Sunday, April 15, 2007

La reina, el demócrata, su esposa y la princesa amante


Un cuento moral sobre las aventuras del canal alimenticio, que empieza en la boca y termina en el ano
: así definió Peter Greenaway a su película El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante (1989), en la que, de manera metafórica, se refería a la voracidad caníbal como el principal rasgo de la política neoliberal en la época de Margaret Thatcher. Se trata de una fábula sobre los excesos de un ladrón que no puede saciar su hambre con nada, ni con los platos más exquisitamente preparados en el restaurante de su propiedad, ni con las humillaciones con que somete a una esposa ricamente ataviada por los diseños de Jean Paul Gaultier; una historia con moraleja sobre la conveniencia de la moderación alimenticia, que comienza con la humillación de una esposa sumisa y un pobre diablo que no puede pagar la deuda que ha contraído, y que termina con el acto supremo de codicia: devorar la carne de otro ser humano a quien se odia a muerte porque representa una forma de vida que no es comprensible para el ladrón voraz –un personaje que se parece mucho al político conservador que imagina que los límites del mundo en su conjunto son los límites de su visión moral del mundo. Y siempre, el ladrón, en el intento de devorarlo todo, acaba encontrando un placer que no puede compartir –autorreferencial y onanista– y que lo hace atragantarse con el contenido de su plato, aunque de hecho ya no tenga hambre.

El comportamiento del ladrón de Greenaway es (podría ser) como el del banquero: que tienta a quienes quiere someter con la promesa de prosperidad y crédito ilimitado, para terminar cobrando con intereses inauditos hasta los modales exquisitos con que la presa fue conducida al rastro. El cuento moral de Greenaway comienza con la descripción meticulosa de los ingredientes que se preparan cuidadosamente en Le Hollandais –el restaurante propiedad del ladrón Albert Spica–; tiene en su nudo dramático el tibio amor que florece entre la esposa del ladrón y un tímido librero, quienes deambulan entre los escenarios de color cambiante fotografiados por Sacha Vierney y en una coreografía que tiene como música de fondo los acordes de Memorial, la soberbia pieza compuesta por Michael Nyman; y concluye violentamente –como la digestión lo hace en el punto que concluye el canal alimenticio– con una ceremonia de expiación en la que el caníbal será obligado a dimitir, a aceptar que su voracidad le impide disfrutar cualquiera de los bienes que ha logrado por medios inmorales. La digestión originalmente tiene la función de mantener vivo al organismo; el ladrón es incapaz de digerir lo que se lleva a la boca sin control, y por eso tendrá que ser sometido a una purga que acabara expulsándolo del mundo junto con todo el rencor acumulado en los súbditos que le servían en Le Hollandais.

El cuento moral de Greenaway tiene obvias resonancias políticas, y se refiere a una época en la que la moral de unos pocos estaba decidiendo –anulando– el destino de una nación que había gestado la tradición liberal como una forma de potenciar la libertad individual al abrigo de instituciones políticas justas. Sin embargo, Greenaway es lo suficientemente inteligente como para no elaborar un panfleto político. Greenaway sabe –como Ken Loach, a su manera– que la del cineasta es la posición más cómoda para ser radical, que el mundo no va a cambiar aunque se exponga la voracidad del ladrón. A lo más que puede aspirar el contador de historias profesional –use los recursos del cine, el teatro o la novela–, es a plasmar la complejidad del mundo y a escenificar los conflictos morales como algo distinto de los juegos de suma cero, es decir, como representaciones trágicas en la que las dos partes enfrentadas tienen sus razones para comportarse cómo de hecho lo hacen. La historia del ladrón onanista de Greenaway no hace explícito el sentido de su crítica política. El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante es una fábula que va acumulando situaciones de humillación, momentos de violencia simbólica, actos de voracidad extrema, in crescendo, para que el espectador se sienta incómodo y empiece a preguntarse cuál es la fuente de ese malestar: si todo eso no le resulta desagradable por serle terriblemente familiar, si él no ha vivido en carne propia la experiencia de ser cocinado a fuego lento por las deudas o el sistema de justicia.

