infidelidad desde varios puntos de vista; pero carece de la música estruendosa, la complacencia moral y la artificiosidad inútil de Amores perros. Profundo carmesí es una road movie sangrienta, violenta, que lleva hasta las últimas consecuencias la idea surrealista del amor fou y con tintes de humor negro; en ella está ausente el humor fácil y la manipulación pseudosubersiva de Y tu mamá también. El evangelio de las maravillas es un canto profano a la tolerancia religiosa y a la fe no institucionalizada; en ella no hay lugar para el escándalo oportunista ni para la pintura parcial de la fe que dio tanto éxito a El crimen del padre Amaro. Por eso es más dolorosa la ausencia de la última película de Ripstein. Cada vez hay menos lugar en la cartelera nacional para un cine mexicano que sea distinto de Amores perros, de Y tu mamá también o de El crimen del padre Amaro. Y si al público no le gusta ver más que esas historias y verse a sí mismo retratado de manera parcial, simplemente dejarán de producirse películas que no sean como Amores perros, Y tu mamá también o El crimen del padre Amaro. Si el público fue lo suficientemente maduro para desescuchar las llamadas del líder de una organización católica ultraconservadora e intolerante, el siguiente paso estaría en cuidar la pluralidad del panorama cultural, pluralidad que ha ganado y que está en riesgo de perder en otros espacios políticos. El resultado de la exhibición de La virgen de la lujuria, si es que alguna vez sucede, será un buen indicador de si ese paso está dándose o no. Lo mismo vale para la nueva película de Ripstein, recién terminada, sobre una obra de Pedro Antonio Valdés: El carnaval de Sodoma.

Thursday, September 07, 2006

Pequeños cuentos morales que deben verse



Frente a la mayoría de los cineastas actuales que rehuyen cualquier posicionamiento moral sobre el desastre de la sociedad actual o se deslizan francamente hacia el cinismo, los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne ensayan un género olvidado desde la época de Erich Rohmer: el cuento moral. Sus películas no son fábulas con moraleja, porque este género busca inducir la enseñanza desde la posición de superioridad del moralista; en cambio, son cuentos morales porque plantean algunas de las preguntas más dolorosas sobre el estado de los vínculos emocionales entre las personas que llegaron tarde a la repartición de oportunidades, entre individuos incapaces de encontrar su lugar en el mundo moderno porque han sido convertidos en lo que Zygmunt Bauman denominó los "saldos de la globalización". Plantean las preguntas, pero son tan generosos y faltos de pretensiones moralizantes los hermanos Dardenne, que dejan al espectador ensayar respuestas posibles. Como no existe determinación y lo que prevalece en estos cuentos morales es la libertad de elección, no pueden plantearse respuestas definitivas. Pero el que no haya respuestas contudentes, no vuelve irrelevante la cuestión. La pregunta tiene que hacerse si es que pretendemos poseer conciencia moral ¿Qué significa ser padre para quien nunca ha tenido uno propio? ¿Existe eso que las tradiciones comunitarias y nacionalistas llaman el instinto paterno? ¿Es posible la construcción de vínculos sentimentales sólidos en un mundo económicamente voraz que busca volver todas las cosas mercancías de consumo? Los hermanos Dardenne no enfatizan, no adornan con música lo que no necesita floritura. Sólo están allí con su cámara: registrando lo que pasa con la menor cantidad de distracciones posibles. Ficción pura, eso sí, pero con una pureza en la puesta en escena que remite a grandes maestros del cine como Robert Bresson. (En un tono y con propósitos distintos, Chabrol es otros de estos maestros de la discresión). Mientras la mayoría de los cineastas actuales (con Gónzalez Iñnarritu a la cabeza) se preocupan por hacer notar que sus películas son de ellos y de nadie más a través de un proceso de sobrestilización y abuso del encuadre múltiple y el montaje de inspiración videoclipera, los hermanos Dardenne eligen la discresión, pasar desapercibidos con su estilo. El propósito es que la pregunta sobre el sentido moral de los actos que retratan llegue de manera directa al espectador. Primero fue "La promesa", luego "Rosetta" (en la que la protagonista descubría que se había quedado sin gas y sin un peso para comprarlo, precisamente, el día en que por fin decidió suicidarse, cansada de la vida), a continuación vino "El hijo" (en la que se planteaba la posibilidad del perdón frente a uno de los peores crímenes que se pueden cometer).... Dos Palmas de Oro contundentes, una para "Rosetta" y otra para "El hijo", si es que los premios todavía significan algo. Ahora, en la Ciudad de México, se estrena "El hijo"... Una de las mejores películas de este y de muchos años, de disfrute obligatorio (si es que puede haber un placer que se cumpla por obligación).