Sunday, October 29, 2006

Volver a un lugar de La Mancha


Si las relaciones con los vivos son difíciles, más lo son las que tenemos con los muertos desde el presente o las que tuvimos con ellos en el pasado y que no llegaron a una conclusión a su debido tiempo. De eso, tan simple y tan complejo, trata Volver, la más reciente película de Pedro Almodóvar, de quien ya es un lugar común decir que se encuentra en su mejor forma como director. En este caso, Almodóvar explora sus mismos personajes, mujeres al borde de un ataque de nervios, pero con la mirada renovada que mantiene desde Carne trémula.
Volver no es un título arbitrario que sólo alude al tango argentino del mismo nombre, sino que se trata de un regreso que se produce en muchos sentidos. Para empezar, el regreso más evidente es el de la actriz Carmen Maura, y como sucede con los grandes amores, aunque el tiempo haya pasado parece que fue ayer cuando juntos Almodóvar y ella hicieron películas tan memorables como ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Es también el regreso del cineastas a su tierra natal, La Mancha, y a las historias luminosas y de reconciliación como Átame, Mujeres al borde de un ataque de nervios o Todo sobre mi madre. Es el regreso de Penélope Cruz, y ella debe guardarle una gratitud enorme a Almodóvar por haberla sacado de Hollywood y los papeles tan anodinos que le han tocado interpretar allá.
Cuando el cine se vuelve una adicción, gradualmente se produce una resistencia frente a la droga que disminuye el efecto y obliga al adicto a aumentar la dosis para igualar el placer de la primera vez. Los cinéfilos pierden rápidamente su capacidad de asombro. La primera vez que se ve una gran película, por ejemplo Casablanca, es la definitiva y sus visiones sucesivas no logran igualar el efecto inicial (del mismo modo que el mejor cigarrillo del día es el primero que se prueba por la mañana). En fin, que es difícil sentarse a ver una película, y olvidarse que se trata de eso, de una creación que requiere de la tiranía de un individuo –el director– sobre un equipo creativo. Es difícil ver una película y olvidarse de que el protagonista es, por ejemplo, Al Pacino y no Shyloc, de El mercader de Venecia; cuesta mucho trabajo olvidarse de que lo que aparece como una escena de sexo causal entre una pareja que se ha conocido esa misma noche en un bar, requiere de un trabajo coreográfico entre dos actores que probablemente se detestan. Con Almodóvar uno puede sentarse cómodamente y olvidarse de que esto es cine, al menos a mí me ha sucedido así desde Carne trémula y antes con obras anteriores como La ley del deseo –aunque Volver no sea la película que más me gusta del director español.
Cuando Almodóvar nos pide, a los quince minutos de que empezó Volver, que suspendamos nuestra incredulidad y creamos que los muertos pueden regresar de la tumba para pedir perdón y resolver sus asuntos pendientes, lo consigue con tal sencillez e impudicia que es difícil decirle que no. Y allí está la hora y media restante de película para refrendar el enorme talento del director. El escenario es un pueblecito manchego que ostenta el más alto índice de locura por habitante, y en donde el viento puede producir incendios mortales salidos de la nada. Allí viven vecinas que son capaces de llorar hasta desfallecer después de haber robado los bienes del difunto –porque las personas podemos ser hijos de puta y en el siguiente instante comportarnos de la manera más generosa. Los hombres han sido desterrados de la historia, porque son irrelevantes o incapaces de entender las cosas verdaderamente importantes en la vida. Las mujeres siguen demostrando que, como dice un refrán japonés, son como el mar, y siempre saben encontrarle un lugar a cada cosa que se les arroja. Pero la mirada privilegiada de Volver no se reduce a una perspectiva de género, sino que Almodóvar construye su historia entre seres humanos a secas, quienes pueden echar a correr hacia delante –hacia el futuro que puede ser tan espeluznante como el pasado– porque saben saldar cuentas con lo que han hecho y con las consecuencias de los actos de otros que recaen sobre sus propias espaldas.
Como señalaba Hannah Arendt en La condición humana, el perdón es un acto moral en cuanto nos obliga a reconciliarnos con los individuos –no con sus acciones, las cuales requieren de una asignación de responsabilidad–, y a aceptar que la libertad inherente a los seres humanos hará que en el futuro sigan produciéndose cosas terribles con las que tenemos que aprender a vivir. De eso, de perdón y de comprensión, está hecho el mejor cine de Almodóvar. Volver es una película luminosa, pero cuyo optimismo está construido sobre un pasado terrible y sobre actos sobre los que es difícil no desear una venganza proporcional. Pero a la larga vivir con los muertos sobre la espalda es más frustrante que aprender a escuchar lo que nos dicen, porque a fin de cuenta se trata de un diálogo que mantenemos con nosotros mismos.