La voracidad es una de las experiencias políticas más extendidas en las sociedades que aceptan la lógica del mercado como forma suprema de racionalidad política, que convierten a los derechos en objetos de regateo y a la dignidad en un plato que se puede cocinar de muchas maneras, para complacer a quien tenga el dinero suficiente para pagarlo. Greenaway muestra la violencia de la relación que se establece entre quien no tiene otra cosa que vender más que su dignidad y quien está tan corrompido que no sabe sino ofrecer dinero a cambio de ésta. Con una sencilla fábula sobre las aventuras del canal alimenticio, Greenaway se toma su parte de revancha contra un sistema que ha confundido la productividad con las sangrías a muerte, y que vuelve repulsivos los modales y la cultura que se construyen para disfrazar –para hacer tolerables– las relaciones políticas esencialmente depredadoras y voraces.

Los tiempos cambian, aunque las instituciones y sus funcionarios se resistan a ello. La voracidad de un ladrón como el que retrata Peter Greenaway no durará mucho. Aunque esto no significa que se produzca el progreso moral de la humanidad cuando suceda el cambio político. El ladrón es derrocado por un político que aparece cubierto por el aura de la virtud en un momento dado, y probablemente al cabo de la gestión de éste último, el político virtuoso será indiferenciable del ladrón repudiado por quienes son tratados por él como súbditos más que como ciudadanos. La opinión de la sociedad civil es cambiable, frágil como la virtud del ladrón que sabe que nadie lo está observando, terriblemente inestable como la confianza entre los seres humanos. Ninguna sociedad resiste la renovación total. La revolución es el cambio de las estructuras políticas antiguas por otras nuevas, pero siempre tiene que apelar a un relato fundacional que le otorgue legitimidad. La revolución de independencia de Estados Unidos fue exitosa, por ejemplo, porque los Padres Fundadores apelaron a la igualdad como una cuestión de evidencia natural y de fe, y porque se sentían los restauradores de la virtud política desplegada por los senadores romanos. La historia nos dice que el cambio político no puede ser total: que los cimientos de una nueva cultura tienen que ser sostenidos por las ruinas de otra civilización.



Idealmente, las sociedades democráticas aspiran a fundar la legitimidad de sus gobiernos en la regla de la decisión de la mayoría y, más importante, en el respeto irrestricto a los derechos fundamentales garantizados universalmente. Pero en la realidad, la tradición y la lealtad a la nación siguen siendo la fuente de legitimidad de los regímenes políticos. En este sentido, la institución monárquica es el vínculo entre el pasado y el futuro que ha permitido, en Inglaterra, la relativa celeridad con que se han producido los cambios políticos: del conservadurismo voraz de Margaret Thatcher, al afán modernizador socialdemócrata de Tony Blair, pasando por el reformismo de John Major. Y, sin embargo, como escribía Shakespeare, algo podrido flota en el ambiente de Dinamarca: la voracidad del ladrón parece emparentarse con el parasitismo de una nobleza cuya única función es legitimar la estabilidad de la nación inglesa en el tiempo, de darle la sensación de no ser huérfana incluso en los peores momentos.

Mostrar la necesidad del cambio, de la sustitución de lo viejo por lo nuevo, sin aspavientos ni énfasis panfletarios: ésta es la principal virtud de La reina, la más reciente película de Stephen Frears, quien hace evidente la caducidad de los ideales tradicionales asociados a la monarquía, simplemente mostrando su incapacidad para adaptarse a los nuevos tiempos, a las demandas de reconocimiento e inclusión que formularon los actores políticos laboristas desde la década de 1980; por eso los laboristas acabarían reconociendo en el entonces políticamente exitoso Tony Blair al adalid de la modernización en todos los ámbitos. La fábula de Frears –además de la extraordinaria presencia de Helen Mirren– tiene en común con el cuento moral de Greenaway una cierta renuencia a la dramatización excesiva, una buena dosis de ironía para mostrar como una minúscula piedra en el zapato –la aventura amorosa de la esposa del ladrón en un caso, la muerte de la Princesa Diana de Gales en el otro–, acaba siendo el motivo para el derrumbe de un organismo político completo.

