En su estudio sobre el surgimiento de la opinión pública burguesa (Historia y crítica de la opinión pública), Jürgen Habermas apunta como una de las manifestaciones del principio del fin de la época monárquica, la celebración del carnaval previa a la cuaresma en los países católicos. En estos días, nobles y plebeyos se mezclaban, al amparo de las máscaras y los disfraces, en los días en que Jesús no estaba presente en la tierra, para entregarse a todo tipo de excesos y conductas prohibidas por la Iglesia. Y es que así ha sido siempre: el pecado existe porque hay un orden institucional y nada divino que lo define por oposición a la virtud y el comportamiento moral. En los días del carnaval, el diablo se hace con el control de las almas y ensaya una representación del fin del mundo.
La última película de Arturo Ripstein, El carnaval de Sodoma, tiene como punto de partida, como buena parte de su cine reciente, la representación del fin de un orden cuidadosamente construido en el encierro y que empieza a resquebrajarse cuando la realidad del exterior empieza a filtrarse. En este caso, se trata del Royal Palace, el decadente burdel que preside una pareja de asiáticos, ubicado frente a la Catedral de La Vega, desde la que el Padre Cándido predica el cierre del antro de vicio y perdición, esperando que esta obra pía sea suficiente para convertirlo en santo y que al morir su carne no se corrompa. Las aspiraciones del Padre Cándido son profundamente sacras, pero el mundo trastocado en el que le ha tocado vivir lo hace anhelar la majestuosidad del Vaticano al tiempo que se niega a ofrecer la absolución a los habitantes del Royal Palace, cuyas almas considera perdidas de antemano.
En el burdel vive una corte de los milagros integrada por prostitutas y perdedores que parecen escapados de muchas de las anteriores películas de Ripstein. Allí está la prostituta que sufre al pasarse las noches en blanco y sin clientes, porque por el pueblo se ha corrido la voz de que estar con ella atrae la mala suerte. Allí vive la china Lulú, perdida en sueños de opio en los que se imagina que su esposo no la maltrata y que el cielo le ha regalado los hijos que tanto anhela. Al burdel lo ronda Ángel el Angel, un alcohólico desencantado que a lo único que aspira es a que le rompan la cara a golpes, para sentirse un poquito vivo de nuevo. También está Edoy, el poeta que escribe endecasílabos sobre flores que no conoce, para un concurso literario nacional en el que sólo se inscriben tres personas. Tora es un revolucionario profano que afirma que los orgasmos que se consiguen en el Royal Palace son mejores que cualquier triunfo del proletariado. Y, finalmente, como un fantasma que recorre el burdel, está la mítica presencia de la Princesa de Jade, a quienes todos dicen haber poseído en la mejor de las noches de su vida, pero que se ha esfumado a la mañana siguiente sin dejar huella. Sin embargo, en la escala litúrgica del Padre Cándido, los habitantes del Royal Palace tienen un rango todavía menor que los africanos, y merecen el sufrimiento eterno de vivir en un infierno que se parece mucho al carnaval que precede a la destrucción del burdel.
Cada nueva película de Ripstein es, al mismo tiempo, idéntica y diferente a las otras que integran el conjunto de su filmografía. El carnaval de Sodoma comparte las ansías de apurar el fin del mundo de los personajes de El evangelio de las maravillas; también evoca el infierno cerrado que es el burdel de El lugar sin límites; además, a la película la permea ese humor amargo que marca el ritmo de la tragedia griega en Así es la vida… Es la misma película, pero también es diferente. Ahora la inspiración no es sólo una idea de Paz Alicia Garciadiego, sino la novela de Pedro Antonio Valdés que ella ha adaptado. Cuando leí Carnaval de Sodoma, y sabiendo que Ripstein estaba filmando la película, no dejaba de intrigarme la forma en que Paz Alicia resolvería visualmente los delirios de los parroquianos en torno a la Princesa de Jade, las apariciones de santos al moribundo Padre Cándido o, incluso, los malabares eróticos que sólo tienen cabida en el Royal Palace. Pero la película es una creación radicalmente diferente de la novela. Y como siempre sucede con la dupla Ripstein-Garciadiego, la fuente de inspiración es sólo eso, el punto de partida para una construcción absolutamente personal.
Debo decir que la película me pareció menos afortunada que obras mayores como El lugar sin límites, Principio y fin o Profundo carmesí, pero no por ello dejo de encontrar momentos de genialidad en ella. La descripción del ritual sadomasoquista de los chinos dueños del burdel me parece una de las historias de amor y violencia más conmovedoras en la obra de Ripstein, y se parece mucho a lo que él contaba en Mentiras piadosas. La gracia con que María Barranco interpreta el personaje de la prostituta que da mala suerte, es insuperable. La ironía con que Fernando Luján evoca la doble moral de los curas que predican en cada esquina de las calles de la Ciudad de México, se convierte en un ejercicio de subversión política. La música deslavada de David Mansfield no podría ser mejor rúbrica para este ritual del fin del mundo que se cumple puntualmente. La fotografía y la dirección de arte integran una unidad, y ya no puedo dejar de imaginarme que, de existir, el infierno tiene que ser del color y la textura de El carnaval de Sodoma. La película tiene, a su favor, un saludable sentido del humor que permite a Ripstein tomar distancia de lo narrado y volver entrañables a sus criaturas grotescas. A diferencia de sus otras películas, el humor y no el dolor, es el rasgo principal que nos permite reconocernos en los parroquianos del Royal Palace. Finalmente, Ripstein ensaya, como hizo en La mujer del puerto, una estructura a lo Rashomon, en la que las dos últimas noches antes de que cierren el burdel son contadas desde cinco puntos de vista diferentes. Los hechos son los mismos, pero las voces que los relatan se contradicen y se complementan a cada momento. No obstante, creo que la película puede resultar confusa para quien no haya leído la novela.
Ripstein ha dicho que no es el director favorito de nadie, y que esto le permite una libertad creativa inusual. Quizá lo que digo sobre la película no sea tan objetivo, siendo la obra de Ripstein uno de los pilares de mi educación sentimental y de la formación de mi gusto cinematográfico. Vamos, que a los ojos del enamorado, el objeto de la pasión siempre es más hermoso que en la realidad. Pero no puedo dejar de sentir una curiosidad morbosa por ver cuál será el nuevo paso en una obra polémica, que se ha construido a contracorriente de las modas, y que no tiene pudor en desatender las críticas y las quejas de quienes afirman querer ver en el cine una realidad que no sea la que ven todos los días en la calle. Quizá el propio Ripstein se halle atrincherado en su carnaval, esperando que las paredes de su universo cinematográfico se colapsen en cualquier momento. Pero mientras eso sucede, y mientras la vida duela, seguiré fumando y esperando la próxima película de Ripstein.
P.D.: ¿Es mi imaginación o los problemas para publicar y dejar comentarios son más agudos con la versión Beta de Blogger?
// Say you were split, You were split in fragments/ And none of the pieces would talk to you/ Wouldn't you want to be who you had been?/ Well, Baby I want that too./ So better take the keys/ And drive forever/ Staying won't put these/ Futures back together/ All the perfect drugs and superheroes/ Wouldn't be enough to bring me up to zero// Aimee Mann, "Humpty Dumpty" (tratando de poner en orden las piezas que quizá nunca estuvieron en su lugar)
Saturday, November 18, 2006
El carnaval en los días del fin del mundo
Etiquetas:
Arturo Ripstein,
El carnaval de Sodoma,
Pedro Antonio Valdés
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5 comments:
bien... deberías dedicarte a hacer critica de cine... si no es que ya lo haces... pero bueno... creo que se te olvido algo... los personajes que soportan la película... esos que vemos pasar detrás, esos de quien sólo escuchamos una risa o un comentario, esos que sólo se permiten una mirada... pero que a veces le dan sentido a los que ocupan toda la pantalla... en este caso me parecen hacen que el circulo se cierre...
y si... todo se complica con esto de la versión beta...
Juntacadáveres:
Tienes mucha razón. Y ahora que lo dices, me acordé de ese grande del cine que fue Robert Altman, quien acaba de morir y era un maestro para armar películas que no parecían una puesta en escenaplaneada, sino totalitades orgánicas. Es el personaje que enciende el cigarro, el grupo de amigos que comentan con la mirada fija en el protagonista, la mujer que súbitamente se para... vaya, como la vida misma, pero sin sus inconvenientes. Un abrazo
simplemente me gusta muchisimo tu blog!!!!
TNF25:
Gracias por el cumplido. Yo anduve de intruso en el tuyo, y me pareció estupendo. Así que por eso me fusilé el post... Saludos y bienvenido...
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