Monday, October 23, 2006

Juguetes para todo el verano y el resto del invierno




No soy devoto de la ciencia ficción, ni del cine de Stanley Kubrick y tampoco del de Steven Spielberg en particular. Eso no obsta para que haya disfrutado la literatura de Stanislaw Lem o de Blade Runner, y tampoco para que reconozca el genio presente en piezas como Dr. Strangelove, La naranja mecánica o en los mejores y más ambiguos momentos de Inteligencia Artificial. Sin embargo, me abatió la lectura del ciclo de relatos cortos de Brian Aldiss que integran “Supertoys Last All Summer Long”, “Supertoys When Winter Comes” y “Supertoys in Other Seasons”, y que tienen como protagonista a David, un niño androide de última generación que gradualmente –como todas las computadoras– va quedándose obsoleto al tiempo que descubre su carácter no humano. Brian Aldiss, por una extraña razón, fue el autor que llamó la atención tanto de Kubrick como Spielberg –dos directore situados en las antípodas–, al grado de que el proyecto que inició el primero de llevar al cine la historia del niño androide, fue llevado a su conclusión por el segundo.
Aldiss ha relatado la forma de trabajo obsesiva y sádica a la que Kubrick lo sometió por más de quince años para tratar de adaptar un relato de once páginas –“Supertoys Las All Summer Long”– en un largometraje de dos horas. En un momento de rabia, Aldiss le preguntó a Kubrick por qué tanto trabajo y esfuerzo invertido en prolongar un relato tan breve, si nada de lo que le presentaba como propuesta de guión le gustaba. Y Kubrick, en uno de esos momentos de lucidez en que mezclaba la rabia con la soberbia, le respondió que por una sencilla razón: no porque sus historias fueran algo excepcional, sino por su tratamiento de la ciencia ficción como algo cotidiano, por su forma de desplegar un contexto de tecnología en el que el lector se hallaba inmerso de inmediato y sin mayores explicaciones. Diferentes juguetes para jugar, con celdas solares en lugar de baterías de zinc, pero los mismos problemas existenciales. Aldiss, de acuerdo con Kubrick, hizo de la neurosis humana un atributo de los androides, y de esta forma obligaba a sus lectores a verse a sí mismos como objetos con conductas mecánicas que no los diferenciaban a unos de otros. Aldiss cuestionó a fondo la certeza de que las emociones humanas son originales, y que nada hay más privado de comunicar que el dolor y el placer.
Pero vayamos por partes. En “Supertoys Last All Summer Long”, Aldiss nos presenta a David, un niño androide comprado por un matrimonio adinerado ante la negativa del gobierno para concederles la licencia de paternidad, en un tiempo en el que la sobrepoblación de la tierra ha llegado a su límite. No pueden nacer más seres humanos, a menos que la sección adinerada de la humanidad quiera perder sus privilegios de clase y sumirse en la miseria generalizada. David vive con Mónica, mientras su falso padre viaja por el mundo tratando de hacer negocios con los androides que fabrica. Su madre lo rechaza, porque le produce nausea estarse encariñando con un objeto de la forma en que debía hacerlo con el hijo ausente. Mónica no concibe que se pueda sentir tanto afecto por un objeto que, en esencia, no es diferente de una cafetera. El único acompañante de David es su oso mecánico de felpa, Teddy, quien le responde a cada pregunta existencial con un reclamo de coherencia, pues la mascota supone que el androide ha usado mal el lenguaje para plantear cuestiones que no tienen respuesta lógica: ¿qué es un ser humano?, ¿qué significa estar vivo?, ¿cómo puedo saber si una emoción es auténtica o no, viniendo de un individuo cuya conciencia jamás seré capaz de explorar en sentido propio? Mónica se preocupa por David, llora por él como las demás madres lo hacen por sus hijos, pero David sabe que hay algo de inauténtico en sus emociones. Por su parte, Mónica sabe que David concentra su existencia en complacerla y planea cada uno de sus gestos para demostrarle su amor, pero aún así no se halla satisfecha con la mirada vacía de ese androide que sólo reproduce una emoción para la que está programado de antemano.
En la segunda parte del ciclo –“Supertoys When Winter Comes”–, David ha despanzurrado a Teddy para investigar qué es lo que hace a su oso de felpa ser tan adorable y para tratar de entender qué es lo que hace funcionar a un ser vivo. De este modo, David pierde su centro moral y vínculo con el mundo de las emociones, y huye de la casa, pues Mónica le tiene cada vez más miedo a esos ojos que están hechos sólo para complacer. Además, el matrimonio Swinton por fin ha obtenido el permiso del gobierno para concebir a un hijo natural, y desde el momento de la noticia ya planean desechar a David y Teddy, para sustituirlos por juguetes más seguros y agradables para su nuevo hijo. La trilogía cierra con el fragmento titulado “Supertoys in Other Seasons”, en el que David ha llegado, después de vagar por los restos del mundo devastado por la contaminación, a Throwaway Town, un lugar en el que se reúnen otros juguetes que como él han sido desechados por sus dueños. En ese lugar deambulan juguetes diseñados para dar placer sexual, para entretener y para cuidar a los hijos reales: todos ellos repitiendo las labores para las que fueron diseñados originalmente aunque ya no haya cuerpos para complacer, espectáculos que ofrecer o hijos ajenos para criar. Paralelamente, Alddis nos cuenta como el hombre que compró a David se ha ido a la bancarrota y ahora sus androides sólo pueden ser comprados por los países del tercer mundo. En la escena final, David es recogido del basurero de juguetes por este hombre, quien lo reparará, le dará un cerebro más potente que el que tenía originalmente y lo reunirá con su oso Teddy. David despierta de lo que cree es un sueño profundo, sólo para encontrarse con cientos de réplicas de él mismo que su creador espera vender para volver al negocio de los robots.
Como puede verse, la película de Spielberg –Inteligencia Artificial– retoma sólo una pequeña parte de los relatos de Aldiss. La de Spielberg es un ejercicio de prolongación libre de ciertas ideas e imágenes poderosas del relato de Aldiss. [Sin embargo, el resultado es muy diferente de lo que, por ejemplo, Ang Lee hizo con el breve relato –no más de cuarenta páginas– de Annie Proulx que dio origen a su película Brockeback Mountain.] Kubrick le declaró a Aldiss su fascinación por dos elementos de su relato: la idea de que la creación de inteligencia artificial sería una realidad en el futuro próximo y la imagen de David enfrentado con los cientos de réplicas de sí mismo almacenados y listos para venderse al mejor postor como entretenimiento. Por una parte. Kubrick quería que el papel de David la interpretara no un actor, sino un auténtico androide, y para ello se dio a la tarea de consultar a la gente de Mitsubishi sobre las posibilidades reales de crear un actor mecánico. Por otro lado, Kubrick le confeso a Aldiss que todo el esfuerzo invertido en la preparación de su versión posmoderna de Pinoccio habría valido la pena sólo para ver esa escena final: la de un individuo que ve cuestionada su sentido de irrepetibilidad al constatar que no hay ninguna emoción o pensamiento que no pueda ser pensado en potencia por alguien más, sea humano o de creación artificial. Esta última idea me parece tan brillante como escalofriante. Y no se necesita ir tan lejos como la ciencia ficción para atisbar el vértigo que resulta de investigar qué es lo que somos despojados de aquellos gestos que consideramos únicos y que, al contrario, pueden ser reproducidos en serie: el amor nos vuelve especialmente vulnerables ante la pregunta por el significado real de las emociones que siente el objeto de nuestro afecto, y de las cuales sólo percibimos los signos externos. Si David se preguntaba si había amor real tras los gestos que Mónica realizaba para intentar demostrarle que lo quería, ¿por qué nosotros estamos tan ciertos de que las personas nos quieren cuando usan una serie de emociones y gestos que han copiado de otras personas sin cuestionarse qué es lo que tienen de original al relacionarse con el ser amado?
En el siglo XVII, el filósofo británico John Locke se preguntaba por el contenido de las sensaciones. Concluía diciendo que es por convencionalismo que los seres humanos denominamos a un determinado color como “rojo”, a una sensación en la piel como “frío” o al gusto de un cierto objeto en la lengua como “dulce”. En realidad, las personas usan estas palabras todos los días y no se dan cuenta de que realmente nunca podrán saber si lo que yo percibo como “rojo” es realmente el mismo color que tú percibes como “rojo”. Al final de la serie de Brian Aldiss sobre los superjuguetes, David le decía a su padre que él debía ser humano porque sentía tristeza por todo lo que habían dejado atrás, incluida a su falsa madre. El padre le respondía que, efectivamente, él también debía ser humano porque sentía dolor por este pequeño androide, a quien nadie había enseñado la diferencia entre pensar que siente amor y la sensación verdadera del amor. El oso Teddy, contemplando la escena acabaría pensando, quizá, que entre pensar que se siente amor y sentirlo de verdad no existe ninguna diferencia.