La reina se lamenta en silencio que el pueblo no reconozca en su sentido del pudor para expresar el duelo por la muerte de la reina de corazones –de la joven cenicienta que llegó a ser princesa–, un síntoma del carácter flemático inglés que tanto admiran los extranjeros y que tan bien celebran los poetas nacionalistas. La reina se burla del afán modernizador de Tony Blair, y le espeta en su primera visita al palacio que a ella no le van a contar cuentos sobre el futuro de Inglaterra, cuando ha visto desfilar la gloria y la decadencia de todos los primeros ministros desde la época de Winston Churchill. La esposa de Blair –Cherie, quien acabaría metida en un escándalo financiero casi al final del mandado de Tony Blair– se siente indignada frente al protocolo real que la obliga a nunca darla la espalda a la reina. El propio Tony se deja seducir por los atributos de lo que él imagina el ciudadano común inglés, mientras se enfrenta en la vida real –no en los escenarios delineados por la filosofía política de la tercera vía– con el problema de la voluntad cambiante de un pueblo que el día de hoy lo ama, que odia a la reina, pero que el día de mañana podría negarle sus favores amorosos.

Y es que, parece decirnos Stephen Frears, el colapso del conservadurismo inglés no vino de la mano de un reconocimiento del estado de injusticia al que las políticas neoliberales habían conducido al país; tampoco por la evidencia del parasitismo de una familia real que sólo se preocupaba por ajustarse la falda y el tocado en los actos protocolarios; mucho menos por la objetividad de los medios de comunicación que supieron ver en la incapacidad de la reina para vincularse emocionalmente con su pueblo, un síntoma de debilidad política. El colapso político –el final de la fábula sobre la voracidad de los ladrones en el poder– vino de la mano de una opinión pública que convirtió a una chica de la clase obrera, casada con un príncipe eunuco y cuya debilidad era tener un corazón puro, en heroína nacional. Por supuesto, la realidad es más compleja que el planteamiento de Stephen Frears. Probablemente, la reina nunca haya dicho frases tan agudas como aquella de añorar el voto, porque éste representa la ocasión de ser arbitrario al momento de decidir otorgar sus favores a uno u otro bando de la contienda política. Quizá la familia real nunca se haya lamentado que, incluso al momento de su muerto, Diana se las arreglara para molestarlos. Seguramente, la reina nunca contempló con genuina tristeza el acoso de la familia real al último ciervo con un asta de catorce puntas que deambula por sus bosques, representante de una época en que las familias eran honorables y la caza era un deporte al que no importunaban los ambientalistas defensores de los derechos de los animales. Pero la ironía de Frears es más sutil: se dirige a cuestionar el sentido de la legitimidad política en el mundo moderno, a hacernos preguntar por la forma en que amalgamos lo nuevo y lo viejo, el conservadurismo y el progresismo, en nuestros sistemas políticos. ¿Realmente queremos que se acaben los privilegios para todos o sólo esperamos nuestra tajada del pastel para permanecer callados? ¿Por qué el destino de la socialdemocracia inglesa se perdió entre las patas del caballo que guiaba Tony Blair, cuando éste perdió el rumbo y se contagió de la histeria de Bush? ¿Por qué la realeza, aunque sea reconocida en su obsolescencia desde hace mucho tiempo, sigue siendo el motivo de portadas para revistas de chismes, y constituye el referente inmediato de éxito social para una buena parte de la población?

El ciervo magnífico que corre por los bosques de Balmoral, la finca de descanso de la familia real, finalmente no será cazado por ningún miembro de la nobleza inglesa, sino por un común y corriente banquero que posee una propiedad colindante. Al final, la reina contempla la cabeza del ciervo separada de su cuerpo, con la misma misericordia con que ella espera la observe la historia cuando se haya retirado de la vida pública. Y seguramente, en ese momento de claridad mental, la reina desea lo mismo a Tony Blair: un juicio justo de la historia que sepa valorar sus acierto y sus defectos, y que sepa ver en sus decisiones no síntomas de voracidad suprema –como las del ladrón Albert Spica– sino el aura de la santidad que el pueblo inglés asoció en un momento dado con la Princesa Diana de Gales.

17 comments:

tu.politóloga.favorita said...

Un grupo que ha estado ahí desde siempre, ¿puede ser legítimo? Qué bueno que se plantean cuestiones al rededor de esa pregunta en una película.
El desfase de las monarquías no tiene porqué tener cabida en un mundo como el de ahora.
saludos!

Paxton Hernandez said...

Hola Mario,

Te agradezco mucho tu comentarios y tu visita al blog. Te dejé una respuesta por allá.

Para conocer mejor al lector, ¿cómo fue que diste con el mío?

Te envío un saludo cordial,

Miguel Cane said...

