
Oh Yoshimi, they don’t believe me but you won’t let those robots defeat me
Oh Yoshimi, they don’t believe me but you won’t let those robots eat me,
those evil-natured robots.
They’re programmed to destroy us.
She´s gotta be strong to fight them.
So she’s taking lots of vitamins.
Because she knows that it’d be tragic if those evil robots win.
I know she can beat them.
The Flaming Lips, “Yoshimi Battles the Pink Robots”
“La películas más escalofriante del año”: así se publicita Una verdad incómoda, el reciente documental de David Guggenheim protagonizado por Al Gore y su campaña para alertar a la población mundial sobre el calentamiento global provocado por el uso indiscriminado de hidrocarburos. Y los publicistas a quienes se les ocurrió el eslogan –cosa poco frecuente– tenían razón. Se trata de la película más aterradora del año, a pesar de que las únicas vísceras que se exhiben en pantalla son las del corrupto sistema político estadounidense, de orientación conservadora, que se niega a ratificar el Protocolo de Kyoto; y a pesar de que los únicos que se desangran –literal y metafóricamente– son aquellos científicos que se agotan tratando de llevar a los congresos de los diferentes países el tema de la ecología como la prioridad que es y que nadie parece reconocer. Violencia gore en estado puro. Es aterrador darse cuenta de que vivimos en un mundo sobre el que pende la espada de Damocles y que nadie hace nada para protegerse la cabeza frente a su inminente caída.
En Del asesinato considerado como una de las bellas artes, Thomas de Quincey escribió que los crímenes cometidos por Macbeth hacían palidecer por su profundo carmesí (deep crimson, y de allí se le ocurrió a Ripstein el título de su célebre película) a los cometidos por cualquier otro. De Quincey puso el acento en el sadismo de la conducta criminal y en los motivos corruptos que Macbeth tenía para matar. Macbeth no mataba para sobrevivir o para defender a los suyos; él asesinaba para conservar sus privilegios de clase, no importándole que en el camino tuviera que sacrificar a antiguos aliados o futuros opositores. En nuestra época, crímenes mucho más nefandos se están gestando en los congresos de los distintos países sin que nadie parezca notarlo. Asesinamos el futuro de muchos seres humanos si hoy cerramos los ojos frente al problema del calentamiento global y otros derivados de las consecuencias futuras de las acciones irresponsables en el presente. Como la irresponsabilidad política es la norma, nadie se asombra de que los políticos se comporten con la inmoralidad que todo el mundo espera de ellos. Al fin y al cabo son políticos, y se ensucian las manos para que nosotros no tengamos que hacerlo. Porque inmoral es distraer la atención de los ciudadanos y de las agendas públicas mundiales respecto del problema de primera importancia que es el calentamiento global. Parafraseando a De Quincey, puede decirse que la estupidez de quienes se niegan a observar los signos evidentes del desastre ecológico que se avecina en el corto plazo, hace palidecer por su soberana negrura a cualquier otro rasgo de irresponsabilidad política. ¿Cómo se evaluarán dentro de veinticinco años, cuando sean una realidad tanto los enfrentamientos armados por el agua potable como las oleadas de inmigrantes de las regiones anegadas por el deshielamiento de los polos, las omisiones de nuestros congresistas frente a las demandas ecológicas? ¿Qué tendrá más sentido dentro de veinticinco años: la lucha por la repartición de los escaños en el congreso o la demanda de juicio político contra quienes pudieron hacer algo para frenar el calentamiento global y no lo hicieron en su momento? Estas son algunas de las verdades incómodas de las que habla la película de Al Gore.
Una verdad incómoda, como la propia campaña por alertar a la población mundial sobre el calentamiento global, ha sido descalificada de muchas maneras. Y casi todas estas denostaciones tienen que ver con lo que en la lógica clásica se conoce como falacia ad hominem, es decir, con descalificar al sujeto y no a su argumentación. Se ha dicho que, en realidad, Al Gore ha hecho un monumento a su ego y que toda la información científica que presenta está manipulada para reforzar la embestida que desde distintas posiciones de izquierda se está llevando contra el Partido Republicano. Se ha acusado a Gore de poco patriota, pues sus teorías sobre la necesidad de reducir el uso de combustibles fósiles significarían la pérdida de empleo para un número importante de estadounidenses que viven de la industria petrolera o de la economía derivada. También se ha señalado que Gore es un alarmista que busca culpar a la administración de George W. Bush por el desastre que provocó en Nueva Orleáns el Huracán Katrina, sacando a la luz una improbable conexión entre el aumento de la fuerza de estos fenómenos naturales durante los últimos años y el calentamiento global. No digo que Gore sea un santo, ni tampoco que lo que dice sea nuevo. Como bien sabía Maquiavelo, la política es un territorio que en la lucha diaria por el poder ha roto sus lazos con la ética. Ningún político actúa sólo a causa del bien común. Pero la campaña de Gore tiene una dosis de verosimilitud de la que carecen otras teorías científicas enarboladas por políticos con la intención de llamar la atención de los reflectores. Y esta dosis de verosimilitud se relaciona con aquello que Carl Sagan y otros filósofos de la ciencia han denominado el carácter público de la investigación científica.