Sunday, October 22, 2006

Psicoanálisis a los cuentos de hadas sobre faunos y dictadores


El laberinto del fauno

Crónica de una fuga

En Psicoanálisis de los cuentos de hadas, el psicólogo vienés Bruno Bettelheim realizó un ejercicio de crítica literaria para mostrar que los cuentos de hadas –con sus ogros, princesas, príncipes, magos y madrastras malvadas– tienen la función de modelar en los niños la diferencia elemental entre el bien y el mal. Por supuesto que la representación del vicio y la virtud en los cuentos es maniquea y de trazo grueso. Pero Bettelheim señala que esa forma de distinguir lo correcto de lo incorrecto que se plantea exclusivamente en blanco y negro –sin que el niño sepa todavía que hay toda una gama intermedia de grises–, es la base que después habrá de volverse más compleja con el transcurso del tiempo. Pero si el niño no contará con ese fundamento maniqueo, no podría empezar a forjarse una conciencia moral. Los cuentos de hadas, asegura Bettelheim, son un catálogo de comportamientos virtuosos y viciosos que los niños empiezan a integrar en una jerarquía de valores que les permiten reconocer su mundo inmediato y el sentido de la personalidad moral que ellos mismos ejercerán. Por eso es que el padre ideal muchas veces se parece a San Jorge, quien es capaz de derrotar a todos los dragones que se le presentan en el camino y, al mismo tiempo, es incapaz de realizar una acción innoble. Por eso es que los maestros siempre son confundidos con ogros perversos con colecciones de cráneos de niños en su escritorio, de tantos que han devorado.

No sé si tenga alguna validez psicológica la teoría de Bettelheim sobre los cuentos de hadas. Lo que si me parece extraordinario es la forma en que él sometió a los cuentos inocentes a un proceso de disección que revela la ambigüedad y la crueldad implícita en éstos. Probablemente, la teoría de Bettelheim funciona más como una metáfora del dominio de la teoría del discurso, que como un instrumento serio de análisis psicológicos. Y eso no le quita un ápice de su belleza, después de todo. Pero, ¿qué pasa cuando sucede lo contrario, es decir, cuando los comportamientos de los seres humanos reales se vuelven metáforas de las conductas maniqueas de los cuentos de hadas? ¿Qué sucede cuando la crueldad humana puede ser tan terrible como la de la bruja que devora a niños atrayéndolos con la promesa de dulces? ¿Qué ocurre cuando la bondad es sometida con la misma facilidad con que el leñador destaza al lobo para buscar en su interior los restos de las personas que ha devorado?

En El rey de los alisos, el escritor francés Michel Tournier presentaba a un extraño personaje, a quien los funcionarios del Tercer Reich habían encargado cuidar de los niños que constituirían la nueva raza que Alemania legaría al mundo, libre de imperfecciones y de debilidades. Con el tiempo Abetl Tiffauges, “El ogro”, como lo llaman los niños del castillo en el que estaba obligado a trabajar para los nazis, asume la tarea de reclutar a más infantes de los campos vecinos para sumarlos a la causa de fortalecer la raza aria de los delirios de Hitler. Por eso es que cuando aparece “El ogro”, los niños corren a esconderse. Empiezan a contarle las madres a sus hijos, que si se portan mal, “El ogro” vendrá por ellos para arrancarlos de su lado para siempre. En este caso, “El ogro” Tiffauges se vuelve tan temible como cualquier demonio de leyenda o bruja de cuento. La sabiduría de Tournier consiste en mostrarnos como aun siendo adultos, el mal que otros pueden ejercer sobre nosotros nos puede devolver a nuestros peores terrores infantiles.

En la historia existen personajes más aterradores que los que pueblan los cuentos de hadas. En la realidad, el mal se ha presentado bajo formas tan crueles que rebasan los paisajes desolados de los cuentos, en los que finalmente la virtud acababa imponiéndose. En la realidad, no hay redención garantizada ni la felicidad como consecuencia de un comportamiento virtuoso. El mexicano Guillermo del Toro y el argentino Israel Adrián Caetano son dos cineastas de enorme talento, sensibles y preocupados por los dilemas que plantea la historia reciente. Del Toro se ha ocupado de la Guerra Civil española en El espinazo del diablo y ha usado a la megalomania nazi como trasfondo de Hellboy. Por su parte, en Piza, birra y faso, Caetano se interesa por mostrar la forma en que las expectativas de los jóvenes argentinos (y latinoamericanos) han sido reducidas a nada como consecuencia de la irresponsabilidad política posterior a la época de la dictadura. Ahora, con El laberinto del fauno y Crónica de una fuga, ambos cineastas toman elementos del cine fantástico para contar, en un caso, la represión de la dictadura franquista y, en el otro, el escape de la mansión en la que la dictadura argentina torturaba y mataba a los disidentes. Ambas películas son imprescindibles, por la forma en que usan los recursos del cuento de hadas y del cine fantástico para hablarnos de algo que no es ni mítico ni irreal: la violencia y la crueldad que los seres humanos podemos desplegar en el mundo sin sentir ningún remordimiento por ello. Los ogros pueden revivir una vez que pensamos que ya han sido liquidados. Los héroes no siempre tienen garantizada la felicidad al final de un camino lleno de peligros y esfuerzos. Sin embargo, quizá los niños (y los adultos) que se acerquen a estas nuevas narraciones del horror, aprenderán un poco de la historia para intentar no repetir los errores del pasado.

Thursday, October 19, 2006

Crónica de los músicos que no estuvieron allí


Hay una obra de teatro que se construyó esperando a que un tal Godot apareciera por fin… Modigliana pintaba mujeres de ojos vacíos… Brian Eno ha compuesto muchas canciones para películas que nunca se han filmado… Los Coen hicieron una película sobre un hombre que nunca estuvo presente en el momento correcto… Como puede verse no es tan inusual reflexionar sobre lo que no existe, sobre lo que nunca estuvo allí. Tratar de pintar el color que no es el que buscas, capturar la nota musical que te haga pensar en aquella que no estás escuchando o dedicar cartas a destinatarios que no existen, produce inevitablemente un sentimiento de melancolía. El día de mañana se hubiera ofrecido en el Festival Cervantino un concierto largamente acariciado por el público mexicano (al menos el pequeño que integramos yo y unos cuantos amigos) de la banda escocesa Belle & Sebastián. Sin embargo, no sabemos por qué, la presentación se canceló después de que muchos devotos de estos apóstoles de la adolescencia permanente ya nos habíamos imaginado en el público, frente a ellos, coreando con voz desafinada sus canciones y bailando como posesos de una enfermedad tropical.

Pensándolo bien, el tema de muchas de las más hermosas canciones de Belle & Sebastián es lo que no existe, lo que no va a suceder o lo que ya ocurrió sin que nos diéramos cuenta. Por eso es que las canciones se sitúan en un punto medio entre la tristeza, la melancolía y la franca hilaridad. Pienso en “Jonathan David”, en la que un amigo le dice a otro que está bien que la chica que al primero le gustaba prefiera al segundo. Aquí el amor no ocurrió ni estuvo presente, al menos para el vértice del triángulo amoroso que no fue requerido. También está “Lord Anthony”, en la que Stuart Murdoch aconseja a un chico acosado por sus compañeros y maestros que se lo tome tranquilo, porque todavía tiene a su favor que la vida siempre puede empeorar. En este caso, lo que no está es esa visión idealizada de la infancia y de los años de escuela (porque nadie como un chaval para ser cabrón y cruel!). Me acuerdo también de “I love my car”, en la que un tipo se disculpa por querer más a su carro y extrañar más el ruido de los ratones bajo la cama que a su novia cuando ya se ha ido. Ni hablar: que el tío este no está en el momento adecuado ni con la persona adecuada. Será que por eso me gusta tanto Belle & Sebastián, porque creo que esa sensación de no estar presente o de haber dejado pasar lo mejor sin darme cuenta, es la que mejor pinta el cuadro de mi existencia en este momento.