"El 30 de agosto de 1997, la princesa Diana de Gales, de soltera Diana Spencer, ex regordeta maestra de kindergarten convertida en bulímica y muy chic celebridad internacional y embajadora de UNICEF, fue y se mató en espectacular accidente de tráfico en París, Francia, acompañada por su amante du jour, el millonario Dodi Al Fayed, mientras presuntamente huían de los paparazzi.
El mundo entero especuló, señaló y se pegó a las pantallas para ver lo que acontecía y descubrir cómo reaccionaría la familia real (con la que tuvo una pésima relación desde que se separó de su marido en 1992, el llamado annus horribilis). Sin embargo, un retrato más o menos fiel y sobre todo, objetivo, de lo que pudo ocurrir durante esos infernales días en el seno de la familia Windsor, no había sido presentado, sino hasta ahora, por la mano del brillante cineasta Stephen Frears, que ha demostrado una impresionante versatilidad en su carrera fílmica, y que se sirve de una intérprete extraordinaria en Helen Mirren, para dar vida a la cabeza de dicha familia y también, del estado británico: su alteza real, Elizabeth Alexandra Mary Windsor, soberana del Reino Unido, más conocida como la Reina Isabel II.
Y ésta es precisamente la razón principal para ver esta película, mas no así, la única: la Mirren – famosa por su vibrante personalidad y por su elaborada construcción de personajes- disuelve aquí su sensualidad natural para convertirse, literalmente, en el objeto de una clase magistral de actuación: esto es, nos convence de inmediato de que ella es la reina, y sin embargo, no recurre a técnicas de imitación o parodia, que pueden llegar a ser muy brillantes [recuerden que hasta “el gober precioso” juraba y perjuraba que lo “habían parodiado”] en manos de otros actores; en este caso, la Mirren sólo recurre a la voz y al atuendo y ciertos manierismos para poder meterse en la piel de esta mujer, que tal y como la vemos en la cinta, lleva cuarenta y cinco años de desempeñar lo mejor que ha podido y con absoluta dignidad, uno de los trabajos más difíciles (e ingratos) del mundo.
A lo largo de La Reina, podemos ver a la soberana como una señora cuyas obligaciones protocolarias la ciñen de un modo – y desde niña-, que le impide manifestar cualquier gesto que trascienda de la sorpresa o el posible dolor por la repentina (y complicada) muerte de su ex nuera, quien, para bien o para mal, es madre de un futuro Rey de Inglaterra; gracias a los excelentes diálogos escritos por Peter Morgan, se asoma como una mujer inteligente, a veces confundida, fatigada y también profundamente humana.
Ayuda muchísimo a este retrato la interacción que sostiene con su cónyuge, el Duque de Edimburgo (James Cromwell, quien por cierto, es nativo de Los Angeles), que es presentado con todo su humor involuntario y mala leche intactos, aunque también hay entre ellos, como en sus contrapartes, un cierto aire de ternura. Una mención especial amerita la veterana Sylvia Syms, quien encarna a la [hoy extinta] Reina Madre, con humor y cierto carisma.
Redondeando el reparto y poniéndose al tú por tú con Mirren está el joven Michael Sheen, que interpreta al entonces flamante primer ministro Tony Blair de una manera formidable (uno jura que es él), en sus días previos a convertirse en pelele del Chamuco Idiota que es GW Bush; la interacción entre ambos personajes ayuda a dar sustancia a la cinta y revela el frágil equilibrio que existe entre las dos caras del gobierno británico; la oficial (el parlamento) y la simbólica (la casa real).
Prescindiendo de la estridencia barata, del chisme de lavadero y de los juicios lapidarios, la película se mueve ágilmente y sirve para mostrar lo que pudo haber sido el momento más crítico en el reinado de Isabel II.
La presencia de Helen Mirren rompe todos los esquemas y sostiene la cinta desde el principio hasta el último encuadre y demuestra que muchas veces, para captar una historia apasionante, no hace falta utilizar grandes efectos ni sets; muchas veces, con un solo gesto, pude decirse todo y la Mirren aquí es una reina de verdad."

Publicado por Miguel Cane en Linterna Magica, MILENIO Diario, el 5 de abril de 2007.

Max Demian said...

En realidad, la verdad para hablar de politica, ocurren post a una era, y en donde el nuevo "gobierno" contrasta con el anterior. A Tatcher y su rigido actuar contrastaba con el neoliberal y efectista gobierno yuppi norteamericano, como asi, la monarquia britanica amor/odio, no se le perdona no arriesgarse a ser seres humanos y vivir en un protocolo infinito.
Algun dia las politicas de los pueblos siempre terminaran siendo criticadas, ya que lo unico que sirve a posteriori es la critica, no hay otra finalidad

Unknown said...

