No soy devoto de la ciencia ficción, ni del cine de Stanley Kubrick y tampoco del de Steven Spielberg en particular. Eso no obsta para que haya disfrutado la literatura de Stanislaw Lem o de Blade Runner, y tampoco para que reconozca el genio presente en piezas como Dr. Strangelove, La naranja mecánica o en los mejores y más ambiguos momentos de Inteligencia Artificial. Sin embargo, me abatió la lectura del ciclo de relatos cortos de Brian Aldiss que integran “Supertoys Last All Summer Long”, “Supertoys When Winter Comes” y “Supertoys in Other Seasons”, y que tienen como protagonista a David, un niño androide de última generación que gradualmente –como todas las computadoras– va quedándose obsoleto al tiempo que descubre su carácter no humano. Brian Aldiss, por una extraña razón, fue el autor que llamó la atención tanto de Kubrick como Spielberg –dos directore situados en las antípodas–, al grado de que el proyecto que inició el primero de llevar al cine la historia del niño androide, fue llevado a su conclusión por el segundo.
Aldiss ha relatado la forma de trabajo obsesiva y sádica a la que Kubrick lo sometió por más de quince años para tratar de adaptar un relato de once páginas –“Supertoys Las All Summer Long”– en un largometraje de dos horas. En un momento de rabia, Aldiss le preguntó a Kubrick por qué tanto trabajo y esfuerzo invertido en prolongar un relato tan breve, si nada de lo que le presentaba como propuesta de guión le gustaba. Y Kubrick, en uno de esos momentos de lucidez en que mezclaba la rabia con la soberbia, le respondió que por una sencilla razón: no porque sus historias fueran algo excepcional, sino por su tratamiento de la ciencia ficción como algo cotidiano, por su forma de desplegar un contexto de tecnología en el que el lector se hallaba inmerso de inmediato y sin mayores explicaciones. Diferentes juguetes para jugar, con celdas solares en lugar de baterías de zinc, pero los mismos problemas existenciales. Aldiss, de acuerdo con Kubrick, hizo de la neurosis humana un atributo de los androides, y de esta forma obligaba a sus lectores a verse a sí mismos como objetos con conductas mecánicas que no los diferenciaban a unos de otros. Aldiss cuestionó a fondo la certeza de que las emociones humanas son originales, y que nada hay más privado de comunicar que el dolor y el placer.
Pero vayamos por partes. En “Supertoys Last All Summer Long”, Aldiss nos presenta a David, un niño androide comprado por un matrimonio adinerado ante la negativa del gobierno para concederles la licencia de paternidad, en un tiempo en el que la sobrepoblación de la tierra ha llegado a su límite. No pueden nacer más seres humanos, a menos que la sección adinerada de la humanidad quiera perder sus privilegios de clase y sumirse en la miseria generalizada. David vive con Mónica, mientras su falso padre viaja por el mundo tratando de hacer negocios con los androides que fabrica. Su madre lo rechaza, porque le produce nausea estarse encariñando con un objeto de la forma en que debía hacerlo con el hijo ausente. Mónica no concibe que se pueda sentir tanto afecto por un objeto que, en esencia, no es diferente de una cafetera. El único acompañante de David es su oso mecánico de felpa, Teddy, quien le responde a cada pregunta existencial con un reclamo de coherencia, pues la mascota supone que el androide ha usado mal el lenguaje para plantear cuestiones que no tienen respuesta lógica: ¿qué es un ser humano?, ¿qué significa estar vivo?, ¿cómo puedo saber si una emoción es auténtica o no, viniendo de un individuo cuya conciencia jamás seré capaz de explorar en sentido propio? Mónica se preocupa por David, llora por él como las demás madres lo hacen por sus hijos, pero David sabe que hay algo de inauténtico en sus emociones. Por su parte, Mónica sabe que David concentra su existencia en complacerla y planea cada uno de sus gestos para demostrarle su amor, pero aún así no se halla satisfecha con la mirada vacía de ese androide que sólo reproduce una emoción para la que está programado de antemano.
En la segunda parte del ciclo –“Supertoys When Winter Comes”–, David ha despanzurrado a Teddy para investigar qué es lo que hace a su oso de felpa ser tan adorable y para tratar de entender qué es lo que hace funcionar a un ser vivo. De este modo, David pierde su centro moral y vínculo con el mundo de las emociones, y huye de la casa, pues Mónica le tiene cada vez más miedo a esos ojos que están hechos sólo para complacer. Además, el matrimonio Swinton por fin ha obtenido el permiso del gobierno para concebir a un hijo natural, y desde el momento de la noticia ya planean desechar a David y Teddy, para sustituirlos por juguetes más seguros y agradables para su nuevo hijo. La trilogía cierra con el fragmento titulado “Supertoys in Other Seasons”, en el que David ha llegado, después de vagar por los restos del mundo devastado por la contaminación, a Throwaway Town, un lugar en el que se reúnen otros juguetes que como él han sido desechados por sus dueños. En ese lugar deambulan juguetes diseñados para dar placer sexual, para entretener y para cuidar a los hijos reales: todos ellos repitiendo las labores para las que fueron diseñados originalmente aunque ya no haya cuerpos para complacer, espectáculos que ofrecer o hijos ajenos para criar. Paralelamente, Alddis nos cuenta como el hombre que compró a David se ha ido a la bancarrota y ahora sus androides sólo pueden ser comprados por los países del tercer mundo. En la escena final, David es recogido del basurero de juguetes por este hombre, quien lo reparará, le dará un cerebro más potente que el que tenía originalmente y lo reunirá con su oso Teddy. David despierta de lo que cree es un sueño profundo, sólo para encontrarse con cientos de réplicas de él mismo que su creador espera vender para volver al negocio de los robots.