La investigación científica honesta no se asume como la depositaria de verdades irrefutables y de certezas que deben ser preservadas de cualquier crítica. Al contrario, el espíritu científico es curioso por definición y observa a la naturaleza como un texto de lecturas múltiples y variables en el tiempo. Ninguna lectura es la definitiva porque cada vez contamos con mejores lentes para observar el texto; pero tampoco es cierto que haya individuos mejor capacitados que otros para descubrir en el texto de la naturaleza aquellas regularidades que permiten la formulación de leyes siempre provisionales. La ciencia se construye de una manera plural y abierta, sometiendo cada nueva conclusión provisional a un escrutinio exhaustivo que busca fortalecer esa nueva certeza. Sólo los científicos deshonestos –como aquellos que servían al régimen comunista cuando se produjo el accidente nuclear de Chernóbil en 1986– consideran la crítica y la experimentación como sinónimos de disidencia y deslealtad al paradigma científico vigente. La ciencia tiene un carácter público que se asemeja mucho a la crítica que puede lograrse en el espacio político, pues las realidades que se describen y tratan de explicar nos afectan a todos. Si bien podemos dudar de la honestidad de Al Gore, allí están las consecuencias del calentamiento global que pueden sentirse desde cualquier esquina del planeta: los recrudecimientos de las temporadas de frío y de calor, la migración de especies animales –que a veces se convierten en plagas para los cultivos– a regiones antes impensadas, el empobrecimiento de las comunidades agrícolas frente a la demora de las lluvias, la extinción y contaminación de las reservas de agua dulce. Las verdades inconvenientes, incómodas, dolorosas se acumulan y es un crimen contra el porvenir de la humanidad –si es que existe alguno– no hacer nada al respecto.
Más allá de la dimensión existencial implicada por la decisión de tener o no hijos, admiro a quienes se atreven a traer una nueva vida a un mundo como éste, con tan pocas perspectivas esperanzadoras. Admiro el valor de quienes de manera consciente asumen el reto de cambiar el mundo para hacerlo un lugar más habitable que el que ellos recibieron cuando nacieron. El filósofo político estadounidense John Rawls señalaba que existe un deber moral con las generaciones futuras, que se traduce como la restricción para tomar decisiones políticas en el presente que empobrezcan la calidad de vida de quienes aún no han nacido. Desde este punto de vista, es políticamente irresponsable que el gobierno estadounidense subsidie la producción del maíz y el algodón, porque esto empobrece a los campesinos de otros países que se dedican a su cultivo. También es inmoral que los congresistas se dejen sobornar por las industrias relacionadas con los combustibles, para hacer pasar como dementes émulos de Fox Mulder a los científicos que llaman la atención sobre la prioridad de la cuestión ecológica. La irresponsabilidad política en el presente empobrece la calidad de vida de las personas que aún no han nacido. Para ellas, la única posibilidad será encontrarse arrojados a un mundo que es peor que el que encontraron al nacer las generaciones precedentes.
Una verdad incómoda culmina con una nota de optimismo matizado de pesimismo: combatir el calentamiento global es sobre todo un deber moral antes que político, porque implica el destino de las personas que aún no han nacido. La conclusión es optimista porque, de acuerdo con la evidencia que presenta el documental, ya contamos con la tecnología energética alternativa necesaria para reducir nuestro consumo de hidrocarburos. Pero el pesimismo lleva a Gore a reconocer que adoptar esta tecnología alternativa no es un asunto de posesión de conocimiento sino de voluntad política. Estados Unidos produce por sí mismo más emisiones de monóxido de carbono que el resto del planeta, y es el único país que no está haciendo nada significativo por combatir el calentamiento global. El progreso científico de la humanidad –como señalaba Immanuel Kant– no lleva aparejado un progreso moral. Si invadir naciones en transición a la democracia fuera poca cosa, allí está la irresponsabilidad de Bush en materia ecológica para hacerlo merecedor de un juicio político que debiera ser promovido por algún tribunal internacional.
Finalmente, quiero retomar la idea con la que Gore cierra su película: que los grandes problemas requieren soluciones radicales, y que éstas dependen de un cambio del paradigma científico vigente. Tenemos que abandonar la idea de que el desastre ecológico global es algo que ocurrirá en el futuro (cuando las guerras sean libradas por pequeños androides japoneses, como decía uno de los personajes de Los Simpson) y que ni a nosotros ni a nuestros hipotéticos hijos nos tocará lidiar con sus consecuencias. Como señalaba Thomas S. Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas, un paradigma deja de tener vigencia cuando empiezan a aparecer problemas que no puede resolver por sí mismo. En este sentido, una nueva problemática no debería ser acallada por los científicos para preservar al paradigma, sino que es su deber fomentar la crítica incluso si ésta significa la destrucción de las certezas más apreciadas. El problema del calentamiento global es lo suficientemente severo como para hacernos abandonar los paradigmas científicos vigentes, si éstos conducen a la pasividad y la indiferencia respecto de la cuestión ecológica. Debemos renunciar a la complacencia que nos hace tomar distancia de las instituciones y los representantes políticos, para exigirles de una buena vez que tomen cartas en el asunto y se comprometan no sólo con leyes a favor del desarrollo sustentable sino también con las condiciones materiales que las hagan operantes y eficaces. Necesitamos modificar nuestros hábitos de consumo, para que un automóvil nuevo o la posesión de cada vez más aparatos electrónicos dejen de significar ventajas sociales. Necesitamos, pues, asumir que vivimos en un mundo pletórico de verdades inconvenientes.
[Para Arkturo, B.B.B. King, Beto Gun, Carlos cuya esencia es lo indeterminado (To Apeiron), Caronte, Daniel Sametz, David M., Davidmo, el Erario Inagotable, Ernesto Sandoval, Eva, Geekganster, las gotas que caen Antes de la lluvia, Herr Boigen, Issa, Juan del Corredor, el Juntacadáveres, Josué, LoveDoctor, Medeo, Miss Cronika, Montanito, Peter Table y la Pilarrr, Selvia, Senses & Nonsenses, Seoman, Silencio V.2, Tessitore di Sogno, TNF25, Vero, Yayosalva, Zelig: a todos, un abrazo y mi agradecimiento por su generosidad al leerme durante 2006]