Helen Mirren es un mis actirces favoritas. Tengo esta peli en VHS. M enecnata. La banda sonora es genial, Michael Nyman está insuperable, aunque una de las canciones, la de las vedettes que cantan "I'm waiting" no está incluida.

Me gusta cuando la ropa y el escenario cambiaba de color. El restaurante es rojo y el baño es blanco. La ropa cambiaba cuando pasaban de un sitio a otro.

senses and nonsenses said...

después de leer un comment tuyo en otro blog, me he alegrado al ver el post que dedicas a la película de greenaway. mi favorita del inglés.
la lectura política que haces es muy interesante, no había pensado este film en esos términos. siempre es un placer leerte y aprender contigo.

lo mismo puedo decir de 'the queen', con dos escenas, dos detalles, eres capaz de explicar todo el sentido de la película: la escena del ciervo, y el diálogo final donde le dice a blair que hoy el pueblo le aplaude pero llegará el momento en que también le ponga en cuestión.

me has puesto de muy buen humor a estas horas de la mañana. un post excelente.

un abrazo.

Miguel Cane said...

Aprovecho para avisar:

Mañana 18 de abril, 19:30h
Un Lugar de la Mancha, (Polanco - Esopo esquina Mazarik), la presentación de mi novela.

Perdona que use tu foro para autopromoverme, pero es una forma de invitarte.

M

senses and nonsenses said...

sólo quiero decirte que este post -junto a otras cosas que leí ese día en la red- fue el origen de esa cita de brecht que siempre me inquietó. me hiciste recordarla.

victoria abril es mi actriz española favorita 'detodoslostiempos'. un reencuentro con victoria y antonio no estaría nada mal. me gustaría saber que pasó con ricky y marina, los personajes de 'átame', al modo de 'before sunrise/sunset'. aunque ésta idea no creo que ni a pedro se le haya pasado por la cabeza.

un abrazo.

Viajo ligero said...

oye Mario yo soy Princesa, amante y esposa y a vececs 8cuando me conviene) democrata, entonces ¿hablas de mi?
aq

José Merino said...

Renuncio a hablar de las conexiones, vía el consumo, entre el mercado y el Estado, y renuncio por agotamiento temprano (soy economista político). Anuncio, en cambio, la defensa de los sentidos y su voracidad. El problema, de haberlo, no radica en la veneración al libre intercambio de bienes, sino en el uso emocional del consumo como un atajo identitario (la comunidad gay es ejemplo prima facie).

Pero encuentro en la voracidad una forma de hambre escándalosa, no una satisfacción placentera, y el hambre, sabemos, es el motor de la historia: las migraciones, el intercambio, revoluciones, el conocimiento y la tecnología. Las cocinas más sofisticadas del mundo han surgido precisamente de la necesidad de exprimir a los magros alimentos sus mejores posibilidades: China, México y, por supuesto, Francia.

En cuanto al cambio político y la re-estructuración de roles no definidos a partir de la voluntad mayoritaria.... ¿Quién puede, sensiblemente, defender a ambos, las mayorías sin edición que nunca han agotado su capacidad para el error y la exclusión, y a las élites que encuentran en la inmovilidad la inercia de un status ni merecido ni útil?...

En efecto, la democracia es el la tierra de los procedimientos, no el reino de los buenos deseos. ¿Alcanza?.... sí, casi siempre.

El Calentito said...

Hagamos la canción de Bibi, la canción del Verano!!!!

Oye Sálvame, ven nadando a mi!!! Sálvame soy un naufrago!!!!

Besos Calentitos!!!!

Love doctor said...

Está muy buena, esa de La reina. Y está bien interesante la relación que encuentras entre las películas y la política de la coronada británica. Me gusta mucho la incorporación de material documental con la imagen de Diana. Aunque no me parece tan repercutiva la anécdota, ni plenamente convincente el cuadro de personalidades de la familia real, me gusta porque no se parece a nada.

Zelig said...