Como puede verse, la película de Spielberg –Inteligencia Artificial– retoma sólo una pequeña parte de los relatos de Aldiss. La de Spielberg es un ejercicio de prolongación libre de ciertas ideas e imágenes poderosas del relato de Aldiss. [Sin embargo, el resultado es muy diferente de lo que, por ejemplo, Ang Lee hizo con el breve relato –no más de cuarenta páginas– de Annie Proulx que dio origen a su película Brockeback Mountain.] Kubrick le declaró a Aldiss su fascinación por dos elementos de su relato: la idea de que la creación de inteligencia artificial sería una realidad en el futuro próximo y la imagen de David enfrentado con los cientos de réplicas de sí mismo almacenados y listos para venderse al mejor postor como entretenimiento. Por una parte. Kubrick quería que el papel de David la interpretara no un actor, sino un auténtico androide, y para ello se dio a la tarea de consultar a la gente de Mitsubishi sobre las posibilidades reales de crear un actor mecánico. Por otro lado, Kubrick le confeso a Aldiss que todo el esfuerzo invertido en la preparación de su versión posmoderna de Pinoccio habría valido la pena sólo para ver esa escena final: la de un individuo que ve cuestionada su sentido de irrepetibilidad al constatar que no hay ninguna emoción o pensamiento que no pueda ser pensado en potencia por alguien más, sea humano o de creación artificial. Esta última idea me parece tan brillante como escalofriante. Y no se necesita ir tan lejos como la ciencia ficción para atisbar el vértigo que resulta de investigar qué es lo que somos despojados de aquellos gestos que consideramos únicos y que, al contrario, pueden ser reproducidos en serie: el amor nos vuelve especialmente vulnerables ante la pregunta por el significado real de las emociones que siente el objeto de nuestro afecto, y de las cuales sólo percibimos los signos externos. Si David se preguntaba si había amor real tras los gestos que Mónica realizaba para intentar demostrarle que lo quería, ¿por qué nosotros estamos tan ciertos de que las personas nos quieren cuando usan una serie de emociones y gestos que han copiado de otras personas sin cuestionarse qué es lo que tienen de original al relacionarse con el ser amado?
En el siglo XVII, el filósofo británico John Locke se preguntaba por el contenido de las sensaciones. Concluía diciendo que es por convencionalismo que los seres humanos denominamos a un determinado color como “rojo”, a una sensación en la piel como “frío” o al gusto de un cierto objeto en la lengua como “dulce”. En realidad, las personas usan estas palabras todos los días y no se dan cuenta de que realmente nunca podrán saber si lo que yo percibo como “rojo” es realmente el mismo color que tú percibes como “rojo”. Al final de la serie de Brian Aldiss sobre los superjuguetes, David le decía a su padre que él debía ser humano porque sentía tristeza por todo lo que habían dejado atrás, incluida a su falsa madre. El padre le respondía que, efectivamente, él también debía ser humano porque sentía dolor por este pequeño androide, a quien nadie había enseñado la diferencia entre pensar que siente amor y la sensación verdadera del amor. El oso Teddy, contemplando la escena acabaría pensando, quizá, que entre pensar que se siente amor y sentirlo de verdad no existe ninguna diferencia.
4 comments:
bueno, no había tenido tiempo de ponerme a leer este post tan extenso... lo hice ahora... y bueno... ya me has puesto a bajar rolas, ahora supongo que me pondras a buscar libros... pero bueno, eso siempre se agradece...
saludos...
Se me está haciendo costumbre eso de los posts largos... Como decía Augusto Monterroso, lo bueno, si es breve, es doblemente bueno... Trabajaré en la economía de palabras, lo prometo, jejeje... Te llevarás una grata sorpres al leer a Brian Aldis, te lo prometo... Un abrazo
Bueno, yo no he leido a Aldiss, pero sí vi el filme. He de decir que Kubrick me parece un genio y Spielberg un gran director capaz de hacer obras maestras y auténticos bodrios según le dé.
Yo tengo la teoría que la primera parte del filme, la del niño en la casa, etc. fue hecha por Kubrick, cuanto menos, la dejó totalmente planificada y la segunda, la de la huida, a pesar de que está en la obra de Aldiss, me parece totalmente spilbergiana, en el sentido de la espectacularidad, colores, etc., y que destruye un filme que en su primera parte era absolutamente terrorífico e iba camino de convertirse en una auténtica obra maestra.
Querido Zelig:
Interesante teoría... En apoyo de ésta hay que recordar el tiempo que Kubrick y Aldiss dedicaron a trabajar juntos en el guión de la película, desde 1976, como para que no hubiera algún resultado concreto de esta colaboración tortuosa... Tienes razón, Spielberg es capaz de hacer cosas soberbias y otras francamente deplorables, incluso en la misma película... Después de "A.I." yo esperaba una profundización en todas esas ambigüedades morales que planteó en la película, pero no fue así, lo que no quiere decir que su cine posterior sea malo... Sin embargo, a mi me resulta aterradora la secuencia de la feria esta en la que destrozan a los androides, mientras estos no dejan de sostener una mirada humana de resignación... Gracias, por siempre estar dispuesto a dialogar
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