Si se es latinoamericano, en estos días y no se pertenece a la clase política o económica privilegiada ni se goza de los beneficios de la corrupción, uno tiene dos opciones: o se desarrolla un sentido del humor a prueba de balas, o bien siempre queda la posibilidad de joder al vecino para ganar un poco de tiempo. Una canción del finado grupo James decía algo así como que “salirse con la suya cuando todo está jodido, de eso se trata la vida”. Lo digo a propósito de dos películas que en estos días coinciden en la cartelera de la Ciudad de México y que, cada uno a su modo, retratan a personajes en situaciones límites y marginales que, en el caso de En el hoyo, desarrollan el referido sentido del humor a prueba de balas y, en lo que se refiere a Buena vida (delivery), eligen la vida del parasitismo “mientras la situación mejora” –lo cual se intuye que nunca pasará.
En el hoyo, del mexicano Juan Carlos Rulfo, es, por fin, el escape del universo personalísimo que le heredó a este cineasta su padre, el autor de El llano en llamas. Por fin, Rulfo abandona esa mirada que personalmente me parecía un tanto ombliguista, que le había hecho volver la vista hacia Comala y sus habitantes, en busca de las claves cinematográficas para comprender la obra de Rulfo padre. Pues bien, tomando distancia de Comala y los personajes reales escapados de ella como el Abuelo Cheno, Rulfo encuentra en la construcción del Segundo Piso del Periférico (una de las tres vialidades más importantes de la Ciudad de México) un escenario afín al universo rulfiano, pero también enriquecido por la manera en que Rulfo hijo ha encontrado su propia voz entre los cineastas mexicanos. Curiosamente, como sucedía con Gabriel Orozco, La canción del pulque o La pasión de María Elena, quienes han sacado la cara por el cine nacional han sido fundamentalmente documentalistas. No es tan extraña esta proliferación del género en un país que necesita explicarse su realidad, su tortuosa transición a la democracia, el empobrecimiento de la calidad de vida de sus habitantes y las formas excéntricas y desesperadas que construyen para sobrevivir. Vamos, qué hasta un veterano del cine como Arturo Ripstein se ha sentido en la necesidad de reexaminar la evolución de la izquierda y los grupos guerrilleros en Los héroes y el tiempo. Ser latinoamericano, mexicano, pues, sin morir en el intento. La película de Rulfo da voz a un grupo de dignísimos trabajadores que participaron en la construcción de ese monumento al ego de López Obrador que es el Segundo Piso del Periférico: son ellos quienes dejaron su alma en los cimientos, quienes empeñaron el tiempo que podrían haber dedicado a sus familias, a cambio de un salario muy modesto. Y allí es donde radica el trasfondo de crítica social de Rulfo: no es posible entender la vitalidad de esto seres humanos preocupados por generar lazos de solidaridad en las entrañas de la tierra o en la cima de la construcción, arriesgando su vida a cada momento, sino como una respuesta desesperada frente a la adversa situación económica del país. Estos mexicanos se hacen responsables de sí mismos, generando formas de empleo que les permitan sobrevivir, porque hay toda una clase política y económica que ha eludido esa responsabilidad. A lo más, saben que lo único que obtendrán de la obra monumental es un sueldo bajísimo que tendrán que complementar con otras formas de subempleo, además de los insultos de la clase media mexicana que todos los días pasa junto a ellos culpándolos de la demora hacia sus citas y trabajos. Como dice uno de los personajes más entrañables de la película, a todo se acaba acostumbrando uno, menos a trabajar. En suma, En el hoyo es una de las mejores películas mexicanas que se han visto en mucho tiempo, y Rulfo uno de los pocos cineastas nacionales que ejerce la crítica social al margen de las ideologías o de la complacencia clasemediera. Mención especial merece el trabajo musical de Leonardo Heiblum, que en determinados momentos evoca las sinfonías electrónicas urbanas en las que se ha hecho experto Wakal.
En el caso de la película Buena vida (delivery), nos encontramos frente a una muestra más de la que sin duda es la cinematografía más saludable en Latinoamérica, es decir, la argentina. Leornaro Di Cesare hace una obra que recuerda, por el filo de su crítica social implícita, a El perro de Carlos Sorín y, a causa de su estilo directo y económico pero no por ello menos lírico, a La ciénaga de Lucrecia Martell. En Buena vida (delivery) asistimos a la la farsa que una familia de desplazados sociales se ve obligada a representar frente a quien lo permite por su buena voluntad, para sobrevivir, para ganar un poco más de tiempo y de vida mientras el mundo acaba de joderse. Hay que engañar para sobrevivir y hay que saber reconocer al posible engañador para no ceder a la tentación de la bondad. Los personajes de Di Cesare conocen la implicación de los sentimientos en el absurdo existencial, en este caso determinado por la crisis económica –un tema que ya había tocado a su manera Arturo Ripstein en Principio y fin. Corremos para ganarle el lugar al vecino, nos apuramos para conseguir la única oportunidad disponible para cientos de personas que la quieren, ¿pero qué queda después de todo ello? ¿Qué queda cuando sabemos que hemos ganado la carrera por la sobreviviencia a costa de nuestros amigos? ¿No acaba siendo el amor sincero algo muy parecido a una comodidad burguesa? En la película de Leonardo Di Cesare no hay lugar para la complacencia: los personajes son evidenciados en todas sus ambigüedades, son generosos pero también capaces de ponerle el pie al amigo para ganarse el pan de cada día. Un poco como la Rosetta de los hermanos Dardenne. Pero Buena vida (delivery) no elude el juicio de sus acciones ni la asignación de responsabilidad: si se quieren usar los recursos de la corrupción y resolver la ausencia de autoridad apelando a la fuerza, uno mismo puede salir vapuleado, del cuerpo, del alma y del corazón.
En el hoyo, del mexicano Juan Carlos Rulfo, es, por fin, el escape del universo personalísimo que le heredó a este cineasta su padre, el autor de El llano en llamas. Por fin, Rulfo abandona esa mirada que personalmente me parecía un tanto ombliguista, que le había hecho volver la vista hacia Comala y sus habitantes, en busca de las claves cinematográficas para comprender la obra de Rulfo padre. Pues bien, tomando distancia de Comala y los personajes reales escapados de ella como el Abuelo Cheno, Rulfo encuentra en la construcción del Segundo Piso del Periférico (una de las tres vialidades más importantes de la Ciudad de México) un escenario afín al universo rulfiano, pero también enriquecido por la manera en que Rulfo hijo ha encontrado su propia voz entre los cineastas mexicanos. Curiosamente, como sucedía con Gabriel Orozco, La canción del pulque o La pasión de María Elena, quienes han sacado la cara por el cine nacional han sido fundamentalmente documentalistas. No es tan extraña esta proliferación del género en un país que necesita explicarse su realidad, su tortuosa transición a la democracia, el empobrecimiento de la calidad de vida de sus habitantes y las formas excéntricas y desesperadas que construyen para sobrevivir. Vamos, qué hasta un veterano del cine como Arturo Ripstein se ha sentido en la necesidad de reexaminar la evolución de la izquierda y los grupos guerrilleros en Los héroes y el tiempo. Ser latinoamericano, mexicano, pues, sin morir en el intento. La película de Rulfo da voz a un grupo de dignísimos trabajadores que participaron en la construcción de ese monumento al ego de López Obrador que es el Segundo Piso del Periférico: son ellos quienes dejaron su alma en los cimientos, quienes empeñaron el tiempo que podrían haber dedicado a sus familias, a cambio de un salario muy modesto. Y allí es donde radica el trasfondo de crítica social de Rulfo: no es posible entender la vitalidad de esto seres humanos preocupados por generar lazos de solidaridad en las entrañas de la tierra o en la cima de la construcción, arriesgando su vida a cada momento, sino como una respuesta desesperada frente a la adversa situación económica del país. Estos mexicanos se hacen responsables de sí mismos, generando formas de empleo que les permitan sobrevivir, porque hay toda una clase política y económica que ha eludido esa responsabilidad. A lo más, saben que lo único que obtendrán de la obra monumental es un sueldo bajísimo que tendrán que complementar con otras formas de subempleo, además de los insultos de la clase media mexicana que todos los días pasa junto a ellos culpándolos de la demora hacia sus citas y trabajos. Como dice uno de los personajes más entrañables de la película, a todo se acaba acostumbrando uno, menos a trabajar. En suma, En el hoyo es una de las mejores películas mexicanas que se han visto en mucho tiempo, y Rulfo uno de los pocos cineastas nacionales que ejerce la crítica social al margen de las ideologías o de la complacencia clasemediera. Mención especial merece el trabajo musical de Leonardo Heiblum, que en determinados momentos evoca las sinfonías electrónicas urbanas en las que se ha hecho experto Wakal.
En el caso de la película Buena vida (delivery), nos encontramos frente a una muestra más de la que sin duda es la cinematografía más saludable en Latinoamérica, es decir, la argentina. Leornaro Di Cesare hace una obra que recuerda, por el filo de su crítica social implícita, a El perro de Carlos Sorín y, a causa de su estilo directo y económico pero no por ello menos lírico, a La ciénaga de Lucrecia Martell. En Buena vida (delivery) asistimos a la la farsa que una familia de desplazados sociales se ve obligada a representar frente a quien lo permite por su buena voluntad, para sobrevivir, para ganar un poco más de tiempo y de vida mientras el mundo acaba de joderse. Hay que engañar para sobrevivir y hay que saber reconocer al posible engañador para no ceder a la tentación de la bondad. Los personajes de Di Cesare conocen la implicación de los sentimientos en el absurdo existencial, en este caso determinado por la crisis económica –un tema que ya había tocado a su manera Arturo Ripstein en Principio y fin. Corremos para ganarle el lugar al vecino, nos apuramos para conseguir la única oportunidad disponible para cientos de personas que la quieren, ¿pero qué queda después de todo ello? ¿Qué queda cuando sabemos que hemos ganado la carrera por la sobreviviencia a costa de nuestros amigos? ¿No acaba siendo el amor sincero algo muy parecido a una comodidad burguesa? En la película de Leonardo Di Cesare no hay lugar para la complacencia: los personajes son evidenciados en todas sus ambigüedades, son generosos pero también capaces de ponerle el pie al amigo para ganarse el pan de cada día. Un poco como la Rosetta de los hermanos Dardenne. Pero Buena vida (delivery) no elude el juicio de sus acciones ni la asignación de responsabilidad: si se quieren usar los recursos de la corrupción y resolver la ausencia de autoridad apelando a la fuerza, uno mismo puede salir vapuleado, del cuerpo, del alma y del corazón.
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