De un tiempo a esta parte Greenaway ha desaparecido de nuestra cartelera, en tiempos era uno de mis directores de cabecera: "El vientre del arquitecto", "El contrato del dibujante" "El bebé de Macon" o "The Pillow Book" son grandes películas muy impactantes visualmente. Luego se enredó con el proyecto ese de "Las maletas..." y se perdió aún espero grandes cosas de él.

El filme de Frears aún no lo he visto, no cuestiono su calidad, pero la verdad es que me da bastante pereza acercarme a un personaje tan caduco como el de Isabel II.

Saludos.

Mario said...

Mi politóloga favorita:

El de la legitimidad es un tema que da para mucho. Y sobre todo porque se relaciona con el tema de la autoridad política. ¿Cómo vincular autoridad y legitimidad en clave democrática para sociedades posmetafísicas y seculares como las nuestras? Hay que seguirlo pensando, mucho... Un abrazo, Politóloga...

Ben:

Ese Malcolm tiene opioniones muy radicales, y le ayuda mucho el que el formato del programa lo hace parecer como un dulce inofensivo. Frente a la inmadurez de muchas sociedades civiles del mundo, y de la sociedad civil global, casi siempre la postura es el pesimismo. Pero también hay que darse cuenta que la maduración política de las sociedades es lenta, a veces más de lo que quisiéramos... Un abrazo, Ben

Paxton:

Algo que ver con Bill Paxton? No lo sé, me gusta mucho más lo que escribes que lo que hace este actor... En realidad, te descubrí a través del LoveDoctor y me autoincluí entre la lista de tus visitantes frecuentes... Aunque a veces no posteo, porque la chamba no me deja últimamente mucho tiempo libre... Un abrazo, Paxton, y gracias por recordarme la grata experiencia de "Seres Humanos"...

Miguel:

Exacto! La marravilla de la caracterización de Helen Mirren es que es "la reina" sin parodiar a la reina, y mira que es un personaje fácilmente caricaturizable... Stephen Frears tiene una estupenda mano para dirigir actores. Es de esos directores discretos, que no se preocupan por señalar su carácter de "auteur" a cada momento, y que cuando revisas sus carreras te das cuenta que tienen un historial de muy buen nivel. Un poco como Claude Chabrol: un autor con una puesta en escena al servicio de la historia, y no al revés. Mi favorita de Frears sigue siendo "Mi hermosa lavandería", otra forma de abordar el conflicto político desde una punto de partida aparentemente inofensivo... Por cierto, me gustó mucho eso que leí dijo Zurita en tu libro, sobre los personajes que usan collares de lágrimas y lloran perlas... Ya estás pensando en vender los derechos para filmarla?... Un abrazo, Miguel, y mis mejores deseos para que la novela encuentre a sus lectores...

Max:

Como dicen de la nostalgia que ya no es lo que solía ser, así sucede con la crítica: parece que ha dejado de ser crítica y se ha vuelto demadiaso complaciente. Precisamente, la sociedad civil se diferenciaba del mercado y el Estado, para servir de contrapunto crítico a ambos. Y hoy, es cada vez menos frecuente que movimientos civiles de largo aliento sobrevivian sus propias luchas intestinas por el poder... No sé, hablar de estos temas me produce optimismo y pesimismo a partes iguales... Un abrazo, chaval...

MakiMaki:

Yo tengo la misma impresión de la película! De hecho, después de verla la primera vez, y al tratar de reconstruirla en mi cabeza, me parecía que estaba constituida de un único plano-secuencia en travelling horizontal, en el que la música de Nyman rubricaba esa coreografía de los amantes huyendo del ladrón, a través de escenarios alternados de diferentes colores y cambiando de atuendos al abrir y cerrar puertas... Sin embargo, la película era más que eso. Pero, ¿no era bellísima en su simetría esa escena en la que la puerta se abría y echaba una luz blanca sobre los personajes vestidos de rojo y luego éstos cruzaban, y ya estaban vestidos de blanco con la luz roja bañándolos? Genial Greenaway y su sentido de la composición... Gracias, MakiMaki por acordarme de todo esto...

Senses:

Gracias por toda tu cortesía y calidez a lo largo de estos posts.... Eso de poner a un chico tan inteligente como vos de buenas, por el sólo hecho de compartir unas palabras, me pone a mi también de buenas... La trayectoria de Brecht es un recordatorio del destino del poeta en tiempos de oscuridad. Y allí está para recordarnos lo que es tener una conciencia crítica, y cómo somos frágiles para ceder ante las presiones de nuestro propio tiempo... Yo quisiera ver también esa peli sobre qué pasó entre Ricky y Marina muchos años despúés. ¿Seguirán viviendo en el pueblo? ¿Marina se habrá vuelto actriz de culto? ¿Qué sería del director interpretado por Francisco Rabal?... Victoria siempre ha sido una presencia inquitante. Me perturba mucho su papel en "Amantes" y la extraño de vuelta con ALmodóvar... Un abrazo, querido Senses...