Coincidentemente, el día de hoy me levanté con una rola de estos escoceses que hace mucho no escuchaba: “Put the Book Back on the Shelf”. Quizá no sea la mejor que hayan compuesto, pero es lo que podríamos decir el “tipo ideal” (usando la terminología de Max Weber) de rola belleandsebastiana. Además, tiene como punto extra que ellos la hicieron en la época en que todavía Isobell Campbell era parte de la banda. Como todavía estaba somnoliento cuando la radio del despertador se encendió, pensé que me la estaban cantando a mí en sesión privada. Y, pues si, inevitablemente me puso en ese espacio intermedio entre la tristeza, la melancolía y la hilaridad la voz de Stuart Murdoch advirtiéndome sobre lo absurdo que es querer sacar sangre a una piedra y lo frustrante que puede ser esperar señales del cielo cuando yo mismo ya he jodido la ocasión. Ya ni hablar de cuando sentí que me pregunta eso de que sí estoy feliz conmigo mismo:


Sebastian you're in a mess
You had a dream, they called you king
Of all the hipsters, is it true?
Or are you still the queen?
Like getting blood out of a stone
The city left you all alone
You came to dance, but there's no poignancy
When they all leave you standing alone
The wider issues of the day
Don't interest you, you'll have to pay
For looking at the floor
When people talk to you
You wrote a book about yourself
The people left it on the shelf
You'll write another one
Now you've got a story that's worth talking about
Are you happy with yourself?
Are you talking to yourself?
Are you happy with yourself?
Put the book back on the shelf
I know the company you keep
You're on the sofa hidden deep
While on the telly Sid James speaks
To you like Go
You're always looking for a sign
But boy you blow it every time
You hear a voice begin to speak
You ignore it and go softly to sleep

Sunday, October 15, 2006

La guerra en los días de Sodoma



“–No entiendo… Si es la guerra, da lo mismo que batallen donde sea.

“–No es lo mismo, no… –explicó el anciano amolador–. Calcule, vale: ellos pelean por quedarse con esta ciudad, pero si dañan y queman todo, ¿qué sentido tiene que peleen? Hay que ser medio guanaco para guerrearse por una ruina. No, aquí son civilizados… De algo les ha servido hacer la guerra a diario.

“–¿Cuántos años lleva esta guerra?

“El amolador levantó la mano, en gesto de que esperara. La volvió a poner parsimonioso sobre la manivela e hizo girar la piedra de amolar. La hoja del puñal rechinó al contacto con la piedra y volvió a llenar de chispas la sombra del tamarindo.

“–¿Años? Es la guerra de hoy. Comenzó esta mañana y debe terminarse al atardecer, antes de la cena –informó el anciano.

“–No comprendo por qué una guerra tenga que acabar el mismo día…

“–Es que cada día tiene su propia guerra, vale. Mañana toca otra y pasado otras, y así –aclaró. Como notaba que el visitante continuaba sin entender, fue más específico–. En esta ciudad, cuando dos grupos encuentran motivos para levantarse en armas, lo que hacen es ir al Ayuntamiento y pedir que les aparten un día para guerrear. Ahí los inscriben en una lista. A veces tienen que esperar hasta dos años por la fecha, porque la lista es muy larga… Fíjese que, al pasar tanto tiempo entre el motivo y la batalla, se han dado caso en que los grupos se enfrentan sin recordar por qué.”


Pedro Antonio Valdez, Carnaval de Sodoma, México, Alfaguara, 2006, pp. 84-85.

Tuesday, October 10, 2006

El autor! El autor!

Algunas cosas, no tantas como las cien que recomienda Miss Cronika (misscronika.blogspot.com) sobre el autor de este blog:

1) Mi nombre completo es Mario Alfredo Hernández Sánchez.
2) “Mario” es el nombre de mi papá, pero si tuviera un hijo yo no se lo pondría.
3) “Alfredo” es el nombre de quien es mi padrino de bautizo y que en aquél lejano año de 1978 tenía una muy buena amistad con mis papás.
4) A pesar de llamarme así, nunca me he sentido como un “Alfredo”.
5) He votado en dos elecciones federales, y en ninguna de esas ocasiones mi candidato ha ganado.
6) Nací en la Ciudad de México y desde entonces ella y yo vivimos una complicada relación de amor-odio. Nunca la dejaré, pero creo que tampoco nunca me acostumbraré a sus defectos.
7) También estoy enamorado de un lugar que no es hermoso, pero que mis ojos de amante hacen lucir como el paraíso: la UAM-Iztapalapa.
8) Mi película favorita, no es que sea la mejor pero si la que mejor describe mi visión de conjunto de las cosas, es “El evangelio de las maravillas”. Le tengo un profundo cariño y respeto a Ripstein, a quien he conocido en tres ocasiones y a quien (como siempre me recuerda mi amigo Pedro) siempre acabo preguntándole cómo se puede conseguir su película inédita en México “La mujer del puerto”.
9) En el último cumpleaños, celebré 28 años. Muchos años si se consideran los proyectos que he dejado pendientes; los suficientes años para pescar en el camino a todos los amigos que quiero y que estuvieron conmigo ese día.
10) Estoy tan vulnerable por mi conciencia de la edad que he empezado a caer en todos los lamentos de lugar común de los treintañeros. Hasta me gustó “Efectos secundarios”.
11) La cosa que más me gusta comer en el mundo es el salmón. Lo que menos son las alubias.
12) No me gusta el tacto de la pana, aunque Lorena diga que es muy linda.
13) De los amigos que hoy tengo y que espero conservar para toda la vida, la mas antigua es Yajseel (a quien conocí en 1992) y la más reciente es Selvia (a quien conocí este año).
14) El primer recuerdo que tengo, como a los tres años, es de un pez con una boca enorme adherido a las paredes de una pecera transparente, un día que me llevaron mis papás al Mercado de La Merced y pasamos por la parte donde venden peces y plantas de acuario.
15) Aprendí a disecar una mariposa como a los siete años de edad, con un instrumento de tortura disfrazado de juguete Mi Alegría. Nunca lo volví a hacer y siempre me he arrepentido.
16) Cuando vivimos en Iztapalapa, llegamos a tener cerca de quince gatos entre hijos, nietos y biznietos de una gata de color atigrado a la que le empezamos a dar de comer “sin querer queriendo”.
17) No he llorado mucho en mi vida por pérdidas dolorosas, afortunadamente. De hecho, la última vez que lo hice fue por la muerte de mi gata, hace dos años. Ese mismo día estaba tan triste que tomé mis cosas y me fui al cine. Ví “Dogville”, y aunque me gustó mucho, no me trae buenos recuerdo.
18) Lo último que leí ayer fue una discusión bizantina (como la que tenían los sabios medievales sobre el número de ángeles que caben en la cabeza de un alfiler) sobre si Nicole Kidman, la protagonista de “Dogville” es una gran actriz o sólo una chica con suerte. Me acordé de las discusiones que frecuentemente tengo sobre cosas insignificantes que se vuelven de vida o muerte, con mi amigo Juan Antonio. By the way, como disfruto mis charlas bizantinas con Juan Antonio.
19) Otros amigos con vocación bizantina son Álvaro y Pedro.
20) Con Lorena y con Valerie disfruto mucho pelear por todo tipo de cosas. Es parte de nuestro equilibrio simbiótico.
21) Valerie me hizo notar que siempre que saludo de beso, pongo la mejilla y me dejo besar, más no lo hago yo. Hemos practicado arduamente la forma correcta del beso de saludo y ya me sale regular.
22) He vivido en cuatro colonias diferentes durante mi vida en la Ciudad de México. La quinta casa, tiene que ser la mía, no la de mis padres.
23) Un tiempo me dio por coleccionar carteles de cine, a cualquier precio. Quiero que la que sea mi casa tenga el de “Underground” en la sala, el de “Jamón jamón” en la cocina y el de “Profundo carmesí” firmado por el mismísimo maese Ripstein en el estudio. Ripstein me puso una leyenda que dice “Este personaje siempre quise interpretarlo yo” y la acompañó de una flecha que apunta a Daniel Giménez Cacho.
24) En la premier de “Jonás y la ballena rosada” hace como doce años, el Sr. Jiménez Cacho se enojó porque le pedí un autógrafo. Aún así, sigo pensando que es un estupendo actor.
25) Me encanta perderme por las calles del centro. Como Vivian Leigh que tomaba fuerza de la tierra de color rojo de su finca en “Lo que el viento se llevó”, yo me siento muy a gusto caminando por la Calle de Madero.
26) La Calle de Madero siempre la he asociado con mi vicio actual de comprar discos. Como hay dos MixUps cerca, casi siempre terminó llevándome algo.
27) El último disco que compre, en esa tienda precisamente, fue el nuevo de Beck: “The Information”.
28) He prometido, por otra parte, ya no comprar más libros hasta que termine mi tesis de maestría, porque sólo me frustro más de no poder ni concluir ésta ni leer con placer a todos los autores que quisiera y tengo pendientes.
29) El último autor de quien me he enamorado sin remedio es Michael Cunningham. “A Home at the End of the World”, “Flesh and Blood”, pero sobre todo “The Hours” me parecen libros excepcionales.
30) Al igual que Cunningham, siempre que tengo que concentrarme para escribir algo importante pongo el disco “O.K. Computer” de Radiohead.
31) Me conmueve mucho “La Sra. Dalloway”, de Virginia Woolf.
32) Abandoné la lectura de “Crash”, la novela de J. G. Ballard en la que se inspiró la película de David Cronenberg. Simplemente no pude continuar, me cansó la lectura. Supongo que fueron las circunstancias de trabajo excesivo o la presión de terminar el segundo capítulo de la tesis.
33) Cuando ví “Crash” el cine, allá por el lejano años de 1996, dos amigos, Adriana y Rogelio, me dejaron de hablar por una semana de lo mucho que les ofendió que los llevara a verla.
34) A pesar de que fuimos uña y mugre durante toda la preparatoria, no he vuelto a ver ni a Adriana ni a Rogelio. Los extraño, pero no sé cómo ponerme en contacto con ellos.
35) En la secundaria, me enamoré de la chica, Alejandra, que me enseñó a fumar. Me mareé tanto la primera vez que terminé tirado frente a la estatua de Erasmo Castellanos Quinto en la Preparatoria número 2 de la UNAM.
36) Un día cuando tenía cuatro años y acababa de entrar al Kinder, mi papá me explicó lo que era una medusa. Pensé que era un genio y que lo sabía todo. Hoy sigo pensando que es un genio, aunque en la mayor parte por la paciencia para soportarme.
37) Por eso siempre que veo la caricatura de Bob Esponja y su gusto por las medusas, me acuerdo siempre de mi papá.
38) Me gustaba mucho que los papás de otros niños participaran en las ceremonias cívicas de la escuela primaria u organizando las fiestas. Veía cómo perdían la compostura y eso me divertía mucho. Pero cuando observaba a mi papá haciendo lo mismo, lo que sin duda le costaban trabajo por su timidez, me provocaba muchas ganas de abrazarlo y siempre acababa haciéndolo.
39) La historia que más me gustaba de las que me contaba mi mamá de su infancia, era cómo ella tenía miedo de dar un salto dentro de un charco de agua y “caerse” hacia el cielo.
40) De alguna manera, siento que la comunicación que tuve con mi mamá en esa época se rompió, espero que no de manera definitiva. Espero algún día convencerla que me cuente de nuevo la historia de los charcos de agua en su infancia y alguna otra que tenga guardada como un tesoro.
41) De mi mismo, me doy cuenta que mis amigos piensan que soy muy elusivo y que soy un misterio. En realidad, no hay tanto que contar. Y si pasa algo importante que valga la pena, las personas que quiero lo sabrán sin duda.
42) En una época, tuve la facilidad de que todo tipo de personas me contaran sus cosas. Hoy he renunciado a ello. Para eso, mejor hubiera estudiado psiquiatría.
43) Estudié la licenciatura en filosofía y la maestría en filosofía política. Actualmente estoy tratando de terminar una tesis sobre el problema del mal en la obra de Hannah Arendt. Como reincidente, ya estoy pensando en el proyecto de doctorado: quiero hacer algo sobre las narrativas que se han enfrentado en el espacio público a la hora de estudiar el genocidio.
44) El problema del mal y de la teodicea siempre me han padecido fascinantes. De un modo muy simplista que requeriría mayores explicaciones, puedo decir que no creo en Dios por la existencia de grandes cuotas de mal en el mundo. Pienso que el mal es producto de la libertad humana, y que como tal puede saldarse cuentas con éste. Pero creo que hay seres humanos que han vivido tales cuotas de sufrimiento y tal carencia de calidad de vida, que Dios tendría que apiadarse de ellos.
45) Por mi parte, tengo un umbral de tolerancia al dolor en pequeñas dosis muy bajo, y al dolor en grandes cantidades muy alto. Puedo dejar de ir a trabajar por un simple dolor de estómago. Pero cuando me luxé el tobillo el año pasado y cuando se me inflamó el nervio trígémino este año, los doctores se sorprendieron porque resistiera ambos dolores sin analgésicos.
46) Cuando tenía cinco años, me llevaron al desaparecido Cine Maya de Eje Central a ver “Fantasía”. Recuerdo que fragmentos me gustaron y otros me aburrieron (sobre todo el del aprendiz de brujo). Llegando a casa, vinieron mis tías de visita y me mandaron a ver la tele al cuarto de mis papás. Ese día descubrí “Ensayo de un crimen”, de Luis Buñuel. Como alguna vez dijo Arturo Ripstein a propósito de “Nazarín”, esa película me produjo “un ataque de Buñuel” cuyas secuelas todavía padezco.
47) Fui un tirano de mi hogar, hasta que a los siete años nació mi hermana.
48) El año que nació mi hermana fue el del temblor de 1985. Ella nació el 2 de septiembre y el temblor se produjo 17 días después.
49) Mi primera novia fue en segundo de primaria, se llamaba Gabriela y siempre contaba unas historias muy extrañas sobre las andanzas de su papá como funcionario del PRI.
50) Nunca aprendí a silbar, nadar ni a decir mentiras con suficiente credibilidad.
51) Me gustaría tener la voz aterciopelada de Leonard Cohen para poder decir muchas mentiras con impunidad.
52) Como todos los de mi salón, me enamoré de la maestra Isabel del cuarto grado de primaria. A lo más que llegamos es que ella me consoló el día en que me lastimé el tobillo jugando “Declaro la guerra en contra de mi peor enemigo que es…”
53) Creo que no tengo enemigos. Sin embargo, me intriga que dos personas en la vida, mi antiguo jefe en la revista “Signos Filosóficos” y mi primer jefe en mi trabajo actual, se hallan empeñado tanto en mostrarme lo mal que yo les caía.
54) De todos mis trabajos, del que más orgulloso he estado es del que hice, precisamente, en la revista de la Universidad.
55) Actualmente trabajo en el gobierno, en un organismo de derechos humanos. No puedo decir que esté orgulloso de mi desempeño en términos de creatividad. Creo que me he limitado a cumplir digna y decorosamente con el trabajo, pero que la inercia conservadora del DGA y del gobierno conservador en general, vuelven cosmético y lateral cualquier esfuerzo por la defensa de la igualdad como valor fundamental de la democracia.
56) Sin embargo, en mi actual trabajo encontré a tres excelentes amigos que quiero conservar para el resto de mi vida: Lorena, Valerie y Alexandro. Ellos, en especial mi jefe, me toleran como sólo los amigos saben hacerlo. Tengo que ponerme a la altura de las circunstancias porque no está fácil encontrar chamba, menos en algo que tenga que ver con lo que estudié en la maestría.
57) La persona que más me intimida en este mundo es, precisamente, una de mis mejores amigas: mi asesora de tesis.
58) La persona con la que más me siento cómodo en el mundo es con mi asesor de tesis de licenciatura. De grande, quiero ser como él (aunque creo que ya soy grande, y ya no puedo ser algo muy diferente de lo que soy ahora).
59) Considero que la persona viva que más se merece la existencia del infierno para que en éste pague por sus pecados es Augusto Pinochet.
60) Sin embargo, para mi mala suerte, creo que el infierno no existe, son los otros… Como diría Sastre.
61) Me encantan los temas relacionados con la religión y la escatología: el fin del mundo, las sectas, el nacimiento histórico de las ideas del infierno y del limbo, las pinturas de El Bosco, las representaciones del Diablo.
62) Nunca he descartado la posibilidad del suicidio. Como decía la comandante Ripley en la tercera parte de "Alien", siempre que las cosas se pongan muy feas, existe la posibilidad de escoger la salida digna.
63) Por cierto, "Se7en", del mismísimo David Fincher, es la única película que me ha provocado unas ganas terribles de llorar, abrazar a la humanidad y vomitar al mismo tiempo.
64) Me siento medio aristócrata cuando logro ir al cine un lunes por la mañana. Por eso no disfruto tanto mi trabajo. Entro a mi oficina cuando apenas empieza a sentirse el calor de la mañana y salgo cuando ya está anocheciendo. Cuando me plantearon la posibilidad, pensé que no iba a aguantar.
65) He hecho muchas cosas que no pensé que podría hacer, pero todavía me falta una: como diría Primo Levi, quiero encontrar mi lugar en este mundo. No amoldarme a uno ya creado, sino fabricar el mío con las cosas que me gustan, las que disfruto y con la gente que quiero. Digamos que se trata de a work in progress.

