En esta fotografía, de finales de la década de 1920, se observa a Jack Sprott, Gerald Heard, E. M. Forster y Lytton Strachey departiendo amigablemente frente a un poco de te y algunas magdalenas (como aquellas cuyo cuya gradual inmersión en el te, Proust describía, en En busca del tiempo perdido, para mostrar la relatividad del tiempo que pasa y que se convierte en nostalgia cuando nos hemos percatado de su irreversibilidad).
Forster es uno de esos gigantes de la cultura del siglo XX que –como Max Weber o Sigmund Freud– dejaron un muy instructivo testimonio sobre el significado de estar atrapado en una jaula simbólica cuyos barrotes integran los prejuicios de un determinado momento histórico y, simultáneamente, ser consciente de la opresión y de la importancia de intentar escapar de los límites que cada época impone sobre la mirada de los seres humanos. El gigante atrapado en la jaula sabe que su cuerpo es más grande que el pequeño espacio en el que la historia lo ha encasillado, pero no puede escapar; a lo sumo, alcanza a estirar una mano, a sacar un pie para rozar el piso, pero sigue atrapado en una jaula de la que no puede salir. Quizá el gigante, en el fondo, tenga miedo de forzar la cerradura, porque no sabe a qué clase de mundo tendrá que enfrentarse sin la seguridad de su jaula. La jaula tiene una presencia contundente para las personas, no es menos real por ser simbólica. Los barrotes de la jaula están constituidos por prejuicios de todo tipo –de clase, económicos, sexuales, étnicos, de género– y cada época se encarga de definir a partir de ellos –como el negativo define los rasgos de una fotografía– una idea de éxito social.
En 1910, Forster escribía Howards End, una saga familiar situada en la campiña inglesa, que tiene como protagonista a la mansión que da título a la novela y de la que dos familias disputan su propiedad. Por un lado, Howards End pertenece a los Wilcox, una familia de especuladores financieros que representan el ideal moderno del self made man, es decir, el individuo sin linaje pero con la suficiente inteligencia para hacerse de una posición social respetable. Y, en el otro extremo, Forster sitúa a los Schlegel, una tribu de origen alemán que nunca ha tenido que preocuparse por trabajar, y que posee el tiempo de ocio suficiente para construirse una cultura literaria y humanista para discutir a la hora del té. Los Schlegel van a entrar a la vida de los Wilcox por causa de una insignificante invitación a pasar una temporada en Howards End, y nunca se retirarán.
La estructura familiar de los Wilcox es misógina al extremo. Por su parte, las hermanas Schlegel defienden el sufragio femenino en sus clubes de lectura y de filantropía, pero admiran la estabilidad y el decoro de aquélla familia sin pizca de cultura ni refinamiento. Margaret Schlegel, al final de la novela, llega a la conclusión de que es irrelevante el voto de las mujeres para la política, pues ellas deben convencer a sus maridos en la cama para que voten por el candidato que consideren más conveniente. Si una mujer no puede ejercer este tipo de influencia, ¿entonces que caso tiene la pequeña diferencia que separa a los sexos?
En medio del campo de batalla que enfrenta a los Wilcos y los Schlegel, Forster hace aparecer a Leonard Bast, el joven empleado de una compañía de seguros que posee la ambición literaria de los Schlegel y la audacia social de los Wilcox, pero que carece del dinero de unos y otros para pasar por un hombre respetable a los ojos de la sociedad inglesa. Leonard Bast entra a la vida de las hermanas Schlegel porque una de ellas toma por equivocación su paraguas en el teatro. Las Schlegel creen que llevarse un paraguas por equivocación es un hecho insignificante, pero Leonard carece de otro instrumento para guarecerse de la lluvia cuando regresa a casa del trabajo. Y entonces los pasos inseguros de Leonard lo conducen a la casa de las Schlegel y su mundo de poesía y significado.
Helen, la hermana menor, empieza a trabar amistad con Leonard. En él, Helen ve al individuo promedio inglés que antes sólo conocía a través de las novelas que leía. Gente como Leonard estaba lo suficientemente oculta en la oscuridad del trabajo y el cansancio como para hacerse presente en los espacios públicos que las Schlegel y los Wilcox frecuentan. “Cuando la gente te falla, todavía te quedan la poesía y el significado”, le dice Helen a Leonard para consolarlo después de un mal día en el trabajo. “Eso es para la gente rica, en la sobremesa después de cenar, tomando café y fumando puros. La gente como yo está tan cansada del trabajo, que se duerme inmediatamente después de cenar”.
