Hace unos días, Jesús, un nuevo amigo, me contó una historia muy interesante sobre la forma en que las personas reaccionamos frente al arte en general, y la música en particular, en contextos en los que se supone la espontaneidad creativa está erradicada de antemano.
La historia va más o menos así: el pasado 17 de enero, el periódico The New York Times le propuso a Joshua Bell –ese virtuoso del violín de tan solo cuarenta años– que sacara de su estuche el Stradivarius que antes perteneció a Bronislaw Huberman, y que en situaciones normales él ejecuta en salas profesionales y frente a multitudes que lo aclaman, para realizar un experimento. Quizá sobra decir que, por estas presentaciones, el músico se embolsa una buena suma de dinero. Pero lo que el periódico estadounidense le propuso a Bell fue renunciar, por un momento, a este lujo que se asocia usualmente con el arte. Vestido como cualquier ciudadano común –jeans, camiseta y gorra–, Bell fue colocado, en Washington, a la puerta de una de las estaciones más transitadas por las mañanas. Seguramente, Bell llegó todavía un poco eufórico a su cita con el anonimato, que empezó a las ocho de la mañana, pues apenas tres días antes él había llenado el Boston Symphony Hall y había sido aclamado hasta la saciedad por un público que declaró haber llegado al éxtasis por causa de las ejecuciones musicales que producían las manos virtuosas de Bell. Esas mismas manos, a las puertas de la estación del metro, comenzaron a interpretar una chacona de Bach con el mismo virtuosismo que en las salas de conciertos que incluyó su última gira mundial.
Incrédulo al principio, Bell fue testigo de cómo perdió una mañana entera en el experimento, y sólo un puñado de personas se detuvieron más de lo necesario para dejarse encantar por la música que él estaba produciendo, en un lugar en donde las personas no esperan encontrarse con nada que las saque de su rutina. La mayoría lo ignoraron, como se rehuye a un indigente o a un tipo que llora desconsolado en plena calle, pero a quien nadie quiere consolar porque eso implicaría llegar tarde al trabajo. El pobre Joshua, quizá, sólo era sacado de su concentración por el ruido de las monedas que caían a sus pies como muestra de compasión, pero también de una profunda indiferencia.
La misma música, pero en un lugar diferente; la misma música, pero una reacción distinta a la de la sala de conciertos. Yo me puse a imaginar que seguramente, ese día, pasaron junto a Joshua Bell algunas de las mismas personas que habían tenido la oportunidad de escucharlo en el Boston Symphony Hall. Ambos, Joshua y este público hipotético, habrían coincidido en este espacio suntuoso hacía sólo unos días, con sus mejores galas y dispuestos a participar en la ceremonia pagana del arte. Pero, ahora, algo había de diferente y la comunión no se produjo. El sacerdote dio el sermón de siempre, pero los fieles no respondieron; quizá el sacerdote no llevaba sus ropas ostentosas usuales o era que se encontraba fuera del templo.
Ante este panorama, mi amigo Jesús se preguntaba: ¿qué es lo que conduce a las personas al éxtasis que asociamos con el arte: el contexto en el que éste se produce o la creación en sí misma? ¿Etiquetamos como valiosa a una expresión de la creatividad humana porque espontáneamente nos sentimos infatuados por ella o, más bien, porque estamos predispuestos a dicho éxtasis por un contexto en el que el arte se vuelve reconocible? ¿Qué sucede cuando la música sucede fuera de lugar y, sin embargo, sigue funcionando?
Sospecho que Jesús es, en el fondo, optimista, aunque eso no significa que no guarde cierto escepticismo –el necesario– hacia el lugar del arte en el mundo contemporáneo. Él recurrió a la Teoría Crítica y los análisis de Adorno y Horkheimer para poner de relieve cómo ya nada queda de original en la conciencia individual, pues en la sociedad de masas dicha conciencia es copia de la versión de la subjetividad que en ese momento está de moda o es más redituable en términos comerciales. Digo que Jesús es optimista, porque al final de su plática se preguntaba cómo es posible hacer que el arte salga de los recintos tradicionales para despertar a las conciencias aletargadas por la rutina y el tedio. En lugar de un diagnóstico pesimista, la charla con Jesús terminó con una pregunta crítica que clama por una respuesta que apunte hacia una nueva forma de pensar el arte, lejos del canon, de la academia y de todas las envolturas que en el mundo moderno otorgan una respetabilidad hueca a la creación artística.
Como ejemplo, Jesús citaba el caso de David Mortensen, el empleado de una compañía energética, quien sin saber nada de música clásica –“Sólo conozco a los Rolling Stones y otros clásicos del Rock”, dijo– se detuvo para escuchar a Joshua Bell durante los seis minutos que su tiempo de tolerancia en el trabajo se lo permitió. Y Mortensen quedó extasiado, en un estado de quietud que no esperaba lograr en una mañana común y corriente de enero, a la entrada del subterráneo que toma todos los días para perderse ocho horas en la rutina laboral y el tedio. Parece que la música fuera de lugar, todavía sigue funcionando, aunque sea más producto del azar que de la forma en que el arte se vincula con la conciencia moderna.