Saturday, October 07, 2006

Cinco razones para la lujuria


Como me dijo mi amigo Pedro el día de ayer, Ripstein supo que fue mi cumpleaños y como regalo me mandó a tres cines que me quedan muy cerca del trabajo la penúltima de sus películas. Como tengo que agradecerle el favor, aquí van cinco razones para no quedarse con las ganas, y aventurarse en cualquiera de los tres cines que exhiben La virgen de la lujuria (y a la expectativa de que no pasen cuatro años para que llegue a los cines su siguiente película, El carnaval de Sodoma):

1) El uso de los planos-secuencia. De acuerdo con Andrei Tarkovski, filmar es en buena medida esculpir el tiempo. Por medio de la edición, se pueden hacer próximos períodos de tiempo que son muy distantes; es posible además concatenar dos situaciones aparentemente ajenas para mostrar sus posibles interrelaciones y trastocar el orden de las cosas. Los verdaderos artistas pueden plagiar descaradamente ideas e imágenes de todo tipo de fuentes; su genio radica, precisamente, en la forma en que mezclan todas esas influencias para recontextualizarlas y subvertir su sentido original. Filmar es modelar el tiempo, pues, para contar una historia; ni que decir del flashback o la elipsis. Pero una adecuada edición no significa cortar a cada momento para demostrar la pericia técnica del director. Cada historia tiene un ritmo propio, y a expresarlo contribuye o entorpece el editor. En el caso del cine reciente de Arturo Ripstein, a partir de El imperio de la fortuna (1986), las historias se cuentan a partir de planos-secuencia interminables, contundentes, y de una elegancia que raya en la farsa. Inicialmente, empatar las secuencias de la película con el transcurso de una sola toma le vino a Ripstein (él lo cuenta en el libro Arturo Ripstein habla de su cine con Emilio García Riera) por motivos de economía. Filmar de un solo golpe una secuencia, le permitía un control casi teatral de la puesta en escena. Sin embargo, gradualmente la escritura de Paz Alicia Garciadiego ha hecho del plano-secuencia una herramienta fundamental para contar las historias de celos, pasiones y sueños rotos que definen el universo ripsteiniano. Las emociones que narra Ripstein son como serpientes que se muerden la cola de manera autodestructiva; sus universos son templos en ruinas en cuyo interior van añejándose sin pieda el deseo y la culpa. A emociones y escenarios predestinados a la tragedia, corresponde una forma claustrófobica de puesta en escena. En La virgen de la lujuria, la depuración del plano-secuencia llega a un nivel casi perfecto (independientemente de que existan películas más afortunadas en la obra de Ripstein). De hecho, en los Estudios Churubusco de la Ciudad de México se construyó un único escenario para la película: el “Café Ofelia”, con sus vericuetos y sótanos poblados de seres marginales, a la espera de la revancha. El primero y el último planos-secuencia de la película me parecen de los mejores que ha filmado Ripstein en su carrera (junto con el final de Principio y fin, el monólogo inicial de Arcelia Ramírez en Así es la vida y el del suicidio de Lucha Reyes en La reina de la noche).