Así describe Forster el carácter de Leonard Bast y su lugar en la trama narrativa de Howards End:
“En esta historia los pobres no tienen lugar. Son inconcebibles y sólo accesibles a los políticos y a los poetas. Esta historia trata de gente bien o de aquellos que están obligados a simular que lo son. El joven Leonard Bast, estaba en el límite. No había caído en el abismo, pero lo percibía; a veces algún conocido suyo se precipitaba en él y dejaba de existir para el mundo. Sabía que era pobre y solía admitirlo; pero habría muerto antes que confesarse inferior al rico. Esto podrá parecer espléndido por su parte, pero que era inferior a la mayoría de los ricos está fuera de toda duda. No era tan distinguido como el término medio de los ricos, ni tan inteligente, ni tan sano, ni tan digno de afecto. Su cuerpo y su mente habían sufrido desnutrición porque era pobre; y porque era moderno, uno y otra exigían más y mejor nutrición. Si hubiera vivido unos siglos antes, en las brillantes y coloristas civilizaciones del pasado, habría gozado de un estatus definido, su rango y sus ingresos habrían sido congruentes. Pero hoy día el ángel de la democracia ha alzado el vuelo, oscureciendo las clases sociales con sus alas de cuero y ha proclamado: ‘Todos los hombres son iguales… es decir, todos los hombres que poseen paraguas’, y así, el joven se había visto obligado a reafirmar su distinción para no caer en el abismo donde nada cuenta y donde los asertos de la democracia se vuelven inaudibles […] Leonard creía en el esfuerzo y en la preparación constante para el cambio que deseaba. Pero carecía del concepto de cultura como herencia que se adquiere paso a paso: confiaba en llegar a la cultura súbitamente, como los adventistas confían en llegar a Jesús. Las Schlegel habían llegado, habían realizado el sortilegio, habían tomado las riendas en sus manos, de una vez por todas”.
¿Cómo se lee un fragmento como éste a principios del siglo XXI, casi cien años después de que fue escrito? No cabe duda de la ironía con que Forster observa el absurdo del sistema inglés de castas, ¿pero basta con esa tibia crítica para hacer cimbrar las conciencias de los lectores contemporáneos de Forster? ¿No somos un poco como el propio escritor inglés, es decir, gigantes atrapados en la jaula de hierro de nuestra cultura? ¿Hasta dónde los barrotes de nuestra jaula simbólica nos permiten estirar las manos para tocar el mundo fuera del encierro? ¿Cómo hacemos para despreciar la perspectiva de la libertad, una vez que nos damos cuenta de que es imposible forzar la cerradura de nuestra cultura? Cuando hoy perdemos un paraguas en el teatro, ¿hasta qué punto somos conscientes de la historia que nos llevó a estar sentados en una butaca presenciando una representación y a otros a fabricar paraguas y a nunca olvidarlos en el teatro? Y si tú le fallas a la gente, ¿de dónde van a sacar ellos la música y el significado para consolarse después de cenar? ¿Cómo se ve el siglo XXI con los ojos de Forster posados en nuestra cultura? ¿Podría el viejo autor inglés todavía sonreír con amargura por el destino de nuestra propia sociedad de castas?
17 comments:
¿Qué opinaría Foster ahora?
¿Pensando como antes pensaba?
No lo sé. Maurice se publicó en 1970, hasta después de su muerte, precisamente, porque le estremecía la idea de pensar que la gente supiera que él era realmente homosexual (amén de que gracias a la obesa Reina Victoria, la homosexualidad fue un delito pagado con cárcel hasta 1967).
Siempre he pensado que es uno de los grandes escritores, pero que su atormentada naturaleza, es como una especie de empañamiento a lo que sería, de otro modo, una muy prístina obra.
Abrazos, Mario.
Creo que finalmente todo se repita a escalas, todo, hay algunos pocos tipos de fisonomías, unos pocos tipos de personas y personalidades, así bien hay pocos comportamientos, se mezclan, se confunden, se disfrazan pero al final somos un montón de opciones en infinitas combinaciones, así mismo los comportamientos, las castas tienen sus propios modos y nuevas formas, así que nada nos debe sorprender, todo se repite y siempre estaremos en alguna casta.
Querido Mario,
Para evitar que caiga en saco rato contestó aquí tu pregunta de unos cuantos post más atras. El artículo de Alberto Manguel sobre la biblioteca clandestina del campo de Birkenau está recogido en su libro "La biblioteca de noche", publicado por la editorial Alianza.
Por cierto, en la revista "Que leer" de este mes (desconozco si tiene distribución allí y si podrás consultarla) hay un reportaje sobre este libro y se hace mención a esta biblioteca.
Saludos,
Z.
el señor simplemente se cagará vivo por tanta desigualdad, y tal véz hubiese terminado en depresión en algún bar de Broklin
el mundo ya no es para ese tipo de señores.
conozco el mundo de forster gracias a james ivory. 'maurice' en el momento de su estreno no la soporté porque estaba viviendo mi propia salida del armario. me gustó más 'la ley del deseo' o 'mi hermosa lavandería'.
la supe apreciar años más tarde.
en el siglo xxi me parece demencial que se prefiera la jaula, por muy de oro que sea. es una lástima que por un criterio clasista alguien siga viviendo en el armario.
mi favorita (hablo de las pelis de Ivory) es 'una habitación con vistas'.
un abrazo.
Tocayo!!
Muchas gracias por su comentario en mi Blo!!
Si el gigante se da cuenta que el espacio que ocupa le queda chico, extenderá la mano como dices pero no sabrá qué agarrar ni cómo hacerlo. ¿Cómo habría de hacerlo si es novedad para él? Max Weber y todos los escritores y cineastas se quedan cortos ante tal situación.
saludos!
Hace falta tanto por leer, y tan poco tiempo para hacerlo.
Miguel:
Exacto. De alguna forma, tanto "Howards End" como "Maurice" son las dos caras de la misma moneda: la forma en que el gigante trató de romper los barrotes de su jaula. Me parece muy melancólica la dedicatoria de la segunda obra: a mejores tiempos. ¿Finalmente llegaron esos tiempos mejores? Es un peso difícil de soportar la lucidez en tiempos de oscuridad, unida a una incapacidad para actuar responsablemente en el mundo... En cualquier caso, es un gran escritor y un tipo con una historia personal conmovedora... Abrazos, Miguel
Eduardo:
Todo cambia, y al final todo sigue siendo lo mismo. La gente abandona lo que en otros tiempos se consideraba su lugar social "natural", sólo para agruparse después en torno a ideas igual de absurdas. A fin de cuentas, los prejuicios y los estereotipos sirven para reducir la complejidad de un mundo que, sin ellos, resultaría paralizante.... Como dices, somos variaciones sobre un mismo tema: el tema del traidor y el héroe, sin que podamos diferenciar bien quién ocupa qué papel.... Saludos, Sr. Vampiro...
Querido Zelig:
Voy a buscar inmediatamente la referencia. Desde que la mencionaste me está dando vueltas en la cabeza imaginar qué pensaban esas personas que se preocuparon por resguardar lo que la mayoría de las personas consideran objetos de poco valor, diversiones banales (los libros). Me recordó la idea de Arendt, según la cual las cosas que no sirven para ningún propósito práctico (como los libros, el arte, las conversaciones y, yo añadiría, el cine) son las que manifiestan de manera más patente su carácter humano. Porque sólo a los seres humanos corresponde, a diferencia de otros seres vivos, imponer sentido sobre cosas y situaciones que naturalmente no lo tienen... Un abrazo, amigo
Arkturo:
Desde luego, el mundo ya no es para este tipo de señores, pero la ironía es que continúan naciendo y sentándose a beber cerveza en los bares de Brooklin y sus pálidos émulos de la Condesa. Como dice un refrán polaco, todos somos iguales, pero hay algunos más iguales que otros...
Ben:
Una de las cosas que más me gustaría estudiar en el futuro en algún proyecto de tesis, es lo que Habermas llama la dimensión ilocucionaria de los discursos que hacen los grupos tradicionalmente excluidos del espacio público, para exigir la igualdad. Habermas pensaba que un discurso político no sólo tiene estar fundado en el universalismo del Estado de derecho, sino también poseer una dimensión expresiva que convenza a los agentes discriminadores de que lo que consideran como natural y legítimo, no lo es. Así lo hicieron Luther King, Gandhi y otros pocos. De cierta forma, un discurso político es una cuña que se inserta entre los barrotes de las jaulas que nos aprisionan... Saludos, Ben...
Senses:
Yo también accedí al mundo de Forster por la dupla Ivory-Merchant. Cuando vi por primera vez "Howards End" estaba en el bachillerato, en la época en que me parecía que toda esta gente tan acomodada no tenía derecho a hacer ningún reclamo al mundo. Y luego pasó el tiempo, me hice consciente de los barrotes de mi propia jaula, y empecé a leer con un poco más de cautela. Allí fue cuando me di cuenta de la profunda ironía implícita en esta pintura exquisita al extremo, de la que el propio autor hubiera querido escapar... Gracias por estar cerca, Senses. Y mi favorita de Ivory es "Lo que queda del día", basada en la breve novela del gran Ishiguro
Geek:
Es un placer, siempre. Además, el diseño está buenísimo. Sólo que mi conexión de internet es tan lenta, que si tardó en bajar la página completa. Pero vale la pena... Un abrazo, tocayo...
Mi politóloga favorita:
Esta es una historia de la Inglaterra victoriana, pero muy cercana a otra que contó hace algunos años el cineasta chino Yimou Zhang (antes de que se extraviara en sus refinados experimentos con las artes marciales): se llamaba "Jou Dou" y se refería a un triángulo entre un hombre mayor terrateniente, su esposa joven y uno de sus empleados. Uno ve la película, y no entiende muy bien por qué los dos enamorados no escapan simplemente del control de un tipo que seguramente no los buscaría. Hasta que al final, Yimou revela que los amantes no conocen otro mundo al que huir, porque su mundo está hecho de relaciones de sumisión y de violencia... Es escalofriante, no te parece?
Dr. Boigen:
Qué gusto verlo de nuevo por acá! Hay mucho que leer, pero más por vivir, o por leer en compañía... De hecho, cómo se me antoja salirme de la oficina para tirarme a leer en el pasto, acá cerca en Chapultépec... Un abrazo!
Jo Dou!!!, no he podido evitar volver a comentarte. además interesante el punto de vista que aportas. yo siempre la había visto solo como una denuncia de la situación de la mujer en la china (rural?). ...junto a 'Sorgo rojo' y la maravillosa 'la linterna roja'.
La jaula de una mujer y la de un homosexual guardan entre ellas muchos paralelismos.
un abrazo.
Creoq ue he leido todo lo de Em Forster, hasta unos cuentos que tiene, recuerdo uno especialmente, el Obelisco.
Senses:
Yo pensé que nadie se acordaba de esa película, ni de la obra anterior de Yimou. Luego está también esa otra peli maravillosa "La historia de Qiu Ju", en la que hay una muy irónica reflexión sobre el lugar de la justicia en países que abiertamente violan los derechos humanos. Ese Yimou me gustaba mucho. Extraño mucho su visión crítica de la sociedad china, y hasta te diría que no me gusta mucho esa visión glorificada de la tradición y el nacionalismo chinos de las pelis de artes marciales (aunque sean de una belleza soberbia)... Tienes mucha razón: la situación de las mujeres y los homosexuales se parece mucho. Más en nuestras culturas latinas y machistas, donde ambos rasgos están permanentemente asociados. Por eso todavía peor es la situación del transexual, quien no sólo se atreve a ejercer una sexualidad alternativa, sino que (en el caso de los hombres que transitan hacia la identidad femenina) se les considera individuos que han abdicado de su posición de agente opresor para asumir la identidad del sujeto oprimido... Hay una película que no me gusta mucho sobre la vida de Eva Perón, la versiónm argentina que trataba de competir con la de Madonna. Sin embargo, tiene una secuencia que me parece muy aguda: Eva platica con su peinador homosexual y se queja de que todo el mundo la trata como puta, y él le dice algo así como "al menos tu eres puta y te paseas de la mano de tu amante por la calle, yo no puedo hacer so a riesgo de ser asesinado"...
Fanmakimaki:
Gracias por comentar. Ya veo que, aparte de Air y Ladytron, compartimos el gusto por Forster, aunque yo todavía no he leído todo... Un saludo
Lo peor de las grandes jaulas es que en el fondo dan igualmente gran seguridad, es mas seguro quedarte ante lo conocido, el miedo al riesgo por que no sabemos de lo que somos capaces nos hace creer que la jaula es lo único que hay; (aunque realmente no seamos felices o completos); en la película del Show de Truman me fascina el final, cuando Truman insiste en continuar ante el deseo infinito que su humanidad le indica de que hay mucho mas allá.
Ese es el secreto seguir fielmente nuestra humanidad, que se sostiene en esta intuición que es mas que un deseo, es una certeza de que podemos ser y lograr mucho mas.
UN BESO.
Y luego Truman, da loz buenos días, las buenas tardes y las buenas noches, adivirtiendo que lo hace porque quizá no lo volvamos a encontrar por la calle... No me había puesto a pensar en eso: que para el pobre Truman no hay barrotes, sino una escenografía, un cielo tan azul que sólo puede estar pintado sobre un fondo falso, y aun así renuncia a la comodidad del decorado, de la vida entre personajes que saben bien sus líneas y son predecibles... Qué buena película es esa! Y qué bueno que ya estás recuperada... Otro beso
Ladytron, Air y Em Forster es una combinación extravagante. Me parece muy curioso que los dos la hayamos elegido.
Fanmakimaki:
Siempre he visto a los chicos de Air con un aura de aristocracia y decadencia muy atractiva. De Ladytron me encantan esas caras de almas adultas atrapadas en cuerpos adolescentes, que se refugian en la nostalgia de un pasado (como el de la época de Kraftwerk) en el que todavía cabía observar al mundo como un gran patio de juegos... Si lo piensas bien, algo hay de eso en Forster
Ja ja ja! Argumentas estupendamente.
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