Arquetipo:

El post tiene dedicatoria como "Todo sobre mi madre":

A las mujeres que son madres, a las actrices que actúan de madres, a las grandes actrices del cine, a Gena Rowlands, Romy Schneider, a los hombres que actúan de mujeres, a las mujeres que actúan de hombres y -yo añadiría- a los demócratas que no pueden resistir la tentación del aristócrata... Un abrazo, Arquetipo...

José:

No había pensado el tema de la voracidad desde es punto de vista. Y sí, tienes razón: cuando el suelo no da mucho de sí, el hambre permanece, y entonces hay que aprender a encontrarle sabor hasta las piedras. Como la mujer de "El coronel no tiene quien le escriba", que hervía piedras para que los vecinos no sospecharan que se estaban muriendo de hambre... Esa vocación de la economía política puede fatigar de muerte a cualquiera. Pero pienso en lo que decía otro gran político con vocación de economista: Locke y su idea de que uno no se puede apropiar del mundo entero sólo por placer, sino que una persona sólo puede ser dueña de aquello que puede apropiarse con el sudor de su frente, no depredando a los demás... Gracias, que me hiciste pensar mucho... Y, un abrazo...

Don Calentón:

Hace unos meses, tenía un jefe al que le decíamos así. Desafortunadamente, no se le daba la música ni el ritmo también como a ti... Haré lo que pueda por disfrutar la canción que me has hecho tararear, pero de nadar no garantizo nada. Desde pequeño le tenía miedo/fascinación al mar... Gracias por comentar y bienvenido. Espero no sea la última vez...

LoveDoctor:

A mi también me gusta lo que no se parece a nada, lo que me desconcierta y no puedo emparentar con cosas que he visto, leido o vivido... Aunque el gusto de lo que no se parece a nada, a veces se parece al vértigo frente al vacío... Ni modo, somos criaturas de hábitos que anhelan ser sacadas de sus hábitos... Así se rompen los esquemas rígidos de pensamiento, en los que muchas veces caigo... No sé por qué la gente sigue fascinada por Diana y toda esa idea de la princesa del pueblo, pero Frears lo analiza con ironía magistral...

Querido Zelig:

Me da gusto reencontrarte en la blogósfera. Y ver tambíén que de nuevo hay actividad en Zeligmania, que siempre leo con placer... En una época, Greenaway fue mi director favorito. Siempre pensaba que no podía ir más lejos, y a la próxima película avanzaba un paso más, sólo que ahora veo, en dirección del vacío. Es un tipo erudito, con una creatividad que se le desborda, pero que tíene la intención suicidad de dinamitar el cine con las herramientas del cine... Todo Greenaway hasta "El libro de cabecera" me gusta mucho: "El bebé.." me parece una de las críticas más furiosas y pertinentes a la canonización de la imagen. Y luego lo escuchabas hablar sobre cómo esa peli tuvo como punto de partida los anuncios de Bennetton, y todo tenía una coherencia inaudita... "El cocinero.." me seduce... "Los libros de Próspero" me produce una indigestión visual muy placentera... Pero luego vinieron "8 1/2 mujeres" y las subsecuentes, y algo ya no andaba del todo bien... Me gustó su trilogía sobre Tulse Luper, tiene algunas de las imágenes más hermosas que ha producido, pero de todos modos siento que algo se perdió definitivamente en Greenaway... Abrazos, Zelig

Unknown said...

De nada.

Arkturo said...

necesito ver cine de Peter Greenaway

cuando la veo, te diré que pienso.

Mario said...

MakiMaki:

Siempre eres bienvenido por acá... Abrazos

Arkturo:

Cine de Greenaway, hay que ver sobre todo del primero... Podrías empezar, precisamente, por "El cocinero...", en la que están todas sus obsesiones recurrentes, la mejor forma de su discurso estético y sus colaboradores habituales (Nyman en la música, el gran Sacha Vierney en la foto) espléndidos... Un abrazo