2) La música de Leoncio Lara (el de Bon y los enemigos del silencio). La música que acompaña a la primera secuencia de la película puede escucharse y descargarse desde su página: www.myspace.com/leonciolarabon.

3) La reelaboración lúdica (a veces, en tono francamente fársico) del tema de la herencia española en la cultura mexicana. Los españoles inventaron el cuplé, y los mexicanos lo usan en La virgen… para cantar las desventuras de un pueblo conquistado. Los españoles conspiran para matar a Franco, y un pobre mesero con la autoestima en el piso convierte esta aspiración política de libertad en la ofrenda para ganarse el amor de la prostituta interpretada por Ariadna Gil, la Virgen de la Santa Lujuria. Hasta un anarquista español se pasa la vida haciendo montajes de los momentos clave de la historia europea, pero corrigiendo lo que en la realidad salió mal, usando al personal del “Café Ofelia” para su propósito coreográfica (este personaje me parece el mayor hallazgo de la película de Ripstein). Finalmente, la herencia, la distancia entre uno y otro pueblo, se revela como una convención identitaria más flexible de lo que españoles y mexicanos estarían dispuestos a aceptar.

4) La estilización del lenguaje popular que realiza Paz Alicia Garciadiego. Como decía Carlos Fuentes, en todo lugar común del lenguaje, radica una pizca de verdad en el fondo que debe ser desenterrada. Por eso es que los boleros, siendo puro lugar común, continúan siendo efectivos a la hora de enamorar; por eso es que uno siempre usa las mismas metáforas amorosas para describir el deseo y siempre pensamos que son tan originales como el sentido del amor que decimos profesar; por eso es que siempre que pedimos perdón tenemos ya antes una imagen (quizás extraída del cine) del final feliz o trágico de nuestra faena. Los mexicanos no hablan como en las películas de Ripstein, y sin embargo el genio de Paz Alicia implica que podemos reconocernos en todos nuestros vicios y máscaras en los diálogos que traman los personajes que sólo a ella se le pudieron ocurrir. Alguna vez leí que Paz Alicia decía que cuando no lograba comprender a un personaje, lo que hacía era rascarle las tripas para obligarlo a dejarle echar un vistazo a su alma. En La virgen… esto es más cierto que nunca.
5) Finalmente, para llevarle la contra a todos los críticos nacionales que apenas ven un Ripstein en cartelera, y sin haberlo visto antes, convierten en herejía acercarse siquiera a echarle una mirada al póster de la película.

Friday, October 06, 2006

La lucidez de la amargura... ¿o la amargura de la lucidez?

La Jornada: Viernes 6 de octubre de 2006

Con tres copias se estrena hoy en la capital del país su cinta La virgen de la lujuria

"Hago películas para que nadie las vea", confiesa Arturo Ripstein

"Soy un viejo amargado y la amargura puede volver respetable la jactancia", señala el director
Hemos dejado el razonamiento por el delirio; ahora todo lo determina la complacencia, dice

Por JUAN JOSE OLIVARES


Arturo Ripstein es uno de los cineastas mexicanos más reconocidos. Ha realizado películas fundamentales en el historial del cine nacional contemporáneo, que han competido y ganado en los festivales más importante del mundo (Cannes, Venecia, San Sebastián). También ha recorrido todos los escalones del cinematografista (asistió a Luis Buñuel) y desde niño pisó diversos estudios, debido a que su padre, Alfredo, es uno de los productores mexicanos más relevantes. Sin embargo, su prolífica e interesante producción ha sido más vista en el extranjero que en el país.

Este día se estrena -un asunto digno de Ripley-, con tres copias, una de sus cintas, La virgen de la lujuria, adaptación de la historia de Max Aub, situada en los años 40 del siglo pasado en México, que narra la vida un camarero (Luis Felipe Tovar) y su relación sadomasoquista con una prostituta española. El personaje es capaz de cualquier cosa para merecer el amor de Lola, incluso matar al dictador español Francisco Franco. En tanto, su reciente producción, El carnaval de Sodoma, se exhibirá en el festival de Morelia.

"Esta película quedó como tantas otras mías: huérfana. Ya me habitué, no me queda más remedio que haberlas hecho y ya. Hago películas para que no las vea nadie; es una pesadilla, aunque no necesariamente, porque entonces no habría nadie que me repele.
Sorpresa por el estreno.

"La palabra habituarse es atroz. Soy uno de los cineastas en México a quien no le han estrenado un sinnúmero de películas, desde La mujer del puerto (que se estrenó en todos lados menos aquí) y el documental Los salvajes del tiempo, entre otras. Todo mundo a oído hablar de mí, pero no han visto mis películas. Esto pasa porque vivimos en México. Voy a exigir un recuento de espectador por espectador y boleto por boleto", asegura en entrevista.

Una llamada de La Jornada pone al director en antecedente del estreno de su cinta. "No tenía noticia de que lo hicieran; como mis productores desaparecieron del planeta, pues como Jorge Sánchez se fue a Brasil y Alvaro Garnica a Estados Unidos, la carrera de mis trabajos dejó de existir desde hace rato. La derrota ya es un hecho.

"Ahora hay una especie de género nuevo que es el cine de festivales, cintas que sólo ahí se pueden ver. Vas a uno y sabes que hay 70 películas y es asombroso que las hayan hecho en tiempos de una censura brutal e incuestionable que es la económica, porque no se puede discutir con alguien a quien le dices 'quiero hacer este proyecto' y te dice 'es inviable'.

"Tenemos cierta parte del ente financiero estatal que produce cine comercial de calidad, que quiere decir que está bien expuesta la película o que los cortes no son desopilantes".
Fin de una era

Para Ripstein, quien junto Felipe Cazals, Pedro F. Miret y Tomás Pérez Turrent, entre otros, fundaron en los años 70 el grupo Cine Independiente de México, es un supuesto que en la actualidad le vaya bien al cine mexicano.

"¿Cine mexicano con Brad Pitt? A (Alejandro González) Iñárritu te lo encuentras en las portadas de las revistas como un director metrosexual. Es parte del atractivo. Más de allá de que sean buenos o malos (sus filmes), ya es indiferente. Vivimos en un mundo mediático, es el fenómeno Lucia Méndez: si no estás en la televisión no existes. Hemos dejado el razonamiento por el delirio, y éste es el único que nos determina", asegura.

Para Ripstein, "los cineastas de este territorio no estamos dispuestos a conformarnos con eso. Sin duda, pero hay quienes están de cara a Hollywood y quieren hacer sus películas iguales que las de Bruce Willis, pero siempre hay una bola de loquitos que creen que pueden tener buenos cuentos que narrar".

-¿Se incluye en ese grupo?

-Yo nada más miro. Mis cintas no son tan buenas. Soy un viejo amargado y la amargura lo que puede hacer es volver respetable la jactancia. Es la ventaja de un país jedontofílico como este, en el que llegas a cierta edad y puedes darte el lujo de decir cualquier barbaridad sólo porque eres un viejo amargado, pero no justificado por mis películas, que han ido de malas a peores.
"Se terminó lo que hacíamos nosotros y el cine que hago jamás va estar en salas; para éstas sólo va a existir Spiderman y sus secuelas. Será sólo por el sitio de internet You tube o en sesiones peligrosas. Ya me conformo con que esté terminada la película."

Ripstein dijo en Argentina que su trabajo era poco valorado en México, lo cual es cierto. "Los valores culturales ahora son rescatados por un grupo de 15 personas. Por ejemplo, en medio de las broncas electorales y las poselectorales nadie habló de cultura. Es como si la cultura no existiera en este país y es el único fenómeno exportable.

"Todo se posterga o se frustra. Parece que es el destino que nos corresponde. El éxito en este oficio consiste en tener suerte. Estar en el momento justo, en el tiempo justo, y eso es raro y singular. No quiero pensar qué pasaría si en este momento saliera la novela Cien años de soledad; estoy convencido de que sería uno más del montón de libros que salen a la venta.
"Ahora todo está determinado por campañas formidables, por cosas complacientes". Pero "sigo rodando porque meterse de director de cine es uno de los trabajos más divertidos del mundo, siempre que no se piense si funcionará o no, si vas a estar bien o mal. Yo me metí desinteresadamente y supe que me gustaba mucho. Una vez que estoy en un rodaje, la paso teta."

"Mi público es la piratería"

Ripstein espera que El carnaval de Sodoma -con guión de Paz Alicia Garciadiego, basado en una novela del dominicano Pedro Antonio Valdés- salga pronto en dvd, porque ya "tengo mi público de piratería, que son 14. Cada vez que hago una película invito a todos mis espectadores, caben en una mesa, es un grupo definido: los TaliRipstein".

La obra de Ripstein incluye El castillo de la pureza, La viuda negra, El imperio de la fortuna, Así es la vida, La perdición de los hombres, El santo oficio, El palacio negro, El coronel no tiene quien le escriba, Profundo carmesí, La reina de la noche, El evangelio de las maravillas.

Algunos de sus trabajos más interesantes los ha realizado sobre el guión de su pareja, la escritora Paz Alicia. "Ella está presente en todo el rodaje; discutimos las diferencias; es como una embajadora plenipotenciaria con el equipo. Es el elemento de serenidad, pero por supuesto no me dice qué hacer, si no ella fuera la directora. Cuando me hago bolas pregunto".

La virgen de la lujuria se exhibirá sólo en los Cinépolis Diana, Cinemex Insurgentes y Lumiere Reforma. Ver horarios en cartelera.

Wednesday, October 04, 2006

28




28 películas: “Viridiana”, de Luis Buñuel; “In the Mood for Love”, de Wong Kar Wai; “Vértigo”, de Alfred Hitchcock; “El evangelio de las maravillas”, de Arturo Ripstein; “Fanny y Alexander”, de Ingmar Bergman; “Rashomon”, de Akira Kurosawa; “El espíritu de la colmena”, de Victor Erice; “Breve película sobre el amor”, de Krzysztof Kislowski; “La mirada de Ulises”, de Theo Angelopoulos; “Padre e hijo”, de Alexsander Sokurov; “Las alas del deseo”, de Wim Wenders; “Magnolia”, de Paul Thomas Anderson; “Fight Club”, de David Fincher; “Cuando papá se fue en viaje de negocios”, de Emir Kusturica; “El valle de Abraham”, de Manoel de Oliveira; “El marido de la peluquera”, de Patrice Leconte; “Annie Hall”, de Woody Allen; “Barton Fink”, de los Hermanos Coen; “El ejecutivo”, de Robert Altman”; “Exótica”, de Atom Egoyan”; “Crash”, de David Cronenberg”; “El piano”, de Jane Campion”; “El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante”, de Peter Greenaway; “Monalisa”, de Neil Jordan; “Rompiendo las olas”, de Lars Von Trier; “Lluvia de piedras”, de Ken Loach; “Adiós a mi concubina”, de Chen Kaige, y “Naked”, de Mike Leigh.

28 libros: “La inmortalidad”, de Milan Kundera; “Liberalismo político”, de John Rawls; “Mrs. Dalloway”, de Virginia Woolf; “The Hours”, de Michael Cunningham; “Eichmann en Jerusalén”, de Hannah Arendt; “Los versos satánicos”, de Salman Rushdie; “Cratilo”, de Platón; “Investigación sobre los animales”, de Aristóteles; “El guardián entre el centeno”, de J. D. Sallinger; “El Cairo nuevo”, de Naguib Mahfouz; “La edad de la inocencia”, de Edith Warton; “Crítica de la facultad de juzgar”, de Immanuel Kant; “Si esto es un hombre”, de Primo Levi; “Historia y crítica de la opinión pública”, de Jürgen Habermas; “Odisea”, de Homero; “El coronel no tiene quien le escriba”, de Gabriel García Márquez; “Los papeles de Aspern”, de Henry James; “La democracia en América”, de Alexis de Tocqueville; “La biblia de Neón”, de John Kennedy Toole; “Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra”, de John Irving; “Los endebles”, de Michel Marc Bouchard; “Conferencia de ética”, de Ludwig Wittgenstein; “La metamorfosis”, de Franz Kafka; “Ángeles en América”, de Tony Kushner; “La tempestad”, de William Shakespeare; “Del asesinato considerado como una de las bellas artes”, de Thomas de Quincey; “Jude el oscuro”, de Thomas Hardy; “Madame Bovary”, de Gustave Flaubert.

28 discos: “I’m your man”, de Leonard Cohen; “Automatic for the People”, de R.E.M., “If you’re feeling sinister”, de Belle & Sebastian, “Trois couleurs: Bleu”, de Zbigniew Preisner; “Einstein on the Beach”, de Phillip Glas, “O.K. Computer”, de Radiohead, “Noises, Sounds and Sweet Airs”, de Michael Nyman; “The Queen is Dead”, de The Smiths, “Descanso dominical”, de Mecano, “Moon Safari”, de Air, “Le Temps du Gitans”, de Goran Bregovic, “Odelay”, de Beck, “Music for Airports”, de Brian Eno, “Bocanada”, de Gustavo Cerati, “La rebelión de los hombres rana”, de El último de la fila, “Figure 8”, de Elliot Smith; “Antics”, de Interpol; “Permanent”, de Joy Division; “Play”, de Moby; “Come on! Feel the Illinoise”, de Sufjan Stevens; “Quiet is the New Loud”, de Kings of Convenience; “Die Mens-Maschine”, de Kraftwer; “Happy Songs for Happy People”, de Mogwai; “The Tijuana Sessions Vol. 1”, de Nortec; “Funeral”, de The Arcade Fire; “Regeneration”, de The Divine Comedy; “69 Love Songs”, de The Magnetic Fields, y “The Graffiti Artist”, de Kid Loco.

No necesariamente en ese orden; no necesariamente los mejores en su tipo; no necesariamente distribuidos a lo largo de toda una vida: pero si me han hecho estos 28 años llevaderos y, ¿cómo no?, hasta me han hecho sonreír cuando se supone debería estar abatido…