He aquí a un deprimido Joshua Bell a la entrada del metro, extrañado por la forma en que la gente lo ignora:
Y después me quedé pensando en otros ejemplos de música fuera de lugar que no pierde la capacidad de emocionar. Y de inmediato me acordé de The Arcade Fire, tocando “Neon Bible” en un minúsculo elevador e improvisando sonidos como el que produce el rasgado de la página del anuncio de shampoo en una revista:
Todavía bajo el encanto de la María Antonieta de Sofía Coppola, pensé en Siouxie and the Banshees y su polémica canción “Hong Kong Garden”, acusada en su momento de contener alusiones racistas y ofensivas a las personas de origen asiático:
Luego se me vino a la cabeza esa gran canción del verano que es “Imitation of Life”, tocada de manera acústica en un ensayo por R. E. M. y que entonces revela la melancolía de su contenido:
Pero nada hay más fuera de lugar que una canción navideña en el mes de junio, con el calor y la lluvia en su apogeo. Lo paradójico es que, de alguna manera, la música de Sufjan Stevens todavía nos despierta a mitad de año el deseo por encontrar bajo el árbol de navidad el regalo que siempre hemos querido. “Put the Lights On the Tree”: eso canta el buen Sufjan con monitos de colores muy festivos:
Ahora, se me viene a la memoria una canción totalmente inocente, a través de la cual una chica pregunta al amor de su vida el motivo de su abandono. Lo que hizo el desencantado Carlos Saura en la década de 1970, fue poner a Ana Torrent a bailarla para evocar la orfandad que supone vivir bajo una tiranía. El fragmento –no podría ser de otra manera– pertenece a Cría cuervos y la canción es “¿Por qué tevas?”:
Moby también es experto en tomar un puñado de beats electrónicos, colocarlos al interior de una esfera con líquido y agitarla de tal forma que parezca que en su interior se produjo una nevada que dejó irreconocible al paisaje. Música fuera de lugar, para una ciudad fuera de lugar; y ambas –la música y la ciudad– siguen funcionando. El paisaje nevado pertenece a Nueva York, y es a la vez muy extraño y demasiado familiar; en la versión de Moby, Nueva York se vuelve entrañable, precisamente, a causa del anacronismo de la canción que compuso para que la cantara Deborah Harry,“New York, New York”:
Finalmente, pensé en unos héroes románticos originarios de Canadá y extraviados en pleno siglo XXI. Ellos se hacen llamar Norfolk & Western y cantan una oda a la edad dorada en que vivimos, en la que es posible que los virtuosos del violín pasen desapercibidos y que veneremos a una generación de artistas muertos que no alcanzamos a comprender. “A Gilded Age”: así se titula esta canción que podría uno poner de fondo mientras piensa en el lugar del arte en el mundo contemporáneo:
La historia va más o menos así: el pasado 17 de enero, el periódico The New York Times le propuso a Joshua Bell –ese virtuoso del violín de tan solo cuarenta años– que sacara de su estuche el Stradivarius que antes perteneció a Bronislaw Huberman, y que en situaciones normales él ejecuta en salas profesionales y frente a multitudes que lo aclaman, para realizar un experimento. Quizá sobra decir que, por estas presentaciones, el músico se embolsa una buena suma de dinero. Pero lo que el periódico estadounidense le propuso a Bell fue renunciar, por un momento, a este lujo que se asocia usualmente con el arte. Vestido como cualquier ciudadano común –jeans, camiseta y gorra–, Bell fue colocado, en Washington, a la puerta de una de las estaciones más transitadas por las mañanas. Seguramente, Bell llegó todavía un poco eufórico a su cita con el anonimato, que empezó a las ocho de la mañana, pues apenas tres días antes él había llenado el Boston Symphony Hall y había sido aclamado hasta la saciedad por un público que declaró haber llegado al éxtasis por causa de las ejecuciones musicales que producían las manos virtuosas de Bell. Esas mismas manos, a las puertas de la estación del metro, comenzaron a interpretar una chacona de Bach con el mismo virtuosismo que en las salas de conciertos que incluyó su última gira mundial.
Incrédulo al principio, Bell fue testigo de cómo perdió una mañana entera en el experimento, y sólo un puñado de personas se detuvieron más de lo necesario para dejarse encantar por la música que él estaba produciendo, en un lugar en donde las personas no esperan encontrarse con nada que las saque de su rutina. La mayoría lo ignoraron, como se rehuye a un indigente o a un tipo que llora desconsolado en plena calle, pero a quien nadie quiere consolar porque eso implicaría llegar tarde al trabajo. El pobre Joshua, quizá, sólo era sacado de su concentración por el ruido de las monedas que caían a sus pies como muestra de compasión, pero también de una profunda indiferencia.
La misma música, pero en un lugar diferente; la misma música, pero una reacción distinta a la de la sala de conciertos. Yo me puse a imaginar que seguramente, ese día, pasaron junto a Joshua Bell algunas de las mismas personas que habían tenido la oportunidad de escucharlo en el Boston Symphony Hall. Ambos, Joshua y este público hipotético, habrían coincidido en este espacio suntuoso hacía sólo unos días, con sus mejores galas y dispuestos a participar en la ceremonia pagana del arte. Pero, ahora, algo había de diferente y la comunión no se produjo. El sacerdote dio el sermón de siempre, pero los fieles no respondieron; quizá el sacerdote no llevaba sus ropas ostentosas usuales o era que se encontraba fuera del templo.
Ante este panorama, mi amigo Jesús se preguntaba: ¿qué es lo que conduce a las personas al éxtasis que asociamos con el arte: el contexto en el que éste se produce o la creación en sí misma? ¿Etiquetamos como valiosa a una expresión de la creatividad humana porque espontáneamente nos sentimos infatuados por ella o, más bien, porque estamos predispuestos a dicho éxtasis por un contexto en el que el arte se vuelve reconocible? ¿Qué sucede cuando la música sucede fuera de lugar y, sin embargo, sigue funcionando?
Sospecho que Jesús es, en el fondo, optimista, aunque eso no significa que no guarde cierto escepticismo –el necesario– hacia el lugar del arte en el mundo contemporáneo. Él recurrió a la Teoría Crítica y los análisis de Adorno y Horkheimer para poner de relieve cómo ya nada queda de original en la conciencia individual, pues en la sociedad de masas dicha conciencia es copia de la versión de la subjetividad que en ese momento está de moda o es más redituable en términos comerciales. Digo que Jesús es optimista, porque al final de su plática se preguntaba cómo es posible hacer que el arte salga de los recintos tradicionales para despertar a las conciencias aletargadas por la rutina y el tedio. En lugar de un diagnóstico pesimista, la charla con Jesús terminó con una pregunta crítica que clama por una respuesta que apunte hacia una nueva forma de pensar el arte, lejos del canon, de la academia y de todas las envolturas que en el mundo moderno otorgan una respetabilidad hueca a la creación artística.
Como ejemplo, Jesús citaba el caso de David Mortensen, el empleado de una compañía energética, quien sin saber nada de música clásica –“Sólo conozco a los Rolling Stones y otros clásicos del Rock”, dijo– se detuvo para escuchar a Joshua Bell durante los seis minutos que su tiempo de tolerancia en el trabajo se lo permitió. Y Mortensen quedó extasiado, en un estado de quietud que no esperaba lograr en una mañana común y corriente de enero, a la entrada del subterráneo que toma todos los días para perderse ocho horas en la rutina laboral y el tedio. Parece que la música fuera de lugar, todavía sigue funcionando, aunque sea más producto del azar que de la forma en que el arte se vincula con la conciencia moderna.
He aquí a un deprimido Joshua Bell a la entrada del metro, extrañado por la forma en que la gente lo ignora:
Y después me quedé pensando en otros ejemplos de música fuera de lugar que no pierde la capacidad de emocionar. Y de inmediato me acordé de The Arcade Fire, tocando “Neon Bible” en un minúsculo elevador e improvisando sonidos como el que produce el rasgado de la página del anuncio de shampoo en una revista:
Todavía bajo el encanto de la María Antonieta de Sofía Coppola, pensé en Siouxie and the Banshees y su polémica canción “Hong Kong Garden”, acusada en su momento de contener alusiones racistas y ofensivas a las personas de origen asiático:
Luego se me vino a la cabeza esa gran canción del verano que es “Imitation of Life”, tocada de manera acústica en un ensayo por R. E. M. y que entonces revela la melancolía de su contenido:
Pero nada hay más fuera de lugar que una canción navideña en el mes de junio, con el calor y la lluvia en su apogeo. Lo paradójico es que, de alguna manera, la música de Sufjan Stevens todavía nos despierta a mitad de año el deseo por encontrar bajo el árbol de navidad el regalo que siempre hemos querido. “Put the Lights On the Tree”: eso canta el buen Sufjan con monitos de colores muy festivos:
Ahora, se me viene a la memoria una canción totalmente inocente, a través de la cual una chica pregunta al amor de su vida el motivo de su abandono. Lo que hizo el desencantado Carlos Saura en la década de 1970, fue poner a Ana Torrent a bailarla para evocar la orfandad que supone vivir bajo una tiranía. El fragmento –no podría ser de otra manera– pertenece a Cría cuervos y la canción es “¿Por qué tevas?”:
Moby también es experto en tomar un puñado de beats electrónicos, colocarlos al interior de una esfera con líquido y agitarla de tal forma que parezca que en su interior se produjo una nevada que dejó irreconocible al paisaje. Música fuera de lugar, para una ciudad fuera de lugar; y ambas –la música y la ciudad– siguen funcionando. El paisaje nevado pertenece a Nueva York, y es a la vez muy extraño y demasiado familiar; en la versión de Moby, Nueva York se vuelve entrañable, precisamente, a causa del anacronismo de la canción que compuso para que la cantara Deborah Harry,“New York, New York”:
Finalmente, pensé en unos héroes románticos originarios de Canadá y extraviados en pleno siglo XXI. Ellos se hacen llamar Norfolk & Western y cantan una oda a la edad dorada en que vivimos, en la que es posible que los virtuosos del violín pasen desapercibidos y que veneremos a una generación de artistas muertos que no alcanzamos a comprender. “A Gilded Age”: así se titula esta canción que podría uno poner de fondo mientras piensa en el lugar del arte en el mundo contemporáneo:
20 comments:
Increíble este posteo, y me pongo a pensar justamente si es que nos gusta el arte como tal, ya sea la pintura o en este caso la música particularmente….y me da pena confirmar que muchos de esos que se dicen “conocedores” o “cultos” en cuanto a la música se refiere, nos e pueden maravillar ante ella, no importa de donde venga o donde se escuche. No puedo siquiera atreverme a negar que me embeleza de pronto asistir a bellas artes para escuchar a algún chelista de reconocida fama mundial y compartir recinto con el presidente de la republica, y vestir uno de mis mejores trajes para el evento (como si eso afinara mi oído), pero tampoco puedo negar la fascinación que siento de pronto al escuchar a un flautista y un guitarrista en alguna plaza publica….no lo se…simplemente lo oigo….o lo escucho
magnífico post, como nos tienes acostumbrados. tal como sentimos la música, y cualquier expresión artística en general, siempre dependerá del espacio y del tiempo, y de las otras otredades con quien compartimos el concierto, la obra de teatro, la película ...hasta ahí todo perfecto, ...o inevitable.
lo triste es cuando dependemos en exceso de la crítica, de las tendencias, de lo IN/OUT ...que lleva al esnobismo, la pedantería. esclavos de las modas, de las tendencias, sin ningún espíritu crítico...
la selección musical es excelente: deborah harry es una de mis debilidades (ya estoy pensando algo sobre ella), y me encantó que recordaras 'Cría Cuervos'. la mirada de ana torrent tumba a cualquiera.
un abrazo.
Un día, CorriendoDespacio, me llevó al museo, y me hizo ver todo de otra forma, más que a prejuciar, ver que deja sentir, esta cabrón, cuando ves que inclusive la originalidad tiene un manual, un puñado de películas, un puñado de artistas, un puñado razonado, nada de meterse con algo que te mueva el tapete pero que esté peleado con el mundo nada de seguir escuchando a tu cantante favorito cuando nos ha traicionado al sacar su disco rocola con Paquita la del barrio. Porque hasta el artiste, cantante, criador, debe atenerse a las reglas del estilo.
Maldita sea.
Querido Mario, había leído la noticia, pero hasta ahora no había tenido la oportunidad de ver imágenes del concierto en el Metro de Joshua Bell. Tus preguntas son parecidas a las que me hice yo en su momento, aunque como demuestra la mujer que se queda hasta el final, todavía hay esperanza.
Por cierto, que yo al igual que Surfjan sólo escucho y canto villancicos en verano.
Saludos
bueno, detesto un poco como y lo que escribire a continuacion , pues tengo formacion cientifica y so me da las respuestas, al menso, satisfactorias para mi sitemas de coordenadas, aun asi estas sean coordenadas msuicales.
la clave esta en la neuropsicologia y , particularmente, en la atencion selectiva -a l menos para mi-, si yo em dispongo a ver a bjork, o a "experiementar" una pelicual de kieslowski, entreagare una atencion focalizada , que de ser una experiencia signiicativam, dejara una marca asociada a un circtuito neuronal al lobulo lilbico, el de las emocuiones y los impulsos, entre otros.
enonces si estoy en otro contexto, y un estimulo logra gatillar este arco eflejo neuronal, ya sea un flautisrta con una melodia parecida a la de Bleu EN EL METRO, O RECONOCER LA LETRA O CIERTA ENTONACION EN UN COVER DE Bjork, ya que es significativo para mi, me reactyivara el momento donde hice la marca inicial, volviendome a poner atencion en el nuevo estimulo y redimiensionandolo.
al menos por eso para mi es la razon de que escucho simepre las msimas canciones, y si no las escucho en mucho tiempo, al escucharlas me llevan directamente a unn recuerdo espaciotemporal particular donde me las martille por las orejas, plasticiada neuronal
comparto , eso si, el misterio de saber por que hay estimulos, formas olores texturas nuevas, que marcan nuevas impresiones en nosotros, que nos llaman la atencion tanto como para invertir concentracion e la captacion del nuevo estimulo, iy no para aprenderlo, sino para aprehenderlo
en fin
usualmente te leo y no comento evitando tal perorata, como la recien escritya
nois vemos
Como dijo Soorikeit, usualmente te leo pero no comento, pero esta vez lo haré. Creo que el arte se produce por la creación en sí misma y por el reconocimiento que se le dé. Sin ambas cosas no hay arte. Una estación de metro es un lugar de paso en el cual no sólo no esperamos encontrar arte, sino que nuestra atención está puesta en el objetivo (llegar a algún sitio). No me parece justo hablar peyorativamente de aquellos que no reconocieron el arte, no tengo idea de cuántas veces me habré cruzado con él y simplemente no lo vi porque mi atención estaba en otro lugar. Que el arte salga de sus recintos de reconocimiento tradicionales es bueno, pero también lo es que existan esos recintos en los cuales podemos refugiarnos cuando queremos gozar de una creación artística, cuando destinamos una porción de vida a él. No es casual que Mortersen se haya detenido, contaba con esos seis minutos libres, podía prestar atención a su entorno. El "fuera de lugar" depende de a qué lugar nos referimos. Una canción navideña en junio no está fuera de lugar como música, sino en su temática, un tema improvisado en un elevador quiebra su lugar, pero es escuchado como creación artística, porque nos atrae justamente que sea música en ese lugar. Un violinista en una estación no es algo inesperado e insólito (como los Beatles en un techo), y la producción no se realizó en un sitio que, aunque fuera de lugar, provocase algo que quebrara la atención del transeúnte para ponerse a escuchar y reconocer. Las monedas que le tiraron no creo que sean sinónimo de indiferencia, sino de un reconocimiento social previo: quien toca en la calle espera esa moneda. Creo que la única música "fuera de lugar" es aquella que no es reconocida como música. Quizás lo que Bell descubrió es que el arte no depende sólo de su virtuosismo, sino de que existan las condiciones necesarias para su reconocimiento. Es un tema complejo. Saludos.
no te leo con calma todavía... pero ya en la primera línea me saltó algo...
un amigo nuevo...
mmm... y me haces ya reflexionar sobre eso...
Cómo me gustan estas listas de canciones o de lo que sea (adoro las listas) y el tema que has elegido para agruparlas: canciones fuera de lugar..me encantó..un saludo
Algo que está fuera de contexto y que no se disfruta lleva a reflexionar qué tan dormida está la especie humana contemporánea... cuando un recital de música clásica es únicamente reconocido a plenitud en un recinto creado específicamente para ello, nos lleva a ver cuan condicionados estamos, cuan esclavizados a horarios, que si debían llegar a su trabajo, que si su mecanismo no los dejó disfrutarlo, mientras que en un concierto se dan el momento para acudir, para gastar lo que sea necesario... eso es lo triste, el estado "zombie" que nos atrapa.
Por otro lado, está aquello de las modas, porque por más atareados que estuvieran los que pasaban cerca del techo de la licorería donde U2 tocó "Where the streets have no name" -en tiempos del álbum "The Joshua tree"-, se quedaron a verlos aunque no fueran aún el tremendo fenómeno comercial que son ahora... si yo veo a un vago desarrapado cantando esa misma canción en el metro Hidalgo, en horas pico, creo que no me importaría ya más nada que detenerme para vibrarlo.
Tu blog es definitivamente muy atractivo, tanto por tu estilo como por tu temática ecléctica. Te felicito.
Dejo Huellas de Colmillos... V V
El Arte, en cualquiera de sus vertientes, provoca, ante todo, una actitud personal, una reflexión ante el producto artístico. Las reglas de interpretación son algo añadido, erudito, artificioso. Como la moda.
Salusdos.
Cuando leí sobre esto, me llenó de indignación. Con el tiempo fue cambiando un poco, me puse a pensar en el arte contemporáneo y me pasaron por la cabeza la infinidad de Mirós o Pollocks que, por estar en alguna barda callejera, no he apreciado. Entonces me sentí parte de los usuarios de ese metro en Washington y me dio una enorme pena. Saludos.
Esta historia, el stradivaruis ignorado e suna muestra del alto porcentaje de snobismo que tiene la cultura (lo in y lo out). Pero bueno, aún así me dejo seducir por ella.
EL arte se divide en dos: el que me gusta y el que no.
Querido Mario:
Es triste ver como la gente pasa por alto no solo este sino muchos detalles que hacen que la vida tenga sentido; me consuela saber que no es mi caso ni el de algunas personas a las que estimo y admiro.
Me gustó mucho el video de cría cuervos... muy tierno.
¡Un fuerte abrazo Mario!
intenté que todo esto que dices se me pasara desapercibido a ver si lograba hacer un meta post y no pude. mi cabeza te lo agradece.
saludos.
Que post tan triste! Pensar que la gente se emociona con la música sólo porque está en un lugar en donde se espera que reaccionen de esa manera es, por decir lo menos, desesperanzador.
Ya decía Sartre, el infierno son los otros. Y los otros son muchos y nosotros no somos legión, así que qué más queda sino adecuarse a las circunstancias.
Me hubiera gustado saber qué pasó por la mente de Joshua Bell en esos momentos.
saludos!
Sin duda increíble ese ejercicio con el virtuoso Joshua Bell, fíjate que no había tenido oportunidad de oirlo, y sin duda es prácticamente fuera de lugar oir violínes en ésta temporada en donde curiosamente se colan dentro de la zonar rara del cerebro, que tiene como etiqueta Loading Art, paquetes frescos de música clásica y bien compuesta que en un momento de poca lucidéz lograron colarse hacia tu instinto de querer escuchar más de ella, justo ahorita en verano mucha música fuera de lugar se está metiendo, raperos de todo detroit y los barrios bajos de Chicago y L.A. andan colandose dentro de mis reproducciones aleatorias, y creo que no es una coincidencia que el hecho de querer entrar en esa escena se dé por medio de momentos pocos planeadas, más bien siento que es una necesidad de ser el acoplarse a lo que ahora ya el mundo demanda, que bueno en sí el arte dentro de los humanos se viene demandando desde la edad de las grandes civilizaciones como la griega, pero ahora más que nunca, puesto que estamos pasando en un trance en el que difícilmente podrían acoplacer toda aquella gente que se aferre a meterse a un mundo tan exótico en donde los sabores suenen a Bach.
Tendré que pararme más en la parada de mi metro virtual para poder esperar a algún tío que toque violín, me falta mucho y creo que si dios, me junta en el destino más momentos poco ajustados al momento en donde pueda adentrarme al arte, le tendré tan agradecido como Sufjan.
Celebraré el 25 de Diciembre en primavera x'DD
ANTES QUE CUALQUIER COSA, LES OFREZCO UNA DISCULPA POR RESPONDER TAN TARDE A SUS COMENTARIOS. PER ÚLTIMAMENTE TIEMPO ES LO QUE MÁS ME FALTA. AUNQUE HE DEJADO DE HACER OTRAS MUCHAS COSAS QUE ME GUSTAN (COMO IR AL CINE O ESTAR CON LOS AMIGOS), PARTICULARMENTE ME TIENE MUY INCÓMODO DEJAR TAN ABANDONADO EL BLOG. Y ES QUE SIEMPRE ME HA PARECIDO UN GESTO DE ENORME GENEROSIDAD QUE ALGUIEN TE LEA Y QUE ENCIMA SE TOME LA MOLESTIA DE HACERTE UN COMENTARIO. ASÍ QUE REITERO MIS DISCULPAS A TODOS Y TODAS...
TNF25:
No es sencillo decir hasta qué punto uno mismo ha interiorizado esos rituales, y llegado a pensar que la forma es el fondo de la práctica artística. Recuerdo la primera vez que fui a escuchar a la Sinfónica a Bellas Artes (que en aquella ocasión tocaba un programa sobre compositores que han sido usados en el cine, incluido Gershwin), creo que me sentí realmente incómodo y fuera de lugar entre tanta gente preocupada por socializar. Pero fui yo quien se dejo envolver por la práctica y permití que me distrajeran de lo fundamental en ese momento. Un abrazo...
Senses:
Eso no lo había pensado, y tienes razón: también parte del ambiente en que se disfruta el arte tiene que ver con las personas con quienes lo compartes. Es mucho mejor ir al cine acompañado que solo; ayer mismo escuchaba por la noche un pedacito de una canción de Sigur Ros y no sabes cómo quise tener a alguien junto para compartirlo. Sin palabras, sólo estar, compartir el momento y que "la música se haga con el sonido de las palabras", como dicen los ingleses ("Let the music do the talking")... Frente a ese instante sublime, la pedantería se revela como eso: algo accesorio, fuera de lugar (y allí si, no funciona para nada). ¿La mirada de Ana Torrent sigue igual? Hace mucho que no se de ella. Lo último que le vi fue una peli que hizo en México, no muy afortunada, "Las caras de la luna". Un abrazo, Senses...
Silencio:
Muy buena idea la de Corriendo Despacio, me los imaginé como en esa película de Godard corriendo por las galerías mientras la gente los reprueba por su gesto de irreverencia. Y es cierto: hasta los disidentes del canon (pienso en Gabriel Orozco, y en la grandeza y miseria de su obra)acaban conformando otro canon, rehuyendo de todas esas referencias cultas y adoptando otras más coloquiales. Un poco como en la adolescencia, donde uno se define a contracorriente de lo que hemos heredado, para luego abrazar una serie de referencias y objetos de culto que heredaremos a la siguiente generación, para que ésta los rechace de nuevo... Un abrazo, señor, y siga corriendo despacio por los museos a ritmo de la gran Paquita
Querido Zelig:
Una sanísima costumbre esa de escuchar villancicos en verano, porque en invierno se vuelven de plástico, muy artificiales y fuera de lugar. Si el verano es el momento para las celebraciones paganas, ¿por qué no incluir a la que con el tiempo se ha convertido en la más pagana de todas, la Navidad?... Sobre la mujer que al final escucha a Mr. Bell, tienes razón, todavía queda un poco de sensibilidad para detenerse a escuchar esta música fuera de lugar que funciona. Aunque para andar más o menos sano y cuerdo en las grandes ciudades, uno tiene que volverse un poco sordo al mundo externo... Un gran abrazo, Zelig
Don Suricato:
Muy buena idea la de intentar dar una respuesta en términos científicos. Somos pura química cerebral, y a veces me convenzo de que aquello que pensamos nos hace más originales –nuestros estados de ánimo y las respuestas a los estímulos externos– no es sino un producto de la evolución de nuestra masa encefálica. Cuando ando muy escéptico, pienso que aquello que denominamos “alma” no es más que un feliz accidente de la química cerebral que, de alguna manera, produce una conciencia del proceso del pensamiento; otras veces, cuando ando más crédulo, se me olvida y si me preguntan si existe el alma, tendría que decir que sí, sin duda. Recuerdo que alguna vez Kieslowski dijo que “La doble vida de Verónica” era su intento por mostrar que intentar una demostración científica de la existencia del alma es un sinsentido, pero un hermoso sinsentido. Es como la mosca atrapada en su frasco, que intenta salir, y que no sabe que se destrozará las alas antes que conseguir su propósito. Es como Juliette Binoche en “Azul”, resistiéndose a las notas y tratando de destruir la música que mantiene su vínculo con el mundo. Me gusta la idea de pensarlo todo en términos de estímulos y respuestas neuronales, porque eso nos da un buen punto de partida para la discusión. Aunque el punto de llegada está ya en la imaginación de cada quien. Me gusta mucho leer tus comentarios, así que si tienes tiempo, escribe más seguido.
Grismar:
Tienes mucha razón, lo que Bell reconoció es que el talento y el esfuerzo no garantizan que se produzca el arte, ni que éste sea reconocido como tal en lugares insólitos. Quizá, como decía Lisa Simpson evocando a los maestros budistas, la caída de un árbol en medio del bosque no produce ningún ruido, porque no hay nadie para escucharlo. Y también estoy totalmente de acuerdo en tu sugerencia de que, inflamados por la vivencia del arte, descalificamos a quienes no concuerdan con nuestra idea del arte. Probablemente yo tampoco me hubiera detenido ante Joshua Bell, sabiendo que esos seis minutos significan un retardo, y que si ya tengo tres acumulados, pues eso se traduce en un día menos de paga. La paga que quiero usar para ir a conciertos y compartirlos con la gente que quiero. Es una paradoja muy difícil de disolver la que has señalado. Quizá también este fuera de lugar, pensar que sólo hay una forma de experimentar el arte. Quizá alguno de los transeúntes que ignoró a Bell, llevaba puestos los audífonos y tenía su propia experiencia privada de éxtasis musical. Con los Beatles, con Mozart o con Cachao; porque el objeto es el mismo, aunque provoque diversas respuestas. Estoy totalmente de acuerdo en que la música que no es reconocida como tal, se vuelve indiferente, que es lo peor que le puede pasar al arte. Muchas gracias por el comentario, que me dejó pensando muchas cosas que requieren una respuesta más amplia.
Junta:
Siempre es bueno tener amigos nuevos, más cuando se empiezan a hacer tan entrañables en tan poco tiempo.
Chico de azul:
¿Verdad que eso de hacer listas es muy divertido? Es la costumbre placentera que nos heredó Sei Shonagon hacen más de mil años. Habría que hacer “el libro de la almohada” de toda la música que escuchamos en distintas situaciones, y que funciona: música para oír mientras esperamos el “si” del objeto de nuestro afecto; música para consolarnos de camino a casa, puesta en los audífonos mientras caminamos por una calle desierta, reponiéndonos del “no” del objeto de nuestro afecto; música para tocar a la mañana siguiente de la primera noche después del “si”; música para tratar de imaginar que ese “no” se convierte en un “si”… En fin, que las variedades y posibles combinaciones son casi infinitas
Dulcinea:
Gracias por venir por acá y dejarme esas marcas de colmillos. ¿Cuál sería la música de fondo para morder en el cuello a alguien que no opone resistencia?... Precisamente, esa metáfora del vampiro da un punto de vista nuevo sobre todo el asunto. Como dicen algunos científicos, los mejores ejemplos de actividad vampírica son los virus. Estos últimos están en la frontera imprecisa entre lo vivo y lo no vivo, carecen de información genética propia y van de un organismo a otro, simplemente sobreviviendo y dejando la marca de su ataque. ¿Hasta qué punto el conformismo y la indiferencia son también algo semejante a virus? ¿Hasta qué punto nuestros organismos se quedan marchitos y secos cuando son expuestos a estos virus?... Hace poco pasaba por una calle del centro de la ciudad y escuché a un chico de no más de 20 años tocando con una guitarra (que además no sabía ejecutar muy bien) un fragmento de “No surprises” de Radiohead. Simplemente sublime. El chico no tocaba muy bien, como dije, y la voz se le cortaba en las notas altas que tan bien sabe manejar Thom Yorke. Pero había algo que funcionaba: la canción, el conjunto, la actitud del chico, mi estado de ánimo ese día. Agradecí profundamente haber estado allí ese día… Un abrazo y gracias por comentar
Yayo:
Kant decía que los juicios sobre el arte son más igualitarios (¿democráticos?) que la misma creación artística: crear es privilegio de unos pocos, juzgar la belleza o ausencia de belleza es prerrogativa de todos. Más aún: al juzgar el arte nos ponemos ya en la posición de articular un argumento que pueda ser comunicable a los demás. Es curioso como se va configuran esta potencial comunidad de sujetos juzgantes del arte, y cómo a través de esta actividad se ejercita el juicio sobre otras cuestiones más pragmáticas, por decirlo de algún modo, como la política… Un abrazo, Yayo
Óscar:
Claro! ¿Junto a cuántos Pollocks o Mirós no hemos pasado sin darnos cuenta? ¿Cuántos chicos de los que tienen que trabajar para ayudar a sus familias no poseen un virtuosismo musical como el de Joshua Bell y que nunca es desarrollado del todo? A mi también me da una enorme pena la variedad de expresiones artísticas ante las que permanezco ciego. Por eso me gusta escribir en la blogósfera, porque aquí se crean vasos comunicantes con todo tipo de expresiones y con todo tipo de opiniones… Un abrazo…
MakiMaki:
Para mí funciona la misma regla: las buenas películas son las que me gustan; aunque en el caso de las malas películas, éstas no son tanto las que me enojan como las que me dejan indiferente… Quizá parte de nuestro snobismo consista en crear un cierto ánimo en cuyo contexto historias como la de Joshua Bell nos resultan conmovedoras.
Querido Tessitore:
Pasar por alto una interpretación virtuosa en el metro no es tan grave, como que esa indiferencia se manifiesta en otros ámbitos, en especial frente a las personas. La gente que quieres y que admiras, como dices, es un buen motivo para salir del marasmo y la rutina; para intentar compartir cosas placenteras que para otros pasan desapercibidas… Ana Torrent tenía la mirad, como decían de Juan Soriano, de un niño de mil años… Un gran abrazo…
Pablo:
Ja! No luches tanto con las ideas. Es como tratar de asir a un pájaro por el pico: siempre acabará intentando atacarte. Deja que éstas tomen su forma en el papel (o en cualquier otra forma de escritura virtual). Eso de escribir meta posts debe consumir mucha energía. Pero lo leo y lo disfruto, como todo lo que escribes en tu espacio, querido Pablo… Un abrazo
Mi politóloga favorita:
Es una historia muy triste, pero de alguna forma también muy divertida. Como las fábulas de Esopo en las que el lobo se llevaba su merecido, por hacer lo que no puede dejar de hacer, que es seguir el instinto… Siempre son más los otros, la legión de los que no son como uno mismo y que piensan de manera diferente, aunque a veces se nos olvide. Pero, efectivamente, ese infierno son los otros, y uno mismo cuando se ha vuelto tan indiferente que difícilmente se reconoce en lo que hace. Pero, como decía Marlowe, no hay peor infierno que aquel del que no queremos salir, el lugar sin límites que se encuentra bajo nuestras plantas y va a donde nosotros vamos… Yo creo que en ese momento Mr. Bell pensó en comprar un boleto de avión a la región mas alejada de Washington, empeñar el Stradivarious y dedicarse a la contemplación con los millones de dólares que ha ganado con su joven carrera… Un abrazo, chica politóloga
Arkturo:
Yo también tengo una deuda con la música clásica: me gusta, me emociona, particularmente el contrabajo, pero soy prácticamente un ignorante de este tipo de música…. Por lo que respecta a lo que dices de la música fuera de lugar, creo que más bien la música acaba encontrando su lugar, sus escuchad. Como las piedras que caen por su propio peso, la fuerza de gravedad también actúa sobre la música. A mi me gusta mucho poner al Ipod en sesiones aleatorias, y que después de una pieza de Michael Nyman se me cuele Matisyahu y su hip hop pacifista; que escuche algo luminoso de Belle & Sebastián y luego se me meta como piedra a los zapatos el pesimismo de Radiohead. Me gusta esa promiscuidad musical que te permite mezclar texturas musiciales que no tendrían que estar juntas. Esa es la otra dimensión de la globalización que no tiene que ver con McDonalds ni Coca-cola, aunque la música también se comercie… Y si, a celebrar el 25 de diciembre en primavera
Voy a poner un ejemplo espantosamente vulgar de música fuera de contexto: en mi iPod tengo toda mi amplia seleccion tanto de música clásica, como de rock indie, glam, dark, bla bla y dos discos de Laura León (tú conoces mi debilidad por esa naca). Lo puse en random un día. Había estado tocando puro Cocteau Twins mientras apreciaba unas hermosas esculturas egipcias del periodo romano. Y de repente aparece uno de los éxitos de la señora León :/ Aquello fue bizarro.
Doktor Boigen:
Yo creo que allí la Sra. León encontró un lugar en el que nunca se imaginó que su música pudiera lograr. A veces, también hay que crear los espacios para la música que está fuera de lugar, y funciona. En cualquier caso, no esperaba menos de usted y su espíritu iconoclasta... Un abrazo, hasta Königsberg
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