Y, después, en la obra de teatro Ángeles en América (hecha también película para la televisión por HBO), Louis, el amante de Prior, quien acaba de decir por qué le gusta tanto el ángel de la fuente Bethesda en Central Park, nos explica cómo el ángel Bethesda bajó en el templo de Jerusalén para hacer surgir un manantial que curaba las enfermedades y las penas. Un día el manantial se secó, pero volverá a fluir cuando el Milenio (con "M" mayúscula) se aproxime...
No sé por qué me conmueve tanto esta escena final de la obra de Tony Kushner. Quizá sea por esa contradicción entre el peso y las ganas de volar que Prior descubre en los ángeles y en los seres humanos. Quizá sea porque Prior renuncia a la tarea de profeta que el ángel negro le ha encomendado en los delirios que el virus del SIDA le provoca, alegando que los profetas tienen que permanecer estáticos y a él le gusta el movimiento. Quizá sea porque el ángel de Kushner es la versión posmoderna del ángel de la historia de Walter Benjamin: ambos se resignan a seguir viviendo, a verse arrastrados hacia el futuro y a contemplar la pila de escombros en que se ha convertido la historia